domingo, 17 de mayo de 2020

Agustín vs Pelagianismo

RÉPLICA A LAS DOS CARTAS DE LOS PELAGIANOS

LIBRO IV


Capítulo I
Sofismas pelagianos
1. Después de lo que en son de réplica hemos disputado hasta aquí, aquellos cuya carta hemos refutado repiten las mismas cosas, bien que siguiendo diferente táctica. Porque primero expusieron, echándonos en cara, la falsa doctrina que, según ellos, profesamos nosotros; después, al exponer su propia doctrina, dijeron lo mismo, volviéndolo del revés y añadiendo dos cosas que antes no habían dicho, o sea, que confesaban que el bautismo es en todas las edades necesario, y que por el pecado de Adán había pasado a nosotros la muerte, no los pecados. Ya trataremos de esto en su propio lugar. Así que, habiendo dicho en el libro anterior, que acabamos de escribir, que nos oponen como objeciones cinco cosas, con que intentan ocultar sus opiniones contrarias a la gracia de Dios y a la fe católica, a saber: la alabanza de la criatura, la alabanza del matrimonio, la alabanza de la ley, la alabanza del libre albedrío, la alabanza de los santos, me parece más conveniente dividir en grupos de una manera más general todo lo que ellos defienden, y cuya doctrina contraria nos achacan, y demostrar a cuál de estas cinco cosas se reduce lo que ellos enseñan, y de esta suerte nuestra respuesta sea, siguiendo esta división, más clara y concisa.

Capítulo II
Las cinco alabanzas pelagianas
2. La alabanza de la criatura, por lo que se refiere al género humano, de que ahora tratamos, la exponen en estas sentencias: Que Dios es el creador de los que nacen y que los hijos de los hombres son hijos de Dios; y que todo pecado tiene su origen no en la naturaleza, sino en la voluntad.
En alabanza de la criatura dicen que en todas las edades es necesario el bautismo para que la criatura sea adoptada como hijo de Dios, no porque herede de los padres nada que haya de perdonarse con el bautismo. Y añaden a esta alabanza que ellos no enseñan que Cristo en su infancia estuviese manchado con ninguna mácula de pecado, ya que sostienen que su carne estuvo limpísima de todo contagio de pecado, no en virtud de su propia excelencia y por gracia especial, sino por participar de la naturaleza común a todos los niños. Con esto tiene relación la cuestión que proponen acerca del origen del alma, pues intentan equiparar al alma de Cristo todas las almas de los párvulos, las cuales dicen no están tampoco mancilladas con ninguna mancha de pecado. Por lo que dicen también: De Adán ningún mal pasó a los demás sino la muerte, la cual no siempre es un mal, puesto que es para los mártires causa de premios, y lo que la hace buena o mala no es la corrupción de los cuerpos, con los que han de ser resucitados todos los hombres, sino la diversidad de los méritos, que se debe a la libertad humana. Esto es lo que en esta carta escriben acerca de la alabanza de la criatura.
De conformidad con las Escrituras alaban el matrimonio, porque dice el Señor en el Evangelio: El que los creó desde el principio los hizo varón y hembra 1 y dijo: "Creced y multiplicaos y llenad la tierra" 2 Aunque esto último no está escrito en aquel pasaje del Evangelio, sino en la ley. Citan asimismo aquello: Lo que Dios, pues, unió, el hombre no lo separe; 3 lo cual sabemos se halla en el Evangelio.
En alabanza de la ley dicen que la antigua ley, justa y santa, y buena, según el Apóstol, 4 pudo dar la vida eterna a los que guardaban sus mandamientos y vivían santamente por la fe, como fueron los profetas y patriarcas y todos los santos. En alabanza del libre albedrío dicen que el libre albedrío no pereció, ya que dice el Señor por el profeta: "Si vosotros queréis y me escucháis, comeréis los frutos buenos de la tierra; si os negáis y no escucháis, la espada acabará con vosotros" 5 Y, por tanto, la gracia ayuda al buen propósito de todo hombre, pero sin dar el deseo de la virtud a quien lo resiste, porque no hay ante Dios acepción de personas 6
Disimulan sus doctrinas so pretexto de alabar a los santos diciendo: El bautismo obra una completa renovación en los hombres. Testigo es el Apóstol, que asegura que por el baño del agua la Iglesia oriunda de la gentilidad se hace santa e inmaculada 7 El Espíritu Santo ayudó también en los antiguos tiempos a las almas buenas, pues dice el profeta a Dios: "Tu santo Espíritu me conducirá al buen camino" 8 Asimismo, todos los profetas y apóstoles y santos, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento, que Dios alaba, fueron justos, no comparados con los malvados, sino con la regla de las virtudes; y en la otra vida hay pago tanto de las buenas obras como de las malas. Por lo demás, nadie podrá cumplir allí los preceptos que aquí despreció, porque dice el Apóstol: "Porque es necesario que todos nosotros aparezcamos de manifiesto ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada cual el pago de lo hecho en proporción a lo que obró, ya sea bueno, ya sea malo" 9
Lo que pretenden ensalzando la criatura y el matrimonio es negar el pecado original, y el objeto de las alabanzas tributadas a la ley y al libre albedrío no es otro que hacer ver que la gracia no ayuda sino al mérito, y así la gracia ya no es gracia; y lo que dicen en alabanza de los santos se encamina a mostrar que la vida mortal de los santos carece de pecado y no necesitan pedir a Dios que les perdone.

Capítulo III
En qué sentido alaban los católicos la criatura, el matrimonio, la ley, el libre albedrío y a los santos
3. Todo espíritu católico que mira con horror las opiniones impías y abominables contenidas en esta triple división, ha de huir de las emboscadas y sofismas de los cinco capítulos arriba dichos y ha de caminar con tal cautela entre uno y otro extremo que se desvíe de Manes sin inclinarse a Pelagio; y asimismo se ha de apartar de los pelagianos de tal suerte que no venga a unirse con los maniqueos, o, si ya está con alguno de los dos, no se separe de él de modo que venga a dar en el otro. Porque a primera vista parecen contrarios el uno del otro, ya que los maniqueos se descubren cómo son condenando aquellas cinco cosas, y los pelagianos se ocultan alabándolas; por lo que condena y huye de unos y otros quienquiera que, según la regla de fe católica, glorifica al Creador en los hombres que nacen, considerando la criatura buena en la carne y en el alma, que es lo que no hace Manes; y confiesa que, a causa del vicio que han heredado por el pecado del primer hombre, tienen necesidad también los párvulos de un Salvador, que es lo que no admite Pelagio; de tal manera distingue el mal de la vergonzosa concupiscencia del bien del matrimonio, que ni condena, a semejanza de los maniqueos, el principio de nuestro nacimiento, ni, a semejanza de los pelagianos, alaba lo que nos ruboriza; de tal suerte defiende que la ley santa, y justa, y buena ha sido dada por Dios por ministerio de Moisés, que es lo que en contra del Apóstol niegan los maniqueos, que también dicen que la ley pone de manifiesto el pecado, pero no lo quita, lo cual a su vez niegan los pelagianos contradiciendo al Apóstol; de tal modo admite el libre albedrío, que confiesa que el mal del ángel y del hombre no tuvo principio en no sé qué naturaleza eternamente mala, sino en el mismo libre albedrío, que es destruir por su base la herejía maniquea; pero que, sin embargo, no puede sino con la gracia de Dios gozar de libertad para el bien, lo cual echa por tierra la herejía pelagiana; glorifica finalmente en Dios a cuantos santos han sido, no sólo los que han existido desde que Cristo se manifestó en la carne y después, sino también los que existieron en los anteriores siglos, lo cual niegan con boca blasfema los maniqueos; aunque de modo que da más crédito a los santos en lo que confiesan de sí mismos que a los mentirosos pelagianos. Porque es palabra de los santos: Si dijéramos que no tenemos pecado, a nosotros mismos nos engañamos y la verdad no está en nosotros 10

Capítulo IV
Los pelagianos y maniqueos y la alabanza de la criatura
4. Siendo esto así, ¿de qué les sirve a los nuevos herejes, enemigos de la cruz de Cristo y adversarios de la divina gracia, parecer que están libres del error de los maniqueos, si perecen devorados por su propia pestilencia? ¿De qué les sirve decir en alabanza de la criatura que el creador de los que nacen es el Dios bueno, por quien han sido hechas todas las cosas, y que son obra suya los hijos de los hombres, que los maniqueos dicen ser obra del príncipe de las tinieblas, si para ambos y según ambos perece la criatura de Dios que hay en los niños? Porque ni los unos ni los otros admiten que es liberada por la carne y sangre de Cristo: aquéllos, porque anulan la misma carne y sangre de Cristo, como si no la hubiera recibido en el hombre o del hombre; éstos, porque dicen que no existe en los niños mal alguno del que deban ser liberados por el sacramento de esta carne y sangre.
Yace enferma ante ellos la criatura humana de los niños, buena por la creación, viciada por la generación; confesando con sus bienes un óptimo Creador, pidiendo con sus males un misericordiosísimo Redentor; teniendo en los maniqueos vituperadores de sus bienes; en los pelagianos, negadores de sus males; en ambos perseguidores. Y aunque por razón de la tierna edad no pueda hablar, reprende la impía vanidad de unos y otros con su figura silenciosa y su misteriosa fragilidad, diciendo a aquéllos: "Creed que yo soy creada por el que crea los bienes"; y diciendo a éstos: "Dejad que yo sea sanada por el que me creó". El maniqueo dice: "Fuera del alma buena, no hay otra cosa en este niño que deba ser liberada; todo lo demás, que pertenece al príncipe de las tinieblas, debe ser despreciado". El pelagiano afirma: "Nada hay en este niño que liberar, por cuanto nosotros demostramos que todo está ya salvado". Los dos mienten, pero es acusador más benigno el que lo es solamente de la carne que el alabador que se muestra cruel contra todo el niño. Además, ni el maniqueo, blasfemando de Dios, autor de todo el hombre, presta auxilio al alma humana, ni el pelagiano, negando el pecado original, deja que la divina gracia preste auxilio a la humana infancia. Pero Dios se compadece por medio de la fe católica, la cual, combatiendo una y otra calamidad, presta auxilio al niño para que se salve, diciendo a los maniqueos: "Escuchad al Apóstol, que clama: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo? 11 Creed que Dios es el creador bueno de los cuerpos, porque no puede ser templo del Espíritu Santo lo que es obra del príncipe de las tinieblas". Y diciendo a los pelagianos: "El que veis niño ha sido concebido en pecado, y en pecado lo alimentó su madre en el seno materno 12 ¿Por qué, defendiendo que está libre de toda mancha, no dejáis que sea liberado por la misericordia? Nadie está libre de mancha, ni el niño que desde hace un día vive sobre la tierra 13 Dejad que el miserable reciba el perdón de los pecados por el único que ni de pequeño ni de grande pudo tener pecado".
5. ¿De qué les sirve decir que el pecado tiene su origen no en la naturaleza, sino en la voluntad, y contradecir con la verdad de esta confesión a los maniqueos que dicen que la naturaleza mala es la causa del pecado, si, no queriendo admitir el pecado original, que sin duda tiene su origen en la voluntad del primer hombre, hacen que los párvulos dejen esta vida en pecado? ¿De qué les sirve decir que en todas las edades es necesario el bautismo, que para los maniqueos es superfluo en todas las edades, si afirman que en los párvulos es inoperante en lo que se refiere al perdón de los pecados? ¿De qué les sirve defender que la carne de Cristo, la cual, en opinión de los maniqueos, no existió o fue aparente, no sólo fue verdadera, sino que su alma no estuvo manchada con ninguna mácula de pecado, si de tal suerte equiparan a la infancia de Cristo la de los demás niños en cuanto a la inmunidad de pecado, que no parece que aquélla, comparada con ésta, resplandezca por su propia santidad, ni ésta reciba de aquélla la salvación?
6. Al decir que por Adán pasó a nosotros la muerte, no el pecado, no tienen como adversarios a los maniqueos, ya que éstos no confiesan que el pecado original se haya propagado y se propague, junto con la muerte del primer hombre, primeramente puro y recto cuanto al cuerpo y cuanto al espíritu y después depravado por el libre albedrío, a los demás hombres, sino que enseñan que la carne, mala desde su origen, fue creada de un cuerpo malo y por un espíritu malo y con un espíritu malo, pero que el alma buena, que es parte de Dios, en pena de haberse contaminado con los alimentos y con la bebida en los cuales estaba antes encarcelada, se une al hombre, y de este modo queda atada mediante la conmixtión carnal. Y así los maniqueos vienen a admitir con los pelagianos que el pecado del primer hombre no pasó al género humano ni por la carne, que, según ellos, nunca fue buena, ni por el alma, que dicen se une a la carne del hombre junto con el reato de la contaminación con que se manchó antes de unirse a la carne.
Pero ¿cómo es posible que los pelagianos digan que sólo la muerte pasó de Adán a nosotros? Porque si nosotros morimos porque él murió, y él murió porque pecó, confiesan que se hereda el castigo sin la culpa y que los inocentes párvulos son injustamente castigados con el suplicio, incurriendo en la muerte sin culpa digna de muerte. Esto solamente lo confiesa la fe católica del que es único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el cual se dignó padecer muerte por nosotros, es decir, la pena del pecado no teniendo pecado. Porque así como Él es el único que se hizo Hijo del hombre a fin de que nosotros fuéramos hechos por Él hijos de Dios, así es el único que sin culpa propia padeció por nosotros la pena para que nosotros sin obras buenas alcanzásemos por Él la gracia. Pues así como a nosotros no se nos debía ningún bien, así no merecía Él ningún mal. Encareciendo, pues, su amor para con aquellos a quienes había de dar inmerecida vida, quiso padecer por ellos inmerecida muerte. Los pelagianos se esfuerzan en negar esta singular prerrogativa del Mediador, ya que no será cosa singular si decimos que Adán en castigo de su culpa padeció la muerte merecida, de tal modo que los párvulos, que no heredan de él la culpa, padecen muerte indebida. Pues aunque los buenos reciban con la muerte muchos bienes, lo cual ha dado pie a algunos para disputar sabiamente sobre el bien de la muerte, ¿qué es lo que al fin de cuentas es más digno de alabanza sino la misericordia de Dios, que muda en bienes la pena del pecado?
7. Los pelagianos dicen esto porque con las palabras del Apóstol pretenden atraer a su opinión a los hombres. Pues donde dice el Apóstol: Por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, dicen que se ha de entender que no pasó el pecado, sino la muerte. Pero, entonces, ¿qué significan las palabras siguientes: En el cual todos pecaron? O el Apóstol dice que todos pecaron en aquel único hombre de quien había dicho: Por un hombre entró el pecado en el mundo, o dice pecaron en aquel pecado o, al menos, en la muerte. Pues no hemos de ver dificultad en que no dijo en la cual, sino en el cual todos pecaron, por cuanto la palabra muerte tiene en griego género masculino. Escojan lo que más les agrade: o en aquel hombre pecaron todos, y por eso se puso así, porque cuando él pecó todos estaban en él; o en aquel pecado pecaron todos, porque pasó a ser obra de todos lo que todos habían de heredar por el nacimiento; o digan, si no, que en aquella muerte pecaron todos; aunque no comprendo en absoluto cómo se pueda entender esto. Porque en el pecado mueren, sí, todos, mas no pecan en la muerte, ya que, precediendo el pecado, se sigue la muerte; pero no se sigue el pecado por preceder la muerte. Porque el pecado es el aguijón de la muerte, 14 o sea, aguijón cuya punzada causa la muerte, no aguijón con que punza la muerte. De la misma manera que el veneno, cuando se bebe, se llama bebida de muerte porque esa bebida ha producido la muerte, no porque la bebida haya sido hecha o dada por la muerte. Y si las palabras del Apóstol en que todos pecaron no pueden entenderse del pecado, por cuanto en el texto griego, de donde se tradujo la epístola, al pecado se da nombre femenino, hay que concluir que la interpretación acertada es decir que todos pecaron en aquel primer hombre, porque todos, cuando él pecó, estaban en él, de quien se hereda por el nacimiento el pecado, que no se perdona sino naciendo de nuevo. Tal es la interpretación que da San Hilario al pasaje en cuestión: en que todos pecaron, puesto que dice: En el que, o sea, en Adán, todos pecaron. Y luego añade. Es evidente que todos pecaron en Adán como en la masa. Pues, viciado él por el pecado, todos los que ha engendrado han nacido en pecado. Con esto que escribe enseñó San Hilario 15 sin ambages cómo ha de entenderse el texto en el que todos pecaron.
8. ¿Por qué dice el Apóstol que nosotros por Cristo somos reconciliados con Dios sino porque antes fuimos hechos enemigos de Dios? ¿Y qué es lo que nos hizo enemigos sino el pecado? De aquí que diga el profeta: Vuestros delitos son los que ponen separación entre vosotros y Dios 16 A causa de esta separación fue enviado el Mediador a quitar el pecado del mundo, por el que estábamos separados como enemigos, y hacernos, una vez reconciliados, hijos de Dios. Por esto escribía el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado. Pues antes había escrito: Mas acredita Dios su amor para con nosotros en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mucha más razón, pues, justificados ahora en su sangre, seremos por Él salvados de la cólera. Porque si, siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mucha más razón, una vez reconciliados, seremos salvos en su vida. Y no sólo esto, sino que además nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos obtenido la reconciliación. Luego añade: Por esto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres alcanzó la muerte, en que todos pecaron 17 ¿Por qué los pelagianos han de tergiversar las cosas? Si todos teníamos necesidad de reconciliación por Cristo, a todos pasó el pecado, que nos hizo enemigos, de tal manera que teníamos necesidad de reconciliación. Esta reconciliación se obra con el baño de la regeneración y con la carne y sangre de Cristo, sin lo cual ni los párvulos tienen vida en sí mismos. Porque así como uno fue la razón de la muerte a causa del pecado, así uno es la razón de la vida por la justicia. Porque como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos vivificados 18 Y así como por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres, así también por la justificación de uno solo todos los hombres obtienen la justificación de vida 19
¿Quién se ha hecho sordo a estas palabras del Apóstol con tamaña obstinación de abominable impiedad que, luego de oírlas, porfíe que de Adán ha pasado a nosotros la muerte sin el pecado? ¿Quién sino los adversarios de la gracia, enemigos de la cruz de Cristo? Cuyo paradero es la perdición 20 si persisten en esta obstinación. Y basta con lo que hemos dicho contra esa su astucia de serpiente, con que tratan de engañar a las almas sencillas y apartarlas de la pureza de la fe católica so pretexto de alabar a la criatura.

Capítulo V
Cómo los pelagianos alaban el matrimonio y la ley
9. Pasando a tratar ahora de la alabanza del matrimonio, ¿de qué les sirve contradecir con el lenguaje de la verdadera piedad a los maniqueos, que hacen autor del matrimonio no al Dios verdadero y bueno, sino al príncipe de las tinieblas, diciendo: El Señor dice en el Evangelio: "El que los creó desde el principio los hizo varón y hembra, 21 y dijo: Creced y multiplicaos y llenad la tierra 22 Lo que Dios, pues, unió, el hombre no lo separe?" 23 ¿De qué les sirve valerse de la verdad para persuadir la mentira? Porque dicen esto para hacer creer que los niños nacen libres de toda mancha y que así no tienen necesidad de ser reconciliados con Dios por Cristo, ya que no tienen ningún pecado original a causa del cual sea necesario a todos la reconciliación por medio de uno que entró sin pecado en el mundo: como la enemistad de todos con Dios ha sido causada por aquel por quien entró el pecado en el mundo. Ésta es la fe católica, en la que se salva la naturaleza humana sin dejar de alabar el matrimonio, porque alabanza de la criatura es la honesta conmixtión de los sexos, no la injusta defensa de los vicios. Por tanto, cuando éstos tratan, alabando el matrimonio, de hacer pasar a los hombres del bando de los maniqueos al suyo, lo que intentan es hacerles cambiar de enfermedad, no curarlos.
10. Y en cuanto a la alabanza de la ley, ¿qué les aprovecha confesar la verdad contra los maniqueos, cuando quieren concluir de aquí la falsedad que defienden contra la doctrina católica? Porque dicen: Confesamos que también la antigua ley fue justa, y santa, y buena, 24 según el Apóstol, la cual pudo dar la vida eterna a los que guardaban sus mandamientos, viviendo justamente por la fe, como fueron los patriarcas y profetas y todos los santos. Con palabras muy hábilmente citadas ensalzan la ley contra la gracia. Porque aquella ley, aunque justa, y santa, y buena, no pudo dar la vida eterna a todos aquellos hombres de Dios, sino la fe que se tiene por Cristo. Pues ésta es la fe que obra por la caridad, 25 no según la letra, que mata, sino según el espíritu, que vivifica; 26 a la cual gracia conduce amenazando, como el pedagogo, 27 con el castigo de la transgresión la ley que prohíbe, a fin de que se dé al hombre lo que ella no puede dar. A estas palabras de los tales, con las que dicen que la ley pudo dar la vida eterna a los profetas y patriarcas y a todos los santos, responde el Apóstol: Si por la ley se alcanzase la justicia, entonces Cristo hubiese muerto en vano 28 Si de la ley dependiera la herencia, ya no procedería de la promesa 29 Si los hijos de la ley son herederos, anulada queda la fe y abolida la promesa 30 Que en virtud de la ley nadie se justifica en la presencia de Dios, es cosa manifiesta, porque el justo vive de la fe. Ahora bien, la ley no procede por vía de fe, sino el que hiciere estas cosas vivirá por ellas 31
Está claro que este testimonio de la ley citado por el Apóstol se refiere a la vida temporal, por temor de perder la cual cumplían los hombres las obras de la ley, no en virtud de la fe, porque la misma ley mandaba que se diese muerte a los transgresores de la ley. Y si ese testimonio tiene un sentido más profundo y se refieren a la vida eterna las palabras el que hiciere estas cosas vivirá por ellas, 32 hemos de decir que se ha puesto aquí de relieve la pujanza de la ley a fin de que la flaqueza del hombre, de suyo insuficiente para hacer lo que la ley prescribe, buscase en virtud de la fe la ayuda en la gracia de Dios, por cuya misericordia se otorga la misma fe. Porque así es como se tiene la fe: Según la medida de la fe que Dios dio a cada uno 33 Pues si no tienen de sí mismos, sino que reciben el espíritu de virtud, de caridad y de continencia, por lo que dice el mismo Doctor de las Gentes: No nos dio Dios un espíritu de temor, sino de fortaleza, y de caridad, y de templanza, 34 también se recibe el espíritu de fe, del que dice: Teniendo el mismo espíritu de fe. Dice, pues, bien la ley: El que los guardare vivirá por ellos 35 Mas para guardarlos y vivir por ellos es necesaria no la ley que manda esto, sino la fe que lo impetra, la cual a su vez lo recibe por la gracia.
11. Pero nunca estos enemigos de la gracia arman con más disimulo emboscadas para combatir la misma gracia como cuando alaban la ley, que, no hay duda, es digna de alabanza. Con variedad de frases y palabras, en todas sus disputas quieren que por la ley se entienda la gracia en el sentido de que recibimos de Dios nuestro Señor la ayuda del conocimiento por el que conocemos lo que debemos hacer, no la inspiración del amor para obrar con amor santo lo que conocemos que se debe obrar, en lo que consiste propiamente la gracia. Pues el conocimiento de la ley sin la caridad hincha, pero no edifica, como clarísimamente dice el Apóstol: La ciencia hincha, mas la caridad edifica; 36 sentencia que se parece a aquella otra: La letra mata, el espíritu vivifica 37 Pues lo mismo quiere decir la ciencia hincha que la letra mata, lo mismo la caridad edifica que el espíritu vivifica, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos fue dado 38 Así pues, el conocimiento de la ley hace al transgresor orgulloso; gracias al don de la caridad siéntese deleite en cumplir la ley. No anulamos, pues, la ley por la fe, sino que afianzamos la ley, 39 la cual conduce con sus amenazas a la fe. Pues la ley produce cólera 40 a fin de que al hombre, atemorizado y determinado a cumplir la justicia de la ley, conceda la misericordia de Dios la gracia por Jesucristo nuestro Señor, que es la misericordia de Dios, 41 de la que está escrito: En sus labios lleva la ley y la misericordia: 42 la ley para atemorizar, la misericordia para ayudar; la ley por ministerio de su siervo, la misericordia por sí mismo; la ley como el bastón que envió Eliseo para resucitar al hijo de la viuda, y no resucitó: Porque, si hubiera sido una ley capaz de vivificar, entonces realmente de la ley procedería la justicia; 43 la misericordia como en el mismo Eliseo, el cual, por ser figura de Cristo, se unió al muerto para darle vida, como para significar el gran sacramento del Nuevo Testamento 44

Capítulo VI
De las alabanzas tributadas por los pelagianos al libre albedrío
12. Prosigamos. ¿De qué les sirve alabar, en contra de los maniqueos, el libre albedrío, citando a este propósito el testimonio del profeta: Si accedéis y me escucháis, comeréis los frutos buenos; mas si os negáis y os rebeláis, por la espada seréis devorados; 45 si, más bien que defender el libre albedrío contra los maniqueos, lo que hacen es ensalzarlo contra los católicos? Porque interpretan las palabras Si quisiereis y me escuchareis como si en la misma voluntad precedente estuviera incluido el mérito de la gracia subsiguiente, y así la gracia ya no es gracia, pues no es gratuita si se da como pago. Si ellos entendiesen el pasaje en cuestión: Si quisiereis y me escuchareis, confesando que prepara aun la misma buena voluntad aquel de quien está escrito: Dios dispone la voluntad, 46 citarían como católicos este testimonio y no sólo rebatirían victoriosamente la herejía maniquea, sino que, además, no inventarían esta nueva herejía pelagiana.
13. ¿De qué les sirve alabar el libre albedrío diciendo que la gracia ayuda al buen propósito de todo hombre? A esto se le podría dar un sentido católico, si en el buen propósito no supusieran el mérito al cual se deba conceder la recompensa como deuda, no como gracia; sino que entendieran y confesaran que el mismo buen propósito, al que luego ayuda la gracia, no pudo existir en el hombre si no hubiera precedido la gracia. Porque ¿cómo puede estar en mano del hombre el buen propósito si se prescinde de la misericordia del Señor, cuando la voluntad buena es precisamente la que Dios prepara? Lo que después de las palabras: Que la gracia ayuda al buen propósito de todo, añadieron: pero sin dar el deseo de la virtud a quien hace resistencia, podría tener un sentido ortodoxo si no lo dijeran estos cuyo pensamiento es bien conocido. Porque en favor de quien resiste la misma gracia de Dios obtiene que oiga primero el divino llamamiento, y luego, en cesando la resistencia, enciende en él el deseo de la virtud. Pero siempre, en todo cuanto uno hace agradando a Dios, le previene su misericordia, 47 que es lo que éstos no admiten, porque no quieren ser católicos, sino pelagianos. Porque siente gran placer la orgullosa impiedad en que aquello mismo que se ve obligada a confesar como don de Dios, no parezca don que recibe, sino pago, es decir, parezca que ellos, los hijos de la perdición y no de la promesa, se han hecho buenos a sí mismos y que Dios, después que ellos se han hecho buenos, les ha pagado esta obra con el debido premio.
14. De tal manera les ha obstruido los oídos la soberbia, que no oyen aquello: ¿Qué tienes que no hayas recibido? 48 No oyen: Sin mí no podéis hacer nada 49 No oyen: La caridad procede de Dios 50 No oyen: A cada cual repartió Dios la medida de la fe 51 No oyen: El Espíritu sopla donde quiere 52 Y aquello: Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son los hijos de Dios 53 No oyen: Nadie puede venir a mí si no le fuere concedido por mi Padre 54 No oyen lo que dice Esdras: Bendito es el Dios de nuestros padres, que inspiró al corazón del rey el que glorificara su casa de Jerusalén 55 No oyen lo que dice el Señor por Jeremías: E infundiré mi temor en su corazón para que no se aparten de mí y los visitaré para hacerlos buenos 56 Y sobre todo lo que dice por el profeta Ezequiel, mostrando clarísimamente Dios que no son las buenas obras de los hombres las que le mueven a hacerlos buenos, esto es, obedientes a sus mandatos, sino que les otorga estos bienes a cambio de males, por consideración de sí mismo y no de ellos. Pues dice: Así habla el Señor, Yahvé: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino más bien por el honor de mi nombre, profanado por causa vuestra entre las gentes a que habéis ido. Yo santificaré mi nombre grande, profanado entre las gentes a causa de vosotros en medio de ellas, y sabrán las gentes que yo soy Yahvé, dice el Señor, Yahvé, cuando me santificare en vosotros a sus ojos. Yo os tomaré de entre las gentes, y os reuniré de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y os asperjaré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo. Os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra.
Y poco después dice por el mismo profeta: No lo hago por vosotros, dice el Señor, Yahvé; sabedlo, confundíos y avergonzaos de vuestras obras, ¡oh casa de Israel! Así habla el Señor, Yahvé: El día en que os habré purificado de todas vuestras iniquidades, repoblaré las ciudades y reconstruiré las ruinas. La tierra desolada, en que el caminante no ve más que desolación, volverá a ser labrada, y se dirá: Aquella tierra inculta se ha convertido en jardín; las ciudades arruinadas, asoladas y desiertas están fortificadas, y los pueblos que en torno vuestro han sido dejados, sabrán que yo, Yahvé, he reedificado vuestras derribadas ruinas y repoblado de árboles la tierra devastada. Yo, Yahvé, lo he dicho y lo haré. Así dice el Señor, Yahvé: Aun a esto más me dejaré yo inducir a hacer por la casa de Israel: multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños; a modo de ovejas consagradas, de ovejas de Jerusalén en sus solemnidades, así serán las ciudades arruinadas, llenas de rebaños humanos, y sabrán que yo soy el Señor 57
15. Después de esto, ¿le ha quedado algo a esta piel de muerto para pavonearse y desdeñarse, cuando se gloría, de gloriarse en el Señor? ¿Qué razones puede invocar cuando, alegando cuanto hubiese hecho a fin de que, en atención a este mérito precedente del hombre, Dios haga, consiguientemente, lo que hace digno al hombre, se le responderá, se le argüirá, se le contradirá: Así habla el Señor: Yo lo hago, pero por consideración a mi santo nombre, no por vosotros? No hay argumento más fuerte para desbaratar a los pelagianos, que dicen que la gracia de Dios se da en pago de nuestros méritos. Lo cual condenó el mismo Pelagio, si no retractándose, al menos por temor de los jueces de Oriente. Nada destruye tanto la presunción de aquellos que dicen: "Somos nosotros quienes obramos de tal manera que merecemos que Dios lo haga también con nosotros".
No es Pelagio quien os responde, es el mismo Señor: Yo lo hago, y no por vosotros, sino por mi santo nombre. Porque ¿qué bien podéis hacer si el corazón no es bueno? Pues para que tengáis buen corazón, os daré, dice, un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por ventura podéis decir: Antes hemos andado el camino de sus mandamientos y dictámenes y nos hicimos dignos de que nos concediera su gracia? ¿Cómo podríais obrar el bien siendo malos, y cómo haríais estas obras buenas si no fuerais buenos? Pues ¿quién hace que los hombres sean buenos sino aquel que dijo: Los visitaré para hacerlos buenos? Y que también dijo: Y os infundiré mi espíritu y haré que caminéis en mis preceptos y practiquéis mis dictámenes. ¿No despertáis aún? ¿Todavía no escucháis: Haré que caminéis, haré que guardéis; finalmente, haré que hagáis? ¿Seguís inflándoos? Nosotros somos los que caminamos, ello es cierto; nosotros los que guardamos, nosotros los que hacemos; pero Él hace que caminemos, que guardemos, que hagamos. Esta es la gracia de Dios, que nos hace buenos; ésta la misericordia preveniente de Dios. ¿Cuáles son los méritos de las ciudades que están desiertas, y asoladas, y destruidas, y que, esto no obstante, han de ser reedificadas, y cultivadas, y fortificadas? ¿Acaso lo serán en premio de su ruina y asolamiento y destrucción? Nada de eso. Porque éstos son malos méritos, y aquéllas, dádivas buenas. Los males se pagan con bienes; luego éstos son gratuitos y, por tanto, no debidos, sino que son gracia. Yo, dice el Señor, yo el Señor. ¿No te abruma esta voz, ¡oh soberbia humana!, que dices: "Yo obro de suerte que merezco ser reedificada y plantada"? Pues ¿no estás oyendo: No lo hago esto por vosotros. Yo, el Señor, edifiqué las ciudades destruidas y planté las exterminadas; yo, el Señor, lo prometí y lo ejecuté, pero no por vosotros, sino por mi santo nombre?
¿Quién es el que multiplica los hombres como ovejas, como ovejas santas, como las ovejas de Jerusalén? ¿Quién hace que aquellas ciudades desoladas se llenen de hombres, ovejas suyas, sino el que a continuación dice: Y sabrán que yo soy el Señor? ¿Y de qué ovejas llena, como prometió, las ciudades? ¿Por ventura de las que encontró o, más bien, de las que Él hizo? Preguntemos al salmo; escuchemos lo que responde: Venid, adoremos, postrémonos ante su acatamiento y lloremos ante Él que nos creó, pues Él es el Dios nuestro, y nosotros el pueblo que Él apacienta, las ovejas que él guía 58 Él, pues, es quien hace las ovejas con que llena las ciudades desoladas. ¿Y qué tiene esto de extraño, si es a la oveja única, la Iglesia, de la que son miembros todas las ovejas-hombres, a la que se dice: Porque yo soy el Señor que te hago? ¿A qué me vienes tú con el libre albedrío, que no será libre para obrar la justicia si no fueres oveja? Quien hace las ovejas-hombres es el mismo que libera las voluntades humanas para que obedezcan santamente.
16. ¿Y por qué razón aquel en quien no cabe acepción de personas a estos hombres los hace ovejas suyas y a esos otros no las hace? 59 Ésta es la cuestión planteada por algunos con más curiosidad que perspicacia, y a la cual responde el Apóstol: ¿Tú quién eres, que plantas cara a Dios? ¿Por ventura dirá la masa de barro al que la modeló: "¿Por qué me hiciste así?" 60 Es ésta una cuestión tan profunda, que el mismo Apóstol, al querer sondearla, sintió como pavor y exclamó: ¡Oh profundidad de la riqueza, y de la sabiduría, y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e irrastreables sus caminos! Pues ¿quién conoció el camino del Señor o quién fue su consejero? ¿O quién le dio primero y se le recompensará? Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas: a Él la gloria por los siglos 61
No osen, pues, sondear esta insondable cuestión los que, defendiendo el mérito como preexistente a la gracia, y, por tanto, defendiéndolo contra la gracia, pretenden dar ellos primero a Dios a fin de que se les retribuya; es decir, pretenden dar primero algo en virtud del libre albedrío para que se les retribuya la gracia como premio; y entiendan prudentemente, o crean fielmente, que aun aquello que a ellos se les antoja dan primero, lo han recibido de aquel de quien proceden todas las cosas, por quien son todas las cosas, en quien están todas las cosas. Y antes de preguntar por qué éste recibe y aquél no recibe, siendo así que ninguno de los dos lo merecen recibir y por qué, sea quien quiera el que recibe, recibe gratuitamente, midan sus fuerzas y no intenten escrutar lo que está sobre ellas 62 Básteles saber que no hay injusticia en Dios. Pues no habiendo hallado el Apóstol ningún mérito por el que Jacob aventajara a su hermano gemelo, dice: ¿Qué diremos, pues? ¿Por ventura hay injusticia en Dios? ¡Eso no! Porque a Moisés dice: "Me compadeceré de quien me compadezca y me apiadaré de quien me apiade". Así pues, no está en que uno quiera ni en que uno corra, sino en que se compadezca Dios. Séanos, pues, grata su gratuita compasión, aunque quede por resolver cuestión tan profunda. Por más que se resuelve de algún modo, como la resolvió el mismo Apóstol diciendo: Si, para mostrar Dios su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha longanimidad a los vasos de ira aptos para la perdición, y, al contrario, quiso hacer ostentación de la riqueza de su gloria sobre los vasos de su misericordia que Él preparó para la gloria 63 No se hace uso de la ira, sino es merecida, para que no haya injusticia en Dios; mas, cuando se otorga la misericordia indebida, tampoco hay injusticia en Dios. Y por aquí vienen a entender los vasos de misericordia cuán gratuitamente se les otorga la misericordia, puesto que a los vasos de ira, a los que los une una causa y masa común de perdición, se les paga con la ira debida y justa. Y hagamos ya punto final en lo que llevamos dicho contra los que quieren destruir la liberalidad de la gracia con la libertad de albedrío.

Capítulo VII
La alabanza de los santos, la santidad de la Iglesia y los sofismas de los pelagianos
17. Cuanto a la alabanza de los santos, al no querer éstos que nosotros, a semejanza del publicano, tengamos hambre y sed de la justicia, sino que, dominados por la vanidad del fariseo, la eructemos como quien está harto, 64 ¿de qué les sirve decir contra los maniqueos, que niegan el bautismo, que el bautismo obra una renovación completa en los hombres, citando a este propósito el testimonio del Apóstol, que asegura que por el baño del agua la Iglesia procedente de la gentilidad se hace santa e inmaculada, 65 si, por otra parte, soberbia y perversamente esparcen a los cuatro vientos escritos contrarios a las mismas oraciones de la Iglesia? Porque dicen eso para que se entienda que la Iglesia, después del bautismo, en que se perdonan todos los pecados, no tiene ya pecado; siendo así que ella, de uno al otro confín del mundo, clama al Señor con todos sus hijos: Perdónanos nuestras deudas 66
¿Qué significa el hecho de que, cuando ellos mismos son preguntados acerca de esto, no saben qué responder? Pues, si dijeren que no tienen pecado, les responde San Juan que se engañan a sí mismos y no hay en ellos verdad 67 Mas si confiesan sus pecados, puesto que quieren ser miembros de Cristo, ¿cómo este cuerpo, es decir, la Iglesia, vivirá en este mundo sin ninguna mancha ni arruga, 68 cuando sus miembros confiesan con verdad que tienen pecado? Por tanto, en el bautismo se perdonan todos los pecados y, mediante el baño del agua por la palabra, la Iglesia es presentada a Cristo sin mancha ni arruga. Porque, si no hubiese sido bautizada, en vano diría: Perdónanos nuestras deudas, hasta que sea conducida a la gloria, donde de manera más perfecta carecerá de mancha y arruga.
18. Hay que confesar asimismo que el Espíritu Santo no sólo ayudó también en los antiguos tiempos a las almas buenas, lo cual éstos admiten, sino que además las hizo buenas, que es lo que niegan. No hay duda tampoco de que, asimismo, todos los profetas y apóstoles y santos, tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo, alabados por Dios, fueron justos, no comparados con los malvados, sino con la regla de las virtudes; lo cual es contrario a la doctrina de los maniqueos, que blasfeman de los patriarcas y profetas; pero también es contrario a los pelagianos, pues si a todos se les preguntase acerca de sí mismos cuando vivían en carne, todos a una voz responderían: Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay en nosotros verdad 69
No se puede negar que en la otra hay pago, tanto de las buenas como de las malas obras, y que a nadie se manda allí cumplir los preceptos que aquí despreció, y que habrá allí, cuando ya no pueda existir el pecado, hartura de la justicia perfecta, hartura de que tienen aquí hambre y sed los santos; que se espera aquí en virtud de un mandamiento y se goza allí como premio, impetrándolo con las limosnas y oraciones, para que, si no se ha guardado aquí perfectamente algún mandamiento, quede sin castigo por el perdón de los pecados.
19. Siendo esto así, dejen los pelagianos de simular que lo que pretenden alabando arteramente estas cinco cosas, a saber: con la alabanza de la criatura, y del matrimonio, y de la ley, y del libre albedrío, y de los santos, es arrancar a los hombres de las redes de los maniqueos para enredarlos en sus propias redes; es decir, negar el pecado original, y negar a los párvulos la ayuda del médico, Cristo, y decir que la gracia se da por nuestros méritos, y, por tanto, la gracia ya no es gracia; 70 y decir que los santos no tuvieron pecado en esta vida, y negar de esta suerte la oración, que enseñó a los santos el que no tenía pecado y por quien se perdona a los santos, cuando oran, el pecado. Con miras a persuadir estos tres males embaucan a los hombres incautos e iletrados con la alabanza engañosa de aquellos cinco bienes. Paréceme que acerca de todas estas cosas he dado cumplida respuesta a la cruelísima, impiísima y orgullosísima vanidad de los pelagianos.

Capítulo VIII
Testimonio de San Cipriano acerca del pecado original
20. Mas, puesto que dicen: Nuestros enemigos han entendido nuestras doctrinas con odio de la verdad y que en todo el Occidente este dogma, tan necio como impío, ha sido universalmente recibido, y se quejan de que, para confirmar esto, se ha arrancado por la fuerza la firma a obispos ingenuos en sus sedes sin reunirlos en concilio, 71 cuando la verdad es que la Iglesia de Cristo, así del Occidente como del Oriente, ha mirado con horror la novedades impías de sus doctrinas, creo es mi obligación no solamente citar contra ellos el testimonio de las Escrituras canónicas, como lo hemos hecho hasta la saciedad, sino alegar también algunas pruebas tomadas de los escritos de los santos que antes de nuestro tiempo las estudiaron, ganándose universalísima fama y renombre; y no porque a la autoridad de cualquier controversista demos el mismo valor que el que damos a los libros santos, como si lo que algún católico dice no lo pueda decir en absoluto ningún otro católico mejor y con más verdad, sino para advertir a los que piensan que los pelagianos enseñan algo importante, cómo los obispos católicos, antes de que se oyese la vana palabrería de los pelagianos, entendieron las sentencias divinas que versan acerca de esta materia, y sepan que nosotros defendemos la sana y antiquísima fe católica contra la desertora presunción y nocividad de los herejes pelagianos.
21. El mismo corifeo de estos herejes, Pelagio, cita elogiosamente, como se merece, al bienaventurado San Cipriano -gloriosísimo, además, por la corona del martirio y conocidísimo no sólo en las iglesias de África y de Occidente, sino también en las del Oriente por la fama que lo aplaude y pregona por todo el mundo sus escritos- cuando, escribiendo el libro de los Testimonios, dice que sigue el ejemplo del Santo dedicando ese libro a Romano, como San Cipriano había dedicado el suyo a Quirino. Veamos, pues, lo que pensaba San Cipriano acerca del pecado original, que por un hombre entró en el mundo 72
En la epístola De las obras y de las limosnas 73 se expresa así: Habiendo sanado el Señor en su venida las heridas de Adán y habiéndolo curado del antiguo veneno de la serpiente, mandó y ordenó al hombre curado que no pecara en adelante, para que no le acaeciera algo peor 74 Estábamos atados y cruelmente encarcelados por la pérdida de la inocencia, y nada podría hacer la débil flaqueza humana si de nuevo la divina piedad, viniendo en su auxilio, no mostrara con las obras de justicia y misericordia un medio de asegurar la salvación, de modo que borremos con las limosnas cualquier pecado que en lo sucesivo cometamos 75 Con este testimonio refuta este testigo dos falsedades de los pelagianos: una, que consiste en decir que el género humano no hereda ningún pecado de Adán, y la segunda, cuando afirman que los santos no tienen ningún pecado después del bautismo.
Dice también en la misma epístola: 76 Consideren atentamente todos que el diablo, acompañado de sus siervos, o sea del pueblo de la condenación y de la muerte, sale al medio y, con el mismo examen de comparación, acusa al pueblo de Cristo, estando presente y actuando como juez el mismo Cristo, diciendo: "Yo no he recibido por estos que aquí ves bofetadas, ni he padecido azotes, ni he llevado la cruz, ni he derramado la sangre, ni he redimido a mi familia con el precio de la pasión y de la sangre, pero ni siquiera les he prometido el reino de los cielos, ni los llevo de nuevo al paraíso, devolviéndoles la inmortalidad". Dígannos los pelagianos cuándo hemos vivido en la inmortalidad del paraíso y cómo fuimos expulsados de él para ser otra vez llevados allí por la gracia de Cristo. Y como no sabrán qué responder en defensa de su perversidad, oigan cómo entendió San Cipriano lo que dice el Apóstol: En el que todos pecaron; 77 y no osen calumniar los pelagianos, nuevos herejes, a ningún católico poniéndole el sambenito de hereje maniqueo, porque quedarán convictos de ofender con tan criminal calumnia la memoria del antiguo mártir San Cipriano.
22. En la epístola que lleva por título La mortalidad dice: 78 Se acerca, hermanos carísimos, el reino de Dios; el premio de la vida, y el gozo de la salud eterna, y la perpetua alegría y la posesión poco antes perdida del paraíso, se acercan según pasa el mundo.
Leemos en la misma epístola: 79 Abrácenos aquel día que ha de señalar a cada uno su morada, aquel día que nos ha de devolver, libres ya de estas ataduras y desatados los lazos del siglo, al paraíso y al reino.
En la epístola Sobre la paciencia: 80 Tengamos, dice, presente la sentencia impuesta en el principio del mundo a Adán por haberse olvidado del precepto y haber desobedecido la ley recibida; así aprenderemos cuán sufridos debemos ser en este mundo nosotros, que nacemos con el signo de la angustia y de la lucha. "Porque has oído, dice, la voz de tu mujer, comiendo del único árbol del que te prohibí comer, por ti será maldita la tierra en todos tus trabajos; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra... pues de ella has sido formado, ya que polvo eres y al polvo volverás" 81 Estamos todos fuertemente atados y apretados con la cadena de esta sentencia hasta que, vencida la muerte, salgamos de este siglo.
Y en otro pasaje de la misma epístola se lee: 82 Habiendo perecido en aquella primera transgresión del precepto la salud del cuerpo junto con la inmortalidad, y habiéndose seguido la flaqueza y la muerte, y no pudiendo recuperarse la salud sino cuando se recobre la inmortalidad, es necesario, en tanto dure la flaqueza y debilidad del cuerpo, luchar sin cesar y combatir. Y esta lucha y combate no se pueden sostener sino con las fuerzas de la paciencia.
23. En la epístola que juntamente con otros 66 obispos escribió al obispo Fido, quien le había consultado, citando la ley de la circuncisión, si era lícito bautizar a los niños antes del octavo día después de su nacimiento, trátase esta cuestión ni más ni menos que si providencialmente la Iglesia refutara a los herejes pelagianos de los siglos venideros. Pues no es que el consultante dudara de que los que nacen heredan el pecado original, que deben borrar renaciendo -nada más absurdo que pensar que la fe cristiana haya padecido dudas acerca de esta sentencia-, sino que dudaba de si el baño de regeneración, por el que se sabía se había de perdonar el pecado original, debía administrarse antes de que transcurriesen ocho días. Contestando a esta consulta, dice el beatísimo Cipriano: 83 En lo tocante al bautismo de los niños, los cuales dices no conviene sean bautizados antes de transcurrido el segundo o tercer día después del nacimiento; y que hay que tener en cuenta la ley de la antigua circuncisión, 84 nuestro parecer en el concilio ha sido enteramente contrario. Porque nadie opina que se haya de hacer lo que tú creías, sino que, antes bien, todos hemos creído que a ningún hombre nacido debe negarse la gracia de Dios misericordioso. Pues diciendo el Señor en su Evangelio: "El Hijo del hombre no ha venido a perder las almas de los hombres, sino a salvarlas", 85 en cuanto dependa de nosotros, ni un alma, si es posible, ha de perderse.
Y poco más adelante: Y nadie debe sentir repugnancia de hacer lo que el Señor se dignó hacer. Pues aunque el niño sea recién nacido, no hay por qué sentir repugnancia de él al besarle, dándole la gracia y la paz, ya que, al dar el ósculo al niño, cada uno de nosotros debe pensar, según su propia devoción, en las manos divinas que acaban de terminar su obra, las cuales besamos en el nuevo hombre recién nacido cuando abrazamos lo que Dios hizo 86
Y poco más adelante agrega: Además, si hubiese algo que pudiese impedir a los hombres la consecución de la gracia, serían más bien los pecados muy graves los que impedirían a los adultos y provectos y de más edad el recibirla. Ahora bien, si a los mayores pecadores, y que antes han ofendido mucho al Señor, se les concede el perdón de los pecados y nadie queda excluido del bautismo ni de la gracia, ¿cuánto más no debe quedar excluido el niño recién nacido, que ningún pecado ha cometido, fuera de haber incurrido, por haber nacido según la carne de Adán, en el contagio de la primera muerte con el primer nacimiento; que se acerca para obtener el perdón de los pecados tanto más fácilmente cuanto que no se le perdonan pecados propios, sino ajenos? 87
24. ¿Qué replican a esto los que, además de desertores, son también perseguidores de la gracia de Dios? ¿Qué replican? ¿Cómo se nos devuelve la posesión del paraíso? ¿Cómo somos de nuevo conducidos al paraíso, si nunca estuvimos allí? ¿O cómo estuvimos allí sino porque estuvimos en Adán? ¿Y cómo reza con nosotros la sentencia dictada contra el transgresor, si no heredamos del transgresor el pecado? Finalmente, juzga que deben ser bautizados aun antes de los ocho días para que no perezcan las almas de los niños por el contagio de la antigua muerte, contraído en el primer nacimiento. ¿Cómo perecen, si los que nacen de padres fieles no están sujetos al demonio hasta tanto que renazcan en Cristo y, libertados del poder de las tinieblas, sean trasladados a su reino? 88
¿Y quién es el que dice que han de perecer las almas de los que nacen si no renacen? Pues no otro sino el que de tal suerte alaba al Creador y a la criatura, al artífice y a la obra, que, invocando la veneración debida al mismo Creador, reprende y corrige la natural repugnancia que retrae a los hombres de besar a los niños recién nacidos, diciendo que, al besar a tan tiernos niños, se ha de pensar en las manos de Dios, que acaban de terminar su obra. ¿Acaso por confesar el pecado original condenó la naturaleza o el matrimonio? ¿Acaso por aplicar al reo que nace de Adán el baño de la regeneración, negó al Dios creador de los que nacen? ¿Acaso porque, temiendo que pereciesen las almas en cualquier edad, juzgó con el concilio de los obispos que debían ser liberadas aun antes de los ocho días después del nacimiento, condenó el matrimonio, ya que hace ver en el niño nacido de matrimonio o de adulterio, pero porque es hombre, las manos aún húmedas de Dios, dignas del ósculo de paz? Si, pues, el santo obispo y mártir gloriosísimo Cipriano juzgó que el pecado original de los niños debía sanarse con la medicina de Cristo, dejando a salvo la alabanza de la criatura, dejando a salvo la alabanza del matrimonio, ¿por qué la nueva peste, no osando llamar maniqueo a Cipriano, se atreve a achacar a los católicos, que esto defienden, un crimen ajeno con el fin de encubrir su propio crimen? He aquí que el celebérrimo expositor de la palabra divina, aun antes de que el más ligero rumor de la peste maniquea se esparciera por nuestra tierra, confiesa, sin condenar en absoluto la obra divina ni el matrimonio, el pecado original, sin decir que Cristo estuviese manchado con ningún género de pecado, ni tampoco parangonando con Él la carne de pecado de los demás nacidos, a los que otorga, por la semejanza de la carne de pecado, el remedio del bautismo; ni se siente embarazado por la difícil cuestión del origen de las almas, para confesar que los que son liberados por la gracia de Cristo retornan al paraíso. ¿Dice por ventura que la muerte ha pasado de Adán a los hombres sin el contagio del pecado? Pues dice que por el bautismo se ha de socorrer a los niños aun recién nacidos, no para evitar la muerte del cuerpo, sino a causa del pecado que entró por un hombre en el mundo.

Capítulo IX
Testimonio de San Cipriano acerca de la gracia de Dios
25. Es evidente que San Cipriano, al hablar de la oración dominical, predicó contra éstos la gracia de Dios. Porque dice: 89 Decimos santificado sea tu nombre, no porque deseemos a Dios que Él sea santificado con nuestras oraciones, sino porque le pedimos que su nombre sea santificado en nosotros. Fuera de eso, ¿por quién es santificado Dios siendo Él el que santifica? Mas como Él dijo: "Seréis santos, porque yo soy santo", 90 pedimos y rogamos que los que hemos sido santificados en el bautismo perseveremos en lo que comenzamos a ser.
Y en otro pasaje de la misma epístola dice: 91 Añadimos y decimos también: "Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra", no para que Dios haga lo que quiere, sino para que nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Porque ¿quién puede oponerse a Dios de modo que Dios deje de hacer lo que quiere? Mas como el demonio nos hace guerra a nosotros, a fin de que nuestra alma y nuestros actos todos se conformen con la voluntad de Dios, oramos y pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios. Y para que ésta se haga se necesita la voluntad de Dios, o sea, su ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino que está firme por la voluntad y misericordia de Dios.
Y en otro lugar escribe: 92 Pedimos que se haga la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra, lo cual se refiere a la perfección de nuestra incolumidad y salvación. Porque, como tenemos un cuerpo terreno y un espíritu celestial, somos tierra y cielo, y rogamos que en uno y en otro, esto es, en el cuerpo y en el espíritu, se haga la voluntad de Dios. Porque hay lucha entre la carne y el espíritu y diario combate al pelear el uno contra el otro, de manera que no hacemos lo que queremos, puesto que el espíritu anhela las cosas celestiales y divinas, y la carne lo terreno y mundano. Y por eso pedimos que por obra y ayuda de Dios hay concordia entre los dos, de modo que, haciendo en el espíritu y en la carne la voluntad de Dios, el alma, que ha renacido por él, se salve. Lo cual enseña clara y manifiestamente el apóstol San Pablo: "Pues la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis" 93
Y un poco más adelante: 94 Puede también entenderse, amadísimos hermanos, de esta manera que, puesto que el Señor enseña y manda amar aun a los enemigos, y orar incluso por los que nos persiguen, 95 pidamos también por los que todavía son tierra y no son aún celestiales, a fin de que se haga respecto de ellos la voluntad de Dios, como la hizo Cristo conservando y reparando al hombre.
Y en otro pasaje: 96 Pedimos que se nos dé todos los días este pan, no sea que los que vivimos en Cristo y diariamente tomamos la Eucaristía como alimento de salvación, al no poder, a causa de algún grave delito, recibir el pan celestial, excluidos como estamos de la comunión, seamos separados del cuerpo de Cristo.
Y un poco más adelante, en la misma epístola: 97 Cuando oramos para no entrar en la tentación, 98 somos advertidos de nuestra flaqueza y debilidad para que nadie se engría insolentemente, para que nadie con soberbia y arrogancia se atribuya algo, para que nadie se atribuya a sí mismo la gloria de la confesión y del martirio, ya que el mismo Señor ha dicho enseñando la humildad: "Velad y orad para que no entréis en la tentación; el espíritu sí está animoso, mas la carne es flaca"; 99 de modo que, yendo por delante la confesión humilde y sumisa y atribuyendo todo a Dios, cuanto por la oración se pide a Dios, teniendo presente su santo temor y su gloria, se nos conceda por su piedad.
También en el libro tercero de la obra dedicada a Quirino, que Pelagio quiere imitar, dice así: 100 De nada hemos de gloriarnos, ya que nada es nuestro. Y abonando esta sentencia con testimonios divinos, cita, entre otros, este pasaje del Apóstol, con el que hasta para cerrarles la boca a estos: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? 101
En la epístola Sobre la paciencia escribe: 102 Esta virtud nos es común con Dios: en Él tiene su principio, de Él procede su nobleza y dignidad; el orden y sublimidad de la paciencia reconoce por autor a Dios.
26. ¿Por ventura este Santo, maestro tan celebrado de la palabra de la verdad en las iglesias, niega el libre albedrío de los hombres por hacer a Dios causa total de nuestra vida virtuosa? ¿Por ventura vitupera la ley de Dios cuando da a entender que el hombre no es justificado en virtud de ella, ya que declara que lo que ella manda se ha de alcanzar de Dios con oraciones? ¿Por ventura con el nombre de gracia quiere significar el hado, aunque diga que de nada hemos de gloriarnos, puesto que nada es nuestro? ¿Por ventura cree, como éstos, que el Espíritu Santo es ayuda de la virtud en el sentido de que esta virtud, que recibe ayuda de Él, procede de nosotros, cuando, diciendo que nada es nuestro, trae a este propósito lo que dijo el Apóstol: Pues qué tienes que no hayas recibido? ¿O dice que una virtud excelentísima, la paciencia, tiene su principio en nosotros y después es ayudada por el Espíritu de Dios, sino que dice que en Él tiene su principio y su origen? Por último, que ni el buen propósito, ni el deseo de la virtud, ni los buenos pensamientos comienzan a existir en el hombre sin la gracia de Dios, lo confiesa al decir que no hemos de gloriarnos de nada, puesto que nada es nuestro. ¿Qué cosa tan sujeta al libre albedrío como lo que la ley dice: que no se deben adorar los ídolos ni cometer adulterio ni homicidio? Estos crímenes u otros semejantes son los que, si alguien los comete, le apartan de la comunión del cuerpo de Cristo. Y, sin embargo, si el beatísimo Cipriano pensase que bastaba nuestra voluntad para no cometerlos, no entendería que decíamos en la oración el pan nuestro de cada día dánosle hoy en el sentido de que nosotros pedimos que no seamos apartados del pan celestial y de la comunicación por causa de un grave delito, separados del cuerpo de Cristo.
Respondan estos herejes de nuevo cuño qué buenos méritos precedentes hay en los enemigos del nombre cristiano. Porque no sólo no tienen nuevos méritos, sino que los tienen pésimos. Y, esto no obstante, San Cipriano entiende que decimos en la oración: Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra, a fin de que oremos por ellos, que por esa razón son designados con el nombre de tierra. Oramos, por tanto, no sólo por los que no quieren, sino también por los que resisten y combaten. ¿Qué es, pues, lo que pedimos sino que pasen del no querer al querer, del resistir al consentir, del combatir al amar? ¿Y quién ha de hacer esto sino aquel de quien está escrito: Dios dispone la voluntad? 103 Aprendan, pues, a ser católicos los que, si acaso no cometen algún pecado o practican alguna obra buena, no quieren gloriarse en el Señor, sino en sí mismos.

Capítulo X
Testimonio de San Cipriano acerca de la imperfección de nuestra justicia
27. Examinemos la tercera afirmación de los pelagianos, que rechaza con horror todo miembro de Cristo y todo su cuerpo: que en esta vida hay o hubo justos que no tuvieron el más pequeño pecado. Con esta presunción contradicen evidentísimamente la oración dominical, en la cual todos los miembros de Cristo claman con verdad todos los días: Perdónanos nuestras deudas. Veamos, pues, lo que San Cipriano, gloriosísimo en el Señor, enseña acerca de esto; qué es lo que para instruir a las iglesias, no de los maniqueos, sino de los católicos, no sólo dijo, sino que también escribió y dejó encomendado.
En la epístola De las obras y de las limosnas escribe: 104 Reconozcamos, pues, carísimos, el don saludable de la divina indulgencia, y para limpiar y borrar nuestros pecados, nosotros, que no podemos vivir sin alguna herida en el alma, apliquémonos a curar nuestras heridas con medicinas espirituales. Y que nadie se forje ilusiones creyendo que su corazón es puro e inmaculado, de manera que, fiando en su inocencia, piense que no necesitan medicina sus heridas, pues está escrito: "¿Quién se gloriará de tener un corazón casto o quién se gloriará de estar limpio de pecado?" 105 Y San Juan dice en su epístola: "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros" 106 Pues si nadie puede estar sin pecado y quien se cree sin culpa es o soberbio o necio, cuán benigna es la divina clemencia, la cual, sabiendo que los hombres, aun después de sanados, no dejan de tener algunas heridas, proveyó de remedios oportunos para curarlas de nuevo y sanarlas.
Y en la misma epístola escribe: 107 Y porque no puede pasar un día sin que pequemos en la presencia de Dios, no faltaban sacrificios cotidianos para borrar los pecados.
Y en la epístola De la mortalidad dice: 108 Tenemos que luchar contra la impureza, contra la ira, contra la ambición; es constante y molesta la lucha contra los vicios de la carne, contra los placeres del siglo; asediada el alma del hombre y cercada por todas partes por las tentaciones del diablo, mal puede luchar contra todos, a duras penas puede resistir. Si es vencida la avaricia, se desata la concupiscencia; si es reprimida la concupiscencia, despiértase la ambición; si es menospreciada la ambición, nos exacerba la ira, nos hincha la soberbia, nos atrae la pasión del vino, la envidia rompe la concordia, los celos destruyen la amistad; siéntese uno forzado a maldecir, lo cual prohíbe la ley de Dios; vese forzado a jurar, cosa que no es lícita. Tantas son las persecuciones que padece cada día el alma, tantos los peligros que angustian el corazón, y, no obstante, se ama el vivir entre el ruido de las espadas infernales, cuando más bien debemos desear y anhelar correr hacia Cristo con el favor de una pronta muerte.
Dice también en la misma epístola: 109 El bienaventurado apóstol San Pablo escribe: "Para mí el vivir es Cristo, una ganancia el morir", 110 reputando por máxima ganancia no estar ya atado por los lazos del siglo, no estar sujeto a ningún pecado ni vicio de la carne.
Exponiendo lo que pedimos en la oración dominical: Santificado sea tu nombre, dice entre otras cosas: 111 Tenemos necesidad de purificarnos todos los días, a fin de que los que pecamos todos los días limpiemos nuestros pecados con continua purificación.
También en la misma epístola, 112 explicando lo que decimos con las palabras Perdónanos nuestras deudas, 113 dice: Con cuánta necesidad, con cuánta providencia y provecho se nos advierte que somos pecadores obligados a pedir el perdón de nuestros pecados, para que, al pedir a Dios misericordia, el alma recuerde sus culpas. A fin de que nadie se goce en sí mismo como si fuera inocente y perezca más desastradamente por su soberbia, al mandarle que ore todos los días por sus pecados, se le advierte y enseña que peca todos los días. Así lo enseña San Juan en su epístola al decir: "Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros. Si confesáremos nuestros pecados, fiel es y justo para perdonarnos los pecados" 114
Con razón, escribiendo a Quirino, nos dejó su testimonio categórico acerca de esta materia, 115 abonándolo con testimonios divinos: Nadie está sin mancha y sin pecado. Cita también los testimonios con que se confirma la existencia del pecado original, los cuales se esfuerzan éstos por interpretar dándoles no sé qué nuevos y perversos sentidos; como lo que dice Job: que nadie está libre de pecado, ni siquiera el niño que sólo tiene un día de vida sobre la tierra 116 O como lo que dice el salmo: En culpa nací y me concibió en pecado mi madre 117 A estos testimonios, alegados teniendo presentes aun a los que alcanzan la santidad en la edad adulta, porque tampoco ellos están sin pecado, añadió éste del beatísimo San Juan, que cita muchas veces: Si dijéramos que no tenemos pecado, y lo que sigue, que todos los católicos citan contra éstos, que se engañan a sí mismos y no poseen la verdad.
28. Digan los pelagianos, si a tanto se atreven, que este hombre de Dios fue pervertido por el error de los maniqueos, porque de tal manera alaba a los santos, que, esto no obstante, confiesa que nadie en esta vida llega a tanta perfección en la virtud que no tenga absolutamente pecado alguno, confirmando su sentencia con la clara verdad y divina autoridad de los testimonios de la Escritura. ¿Por ventura niega que en el bautismo se perdonan todos los pecados, porque confiesa que queda la fragilidad y debilidad, por lo cual dice que pecamos después del bautismo y que hasta el fin de la vida sostenemos una lucha constante contra los vicios de la carne? ¿O no tenía presente lo que de la inmaculada Iglesia había dicho el Apóstol, 118 por cuanto dijo que nadie se forjara ilusiones creyendo tener un corazón puro e inmaculado, de modo que, confiado en su inocencia, descuidase aplicar la medicina a sus heridas? Supongo que los nuevos herejes concederán que este católico varón sabía que el Espíritu Santo ayudó en los antiguos tiempos a las almas buenas; más aún: que ellas no pudieron tener buenos pensamientos sino por la acción del Espíritu Santo, cosa que éstos no admiten. Y que todos los profetas y apóstoles, y cualesquiera santos que agradaron al Señor en cualquier tiempo, fueron justos, no comparados con los malvados, como calumniosamente afirman éstos que nosotros decimos, sino comparados con la regla de las virtudes, como los mismos se jactan de decir, supongo lo sabía San Cipriano, que, sin embargo, dice: Nadie puede vivir sin pecado, y cualquiera que se crea sin culpa, o es soberbio o necio. Ni de otra manera entiende que se ha escrito: ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto o quién se gloriará de estar limpio de pecado? 119 Paréceme que no necesita recibir lecciones de los tales San Cipriano, que sabía muy bien que en la otra vida las buenas obras tendrán su recompensa, y las malas su castigo, y que nadie podrá cumplir allí los preceptos que aquí despreció; y, a pesar de esto, entiende y afirma que el mismo apóstol San Pablo, que ciertamente no era despreciador de los divinos mandamientos, no por otra razón dijo: Mi vivir es Cristo y una ganancia el morir, 120 sino porque reputaba máxima ganancia no estar atado después de esta vida con los lazos del siglo ni estar expuestos a ninguna clase de pecados ni vicios de la carne.
Sintió, pues, el beatísimo San Cipriano y halló en la verdad de las divinas Escrituras que aun la vida de los apóstoles, con ser buena, santa y justa, padeció alguna molestia de los lazos del siglo y estuvo expuesta a algunos pecados y vicios de la carne, y, a causa de esto, desearon la muerte, a fin de verse libres de estos males y alcanzar aquella perfecta justicia que carece de estas molestias, y que es no mandamiento que hay que cumplir, sino premio que se ha de recibir. Porque cuando tenga cumplimiento lo que pedimos: Venga a nosotros tu reino, 121 no ha de faltar la justicia en el reino de Dios, puesto que dice el Apóstol: No es el reino de Dios comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo 122 Porque éstas son, sobre todo, las tres cosas que junto con otras nos están mandadas. Se nos manda aquí la justicia cuando se nos dice: Obrad la justicia 123 Se nos manda la paz por estas palabras: Estad en paz unos con otros 124 Se nos manda que nos gocemos cuando se nos dice: Alegraos siempre en el Señor 125 Digan después de esto los pelagianos que no han de existir estas cosas en el reino de Dios, donde hemos de vivir eternamente, o lleven, si quieren, a tal extremo su locura que se empeñen en decir que los santos han de tener allí, ni más ni menos que como se poseen aquí, la justicia, la paz y el gozo. Pues si han de tener estas cosas, y no como aquí, luego hay que esforzarse por cumplirlas aquí como precepto y esperar su perfección allí como premio; allí donde, desembarazados de los lazos del siglo y sin estar ya expuestos a ningún pecado ni vicio de la carne -a causa de lo cual el Apóstol reputaba, según la interpretación de San Cipriano, ganancia el morir-, amemos perfectamente a Dios, a quien veremos cara a cara; 126 amemos también perfectamente al prójimo, cuando, revelados los pensamientos del corazón, nada malo sospechemos de nadie en nuestro corazón.

Capítulo XI
Testimonio de San Ambrosio acerca del pecado original, de la gracia y de la imperfección de la justicia en este mundo
29. Después del beatísimo mártir San Cipriano citemos, para refutar aún más a éstos, al beatísimo Ambrosio, ya que Pelagio lo ha alabado de tal suerte que ha llegado a decir que ni sus enemigos han hallado en sus libros cosa alguna que censurar.
Pues bien: puesto que los pelagianos dicen que no hay pecado original con que vengan a la vida los niños, y acusan de maniqueísmo a los católicos, que defienden contra ellos la antiquísima fe de la Iglesia, respóndales aquel católico varón de Dios, alabado a causa de su sana fe por el mismo Pelagio, Ambrosio, 127 quien en su Exposición sobre el profeta Isaías dice: Cristo es inmaculado, porque no lo manchó ni la manera ordinaria de nacer.
Y en otro pasaje de la misma obra, hablando del apóstol San Pedro, dice: Él mismo se ofreció a lo que antes tenía por pecado, para que le lavaran no sólo los pies, sino también la cabeza, 128 porque al punto entendió que con el lavatorio de los pies, que resbalaron en el primer hombre, se abolió la mancha de la herencia del pecado.
Y en la misma obra escribe: Está decretado que nadie que nace de hombre y mujer, es decir, por la conmixtión de los cuerpos, esté exento de pecado; mas el que está exento de pecado, está también exento de esta concepción.
Y escribiendo contra los novacianos, dice: Todos los hombres nacemos en pecado, estando viciado el mismo nacimiento, pues dice David: "Yo en maldad fui concebido y en pecado me dio a luz mi madre" 129
Dice en la Apología del profeta David: Antes de nacer contraemos el contagio y antes de disfrutar de la luz del día padecemos la afrenta de nuestro origen, somos concebidos en pecado 130
Hablando del Señor, se expresa así: Justo fue que quien no había de tener el pecado de la caída corporal no sintiera en modo alguno el contagio natural de la generación. Con razón, pues, deploró en sí mismo David con lágrimas el contagio de la naturaleza y que en el hombre tuviese antes principio el pecado que la vida 131
Y del arca de Noé dice: Muéstrase que las naciones lograrán su salvación solamente por el Señor Jesús, el único que pudo ser justo cuando todos los hombres pecaban, y no por otra razón sino porque, nacido de virgen, no estaba sujeto a la ley de ser concebido en pecado. "He aquí, dice, que en maldad fui formado y en pecado me dio a luz mi madre". Esto dice el que era reputado justo entre los demás. Por tanto, ¿a quién llamaré justo sino al que está libre de estas ataduras, aquel a quien no aprisionan las ataduras de la común naturaleza?
Veis aquí que un hombre santo y de integérrima fe católica, según el testimonio de Pelagio, refuta tan abiertamente a los pelagianos, que niegan el pecado original, y, sin embargo, no niega con los maniqueos que Dios sea el creador de los que nacen, ni condena el matrimonio, que Dios instituyó y bendijo.
30. Dicen los pelagianos que en el hombre tiene principio el mérito por el libre albedrío, al cual concede Dios el auxilio subsiguiente de la gracia. Pues también esto refuta contra los pelagianos el venerable Ambrosio al escribir en la Exposición del profeta Isaías: Como la diligencia humana es impotente sin la ayuda divina para curar, reclama el auxilio de Dios.
En el libro De la huida del siglo escribe: 132 Muchas veces decimos que debemos huir de este siglo, y pluguiera a Dios que, tanto como es fácil el decirlo, fuéramos cautos y diligentes en guardarlo. Pero lo peor es que muchas veces nos asalta el señuelo de los placeres terrenos y se apodera del alma la niebla de las vanidades, de suerte que lo que deseas evitar, eso es lo que piensas y revuelves en tu alma. Difícil es para el hombre guardarse de esto e imposible verse libre de este asedio. Y que es más deseo que realidad lo atestigua el profeta diciendo: "Inclina mi corazón a tus mandatos y no a la avaricia" 133 Porque no están en nuestra mano nuestro corazón y nuestros pensamientos, los cuales, al asaltarnos de improviso, llenan de confusión el entendimiento y el alma, llevándote a donde tú no quieres; hácennos volver a las cosas del siglo, nos inspiran lo que es mundano, nos inculcan los placeres, nos tienden lazos seductores, y, en el momento mismo de disponernos a elevar nuestra mente, desatándose el tropel de vanos pensamientos, somos muchas veces derribados en tierra. ¿Quién es tan dichoso que camine siempre hacia lo alto? Y esto, ¿cómo se podrá hacer sin el divino auxilio? De ningún modo. Por último, la misma Sagrada Escritura dice: "Bienaventurado el varón cuyo auxilio viene de ti, ¡oh Señor! Ascensos en su corazón" 134
¿Se puede decir algo más claro y convincente que esto? Y para que los pelagianos no repliquen que precede el mérito del hombre por el mero hecho de pedirse el auxilio divino, diciendo que el mérito consiste en que por la oración se hace digno de que le ayude la divina gracia, oigan bien lo que el mismo santo varón dice en la Exposición de Isaías: Rogar a Dios es gracia espiritual. Porque nadie dice ¡Señor Jesús! sino por el Espíritu Santo 135 De aquí es que, comentando el evangelio de San Lucas, se expresa así: Mira cómo siempre la virtud del Señor coopera a los buenos deseos del hombre, de manera que nadie puede edificar sin el Señor, ni guardar sin el Señor, ni dar principio a cualquiera cosa sin el Señor 136
¿Acaso el gran Ambrosio, por decir esto y recomendar con agradecida piedad, cual conviene a un hijo de la promesa, la gracia de Dios, ya por eso destruye el libre albedrío? ¿O entiende por gracia lo que los pelagianos con variedad de vocablos dicen que no es sino la ley; de suerte que creamos que Dios nos ayuda no para ejecutar lo que conociéremos, sino para conocer lo que debemos obrar? Pues si creen que este hombre de Dios pensaba así, vean lo que dice de la misma ley. En el libro De la huida del mundo dice: La ley pudo cerrar la boca de todos, no cambiar el corazón 137 Y en otro pasaje del mismo libro: La ley condena el hecho, no quita la malicia 138 Vean cómo este varón fiel y católico concuerda con el Apóstol, que dice: Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley va dirigido a aquellos que están dentro de la ley, para que toda boca se cierre y el mundo todo se reconozca reo ante la justicia de Dios, dado que, en virtud de las obras de la ley, no será justificado en su presencia mortal alguno 139 De esta doctrina apostólica tomó y escribió aquellas sus palabras San Ambrosio.
31. Y pues los pelagianos dicen que hay o hubo en esta vida justos que vivieron sin pecado, de tal manera que la vida futura, que esperamos como premio, no ha de ser mejor ni más perfecta, que también aquí les replique y refute San Ambrosio. Comentando al profeta Isaías, al llegar a aquel pasaje: Yo he criado hijos y los he engrandecido, y ellos me han despreciado, 140 comenzó a tratar de las generaciones que proceden de Dios, y citó el testimonio de San Juan: El que ha nacido de Dios no peca 141 Y estudiando esta misma dificilísima cuestión, escribe: No habiendo nadie en este mundo que esté libre de pecado, pues el mismo San Juan dice: "Si decimos que no tenemos pecado, le hacemos mentiroso" 142 Pues si los nacidos de Dios no pecan, y por tales entendemos muchísimos que viven en el mundo, debemos creer que son los que han alcanzado la gracia por medio del bautismo. Mas como el profeta dice: "Todos esperan de ti que les des el alimento a su tiempo. Tú se lo das y ellos lo toman; abres tu mano y se sacian de todo bien; escondes tu rostro, y se turban; les quitas el espíritu y mueren y vuelven al polvo; envías tu espíritu, y son creados; y así renuevan la faz de la tierra", 143 puédese pensar que no se han dicho aquellas palabras de todo tiempo, sino del tiempo venidero, cuando habrá nueva tierra y nuevo cielo. Volverán, pues, al caos, y comenzarán a ser, y, al abrir tu mano, se saciarán de todo bien; lo cual no se puede aplicar fácilmente al siglo presente. Porque ¿qué dice la Escritura de este siglo? "No hay quien obre el bien; ni uno solo" 144 Pues si se trata de diversas generaciones, y la entrada en esta vida no se hace sin recibir pecados, de tal suerte que se desprecia al mismo que nos engendró, y la otra generación no admite pecados, veamos si, después de la carrera de esta vida, no hay alguna regeneración nuestra, de la que se ha dicho: "En la regeneración, cuando se sentare el Hijo del hombre en el trono de su gloria" 145 Así como decimos regeneración del bautismo, en virtud de la cual, purificados de la inmundicia de los pecados, somos renovados, así parece que debe recibir el nombre de regeneración aquella por la cual, purificados de toda mancha corporal, somos regenerados con pureza del alma para la vida eterna, porque es una manera de regeneración más pura que la del bautismo, de modo que no pueda recaer sospecha de pecado no solamente en sus actos, pero ni aun en nuestros pensamientos.
Y en otro pasaje de la misma obra leemos: Vemos que es imposible que uno pueda ser perfectamente inmaculado viviendo en cuerpo, ya que San Pablo se llama a sí mismo imperfecto. Pues dice: "No que ya lo haya obtenido o que ya sea yo perfecto" 146 Y, sin embargo, poco después dice: "Cuantos, pues, somos perfectos". Tal vez porque hay una perfección en este mundo y otra después de llegar aquello perfecto de que trata escribiendo a los Corintios: "Mas cuando viniere lo perfecto" 147 Y en otra parte: "Hasta que lleguemos todos juntos a encontrarnos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la madurez del varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" 148 Pues así como dice el Apóstol que hay en este mundo muchos perfectos como él, los cuales, si miramos la verdadera perfección, no podían ser perfectos, ya que él mismo dijo: "Porque ahora vemos por medio de un espejo en enigma, mas entonces cara a cara; ahora conozco parcialmente, entonces conoceré como yo mismo fui conocido", 149 así hay hombres inmaculados en este mundo y los habrá en el reino de Dios; aunque, si bien lo consideras, nadie puede ser inmaculado, porque no hay quien no tenga pecado.
Y en la misma obra escribe: Vemos que, mientras vivimos en este mundo, debemos purificarnos y buscar a Dios, y comenzar por la purificación del alma, y asentar las bases de la virtud para merecer alcanzar después de esta vida la perfecta purificación. Y también en el mismo lugar dice: ¿Quién no dirá apesadumbrado y lloroso: "¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" 150 De esta manera abarcamos, siguiendo su doctrina, las varias interpretaciones. Porque si es desgraciado el que se siente atrapado por las miserias del cuerpo, entonces no hay duda de que todo cuerpo es desventurado; y ni tampoco llamaré dichoso al que, cegado por ciertas nieblas de su alma, no conoce su condición.
Tampoco es despropósito referir aquello al entendimiento. Porque si el hombre que se conoce es desventurado, no hay duda que todos somos desventurados, porque o reconocen por la sabiduría su flaqueza o la ignoran por su necedad.
En el libro Del bien de la muerte dice: Obre, pues, la muerte en nosotros a fin de que obre la vida, la buena vida, después de la muerte; esto es, la vida buena después de la victoria, la vida buena después de terminado el combate, para que la ley de la carne no repugne ya a la ley del espíritu, 151 para que no tengamos que luchar con este cuerpo de muerte 152
Dice también en la misma obra: Por tanto, como los justos reciben este premio, que es ver a Dios y aquella luz que ilumina a todo hombre, 153 tengamos desde ahora este ardiente anhelo para que nuestra alma se acerque a Dios, se llegue a la oración, nos adhiramos a Él por el deseo, no nos separemos de Él. Y mientras vivamos aquí, unámonos a Dios meditando, leyendo, buscando, y conozcámosle cuanto nos es posible. Pues aquí conocemos parcialmente, porque aquí todo es imperfecto y allí perfecto; aquí somos párvulos, allí hombres maduros. "Vemos, dice, ahora por medio de un espejo en enigma, después cara a cara". Entonces podremos, descubierta la faz del Señor, contemplar su gloria, que ahora no pueden contemplar bien las almas, ocultas como están en las entrañas de este cuerpo y ensombrecidas por ciertas máculas e inmundicias de la carne. Porque "¿quién, dice el Señor, puede ver mi faz y vivir?" 154 Y en verdad: si nuestros ojos no pueden soportar los rayos del sol, y si uno mira largo tiempo al sol y se retira, queda cegado, según dicen; si la criatura no puede sin su propio daño y perjuicio contemplar otra criatura, ¿cómo podrá, cubierta con los despojos de este cuerpo, contemplar sin peligro la faz fulgurante del Señor? ¿Quién es justo en el acatamiento de Dios, 155 si aun el niño de un día no puede estar limpio de pecado 156 y nadie puede gloriarse de la rectitud y pureza de su corazón? 157

Capítulo XII
La herejía pelagiana y la celebración de un concilio general
32. Me haría interminable si quisiera citar cuanto contra esta herejía pelagiana, que había de aparecer mucho más tarde, dijo y escribió el santo Ambrosio, no en son de réplica, sino predicando la fe católica e instruyendo en la misma a los hombres. Como tampoco pude o no debí citar cuanto el gloriosísimo en el Señor Cipriano consignó en sus epístolas, con que se demuestra cómo esta fe que profesamos es la verdadera fe y la verdaderamente cristiana y católica, profesada y guardada, tal como antiguamente fue enseñada por las Santas Escrituras, por nuestros padres hasta el tiempo presente, en que éstos intentaron destruirla, y que siempre, con el favor de Dios, se ha de profesar y guardar. Pues que ésta es la fe que enseñaron a Cipriano y la que Cipriano enseñaba, lo dicen los testimonios citados y otros que pueden citarse de sus mencionadas epístolas; y que ésta es la fe que se conservó hasta nuestro tiempo, lo prueba cuanto Ambrosio escribió sobre estas materias antes de que éstos comenzaran a aparecer y el hecho de que los católicos de todo el mundo han rechazado con horror estas impías novedades; y que así se ha de conservar en adelante lo declaró provechosamente, por un lado, la condenación, y por otro, la corrección de los mismos. Por mucho que hablen contra la recta fe de Cipriano y Ambrosio, no creo que caigan en tanto desatino que osen llamar maniqueos a estos recordados y venerables hombres de Dios.
33. ¿Cómo, pues, propalan ahora con rabiosa ceguera espiritual que en todo el Occidente se extendió esta doctrina, tan necia como impía? Cuando la verdad es que por la misericordia de Dios, que gobierna con misericordia a su Iglesia, la vigilante fe católica hizo que se rechazara esta opinión tan necia como impía, lo mismo que antes se había repudiado la de los maniqueos. Ved cómo hombres santos y doctos, y, según el testimonio universal de la Iglesia, católicos, celebran con las debidas y convenientes alabanzas a la criatura de Dios, y el libre albedrío dado a la naturaleza del hombre, y el matrimonio por Él instituido, y la ley por Él dada mediante el ministerio de Moisés, y a los santos patriarcas y profetas; todas las cuales cinco cosas condenan los maniqueos, ora negándolas, ora abominando de ellas; por donde se ve que estos doctores católicos profesan una doctrina muy diferente de la de los maniqueos, y, sin embargo, admiten el pecado original; afirman que la gracia de Dios, obrando sobre el libre albedrío, antecede a todo mérito para prestar ayuda divina verdaderamente gratuita; afirman que los santos de tal suerte vivieron una vida piadosa en carne mortal, que les era necesario el auxilio de la oración para que se les perdonasen las faltas cotidianas, y enseñan que la perfecta justicia, inmune de todo pecado, ha de ser en la otra vida premio de los que aquí vivieron santamente.
34. ¿Cómo, pues, dicen que se hizo firmar a la fuerza y sin reunirlos en un concilio a obispos ingenuos residentes en sus sedes? ¿Por ventura se hizo firmar a la fuerza, antes que éstos existieran y contra éstos, a los beatísimos y beneméritos de la fe católica Cipriano y Ambrosio, los cuales pulverizan sus impíos dogmas con tanta claridad que apenas nos será posible hallar expresiones más claras?
Pero ¿es que era necesario un concilio para condenar una calamidad tan evidente? Como si no se hubiera condenado nunca ninguna herejía sin las formalidades de un concilio, siendo, por el contrario, poquísimas las que han hecho necesaria la celebración de un concilio y mucho más numerosas, sin comparación alguna, las que hubieron de ser desaprobadas y condenadas allí donde aparecieron y de donde se dieron a conocer en otras regiones para que también en éstas fueran repudiadas. Mas la soberbia de los pelagianos, que se atreven a tanto contra Dios que no quieren gloriarse en Él, sino más bien en el libre albedrío, muestra bien a las claras que aspiran a la gloria de ver reunido por su causa un concilio de las Iglesias de Oriente y de Occidente. Ya que no pudieron, por atajar Dios sus planes, pervertir el mundo católico, tratan al menos de alborotarlo; siendo así que lo que procede es que la vigilancia y diligencia de los pastores, una vez que han sido juzgados conveniente y suficientemente, aplaste a estos lobos dondequiera que aparezcan, bien para que sanen y se enmienden, bien para evitar el contagio de los sanos y de fe recta, con la ayuda del pastor de los pastores, que busca la oveja perdida aun entre los párvulos; que hace gratuitamente justas y santas a las ovejas, a las cuales, aunque santificadas y justificadas, instruye providencialmente, mientras viven en este mundo de fragilidad y flaqueza, para que pidan el perdón de los pecados de cada día, sin los que no es posible vivir ni siquiera a los que viven santamente, perdón que Él, cuando se lo piden, otorga misericordiosamente.

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1 Mt 19,4
2 Gn 1,28
3 Mt 19,6
4 Rm 7,12
5 Is 1,19-20
6 Rm 2,11
7 Ef 5,6
8 Sal 142,10
9 2Co 5,10
10 1Jn 1,8
11 1Co 16,19
12 Sal 50,7
13 Ibid. 14,5 sec LXX
14 1Co 15,56
15 Interpretatio illa Pauli,quam Hilarii nomine citat,legitur in Commentariis Ambrosio aliquando inscriptis,qui Hilarii diaconi,secta luciferiani,patria sardensis esse existimantur
16 Is 59,2
17 Rm 5,8,12
18 1Co 15,22
19 Rm 5,18
20 Flp 3,18-19
21 Mt 19,4
22 Gn 1,28
23 Mt 19,6
24 Rm 7,12
25 Ga 5,6
26 2Co 3,6
27 Ga 3,24
28 Ga 2,21
29 Ga 3,18
30 Rm 4,14
31 Ga 3,11-12
32 Lv 18,5
33 Rm 12,3
34 2Tm 1,7
35 2Co 4,15
36 1Co 8,1
37 2Co 3,6
38 Rm 5,5
39 Rm 3,31
40 Rm 4,25
41 1Co 1,30
42 Pr 3,16 sec LXX
43 Ga 3,21
44 2R 4,29-35
45 Is 1,19-20
46 Pr 8 sec LXX
47 Sal 58,11
48 1Co 4,7
49 Jn 15,5
50 1Jn 4,7
51 Rm 12,3
52 Jn 3,8
53 Rm 8,14
54 Jn 6,66
55 Esd 8,18
56 Jr 42,40-41
57 Ez 36,22-38
58 Sal 94,6-7
59 Rm 2,11
60 Rm 9,20
61 Rm 11,33-36
62 Si 3,22
63 Rm 9,14-16 22-23
64 Lc 18,10-14
65 Ef 5,26
66 Mt 6,12
67 1Jn 1,8
68 Ef 5,27
69 1Jn 1,8
70 Rm 11,6
71 1Tm 6,20
72 Rm 5,12
73 PL 4,625
74 Jn 5,14
75 PL 4,625-626
76 PL 4,641-642
77 Rm 5,12
78 PL 4,605
79 PL 4,624
80 PL 4,653-654
81 Gn 3,17-19
82 PL 4,657
83 PL 3,1050-1051
84 Gn 17,12
85 Lc 9,56
86 PL 3,1053
87 PL 3,1054-1055
88 Col 1,13
89 PL 4,543-544
90 Lv 19,2
91 PL 4,545
92 PL 4,546-547
93 Ga 5,17
94 PL 4,547-548
95 Mt 5,44
96 PL 4,548-549
97 PL 4,555
98 Mt 6,13
99 Mt 26,41
100 PL 4,764
101 1Co 4,7
102 PL 4,647-648
103 Pr 8 sec LXX
104 PL 4,627
105 Pr 20,9
106 Jn 1,8
107 PL 4,639
108 PL 4,606-607
109 PL 4,608
110 Flp 1,21
111 PL 4,544
112 PL 4,552
113 Mt 6,9 12
114 Jn 1,8-9
115 PL 4,791
116 Jb 14,5 sec LXX
117 Sal 50,7
118 Ef 5,27
119 Pr 20,9
120 Flp 1,21
121 Mt 6,10
122 Rm 14,17
123 Is 56,1
124 Mc 9,49
125 Flp 4,4
126 1Co 13,12
127 Expositio haec in Isaiam non exstat
128 Jn 13,9
129 Sal 50,7; De Poenit : PL 16,490
130 Apol proph David: PL 14,914
131 Ibid.; PL 14,915
132 PL 14,597-598
133 Sal 118,36
134 Sal 83,6
135 1Co 12,3
136 PL 15,1666
137 PL 14,605
138 PL 14,616
139 Rm 3,19-20
140 Is 1,2
141 1Jn 3,9
142 1Jn 1,10
143 Sal 103,27-30
144 Sal 13,1
145 Mt 19,18
146 Flp 3,12-15
147 1Co 13,10
148 Ef 4,13
149 1Co 13,12
150 Rm 7,24
151 Rm 7,23
152 PL 14,571
153 1Jn 1,9
154 Ex 33,20
155 Sal 142,2
156 Jb 14,5 sec LXX
157 Pr 20,9; PL 14,590-591