
LOS TRES GRANDES DESAFÍOS DEL PENTECOSTALISMO CONTEMPORÁNEO
Pentecostal Anónimo
Como miembro de la tradición pentecostal, escribo este artículo con profunda gratitud por el legado que hemos recibido, pero también con pesar y preocupación por las desviaciones que amenazan con diluir o incluso destruir la vitalidad espiritual y doctrinal de nuestro movimiento. Identifico tres grandes desafíos que considero urgentes y que requieren discernimiento pastoral, reflexión teológica y un retorno a la centralidad de las Escrituras y del Espíritu Santo.
1. El Neopentecostalismo: una mutación doctrinal
En las últimas décadas, hemos sido testigos de un preocupante fenómeno: el surgimiento del neopentecostalismo. No se trata simplemente de una evolución del pentecostalismo clásico, sino de una mutación que lo ha desfigurado. Las doctrinas de la "teología de la prosperidad", la "confesión positiva", la "batalla espiritual territorial", la "renovación apostólica" y la "teología del dominio" han tomado protagonismo en muchas iglesias, a menudo bajo un disfraz carismático.
Este nuevo enfoque tiende a desviar la atención del Cristo crucificado y resucitado hacia el éxito personal, el bienestar material y experiencias sensacionalistas. El Espíritu Santo ha sido reemplazado por un emocionalismo subjetivo que reduce la experiencia de lo sagrado a un espectáculo. Como bien advirtió Donald Gee, uno de nuestros padres teológicos: “El Pentecostés que no produce fruto espiritual ni santidad es un Pentecostés sin fuego verdadero”.
No es solo una desviación doctrinal, sino una alteración de la esencia misma de nuestra fe: la obediencia humilde al Dios soberano y el poder santificador del Espíritu. La Palabra de Dios se interpreta muchas veces de forma arbitraria, sin contexto ni reverencia, para justificar prácticas cuestionables. En palabras de Pablo: “Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Timoteo 4:3).
2. La búsqueda del poder humano: el carisma sin carácter
Uno de los peligros más sutiles que enfrentamos es la politización del liderazgo eclesial. No hablo del poder de Dios, sino del deseo de poder humano. Hay quienes han hecho del púlpito una plataforma para el ascenso personal, para el ejercicio de influencia y control sobre otros. El liderazgo carismático ha sustituido al liderazgo piadoso. Se exalta el talento, pero se descuida el carácter.
Lamentablemente, estamos viendo surgir “profetas de la corte” que solo proclaman lo que los “reyes” —es decir, los líderes influyentes o los mecenas de turno— desean escuchar. Esta dinámica es totalmente ajena al modelo de liderazgo cristiano enseñado por Jesús, quien dijo: “El que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26).
Como decía el pastor pentecostal Frank Bartleman, testigo del Avivamiento de la Calle Azusa: “El secreto del poder espiritual está en el quebrantamiento, no en la popularidad”. Cuando el liderazgo eclesial se convierte en un medio para la autoexaltación, hemos perdido el rumbo. El Espíritu de Dios no unge para el espectáculo, sino para el servicio.
3. El pospentecostalismo: tradición sin fuego
El tercer desafío, quizás el más silencioso pero igualmente devastador, es lo que llamo el pospentecostalismo. Se manifiesta en iglesias y creyentes que aún se identifican como “pentecostales”, pero han perdido la pasión por la llenura del Espíritu, por los dones, por la oración ferviente y por una vida santa. Conservan la forma, pero han perdido el fuego. Son, en el lenguaje de Pablo, quienes "tienen apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella" (2 Timoteo 3:5).
Muchos de nuestros jóvenes han crecido en iglesias pentecostales, pero jamás han experimentado un genuino mover del Espíritu Santo. Otros se han vuelto indiferentes, influenciados por un escepticismo académico que menosprecia nuestra herencia espiritual como emocionalismo anticuado. Esta es una ironía dolorosa: despreciar la llama mientras aún nos llamamos “pentecostales”.
El teólogo Gordon D. Fee, él mismo un pentecostal erudito, escribió: “No es posible entender al Dios del Nuevo Testamento sin tomar en cuenta el poder del Espíritu en la vida de la Iglesia. Si quitamos eso, traicionamos al texto”. No necesitamos un pentecostalismo superficial, sino uno renovado en profundidad espiritual, conocimiento bíblico y humildad doctrinal.
Conclusión
El pentecostalismo nació en oración, hambre de Dios y pasión por la santidad. Fue un movimiento de renovación espiritual, no una estrategia de mercado. Si queremos mantenernos fieles al legado que el Espíritu nos confió, necesitamos reconocer estos desafíos con humildad, arrepentirnos de nuestras desviaciones y volver al primer amor. No basta con conservar las formas; debemos clamar, como Elías en el Carmelo: “Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios” (1 Reyes 18:37).
Que el Señor avive su obra en medio de los tiempos (Habacuc 3:2), y que el pentecostalismo del siglo XXI no se convierta en una sombra del pasado, sino en un fuego auténtico, humilde, lleno de verdad y poder.
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