viernes, 28 de mayo de 2021

El Israel de Dios





Introducción


Hay mucho más concerniente a los “tiempos del fin” o últimas cosas (Escatología) de lo que nosotros decimos que realmente sucede en los últimos días. Nuestra escatología depende estrechamente de nuestra visión de lo que Dios está haciendo en la historia.

En el centro del debate está la cuestión del “Israel de Dios” (Gálatas 6:16). Por supuesto, esta no es una cuestión nueva. Durante el ministerio terrenal del Señor y después de su resurrección y antes de su ascensión, los discípulos le preguntaron repetidas veces, “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6).

En efecto, había una extendida creencia rabínica y popular de que el Mesías debía de ser un personaje político-militar poderoso de fuerza y destreza Davídica – “David hirió a sus diez miles” (1 Samuel 18:7). Juan 6:14-15 dice,
“Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: “éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo.” Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo.”

No se trataba, como algunos lo entienden, de que no fuera el tiempo, sino más bien de que un reino terrenal era contrario a sus propósitos. De nuevo, al final de su vida, durante su entrada triunfal, no vino a establecer un reino terrenal sino a cumplir las profecías, “No temas, Oh Hija de Sión; mira, he aquí tu rey viene, sentado sobre un pollino hijo de asna” (Juan 12:15; Isaías 40:9; Zacarías 9:9).

Jesús les había enseñado a los discípulos y a otros que él no había venido a establecer un reino terrenal como ellos esperaban, sino que había venido a traer salvación del pecado. Al final, cuando “los hombres de Israel” no pudieron tolerar más su rechazo a someterse a la escatología de ellos, su plan para la historia, le crucificaron. Las Escrituras dicen,
“De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él.” (Mateo 27:41-42).
Es también triste el hecho de que muchos cristianos estén de acuerdo con los principales sacerdotes y los maestros de la ley. El Dispensacionalismo ha sostenido por mucho tiempo que los fariseos tenían el método correcto de interpretar la Biblia, sólo que llegaron a conclusiones equivocadas.

El Dispensacionalismo-Premilenialismo cree que Dios le hizo la promesa a Abraham (Génesis capítulos 15 y 17) de que le daría un pueblo terrenal y nacional de manera que, según el Dispensacionalismo, siempre ha sido la intención de Dios tener tal pueblo, y si los Judíos rechazaron la primera oferta (¡o Jesús rechazó sus términos!) habrá de haber un reino, Judío, Palestino, en el milenio.

De acuerdo con el Dispensacionalismo, Dios estaba tan comprometido con la creación de ese pueblo terrenal y nacional que esta fue la principal razón de la encarnación, nacimiento y ministerio de Cristo. Si ellos hubieran aceptado su oferta de un reino terrenal, Jesús no hubiera muerto. En este esquema, la muerte salvadora de Jesús en la cruz es un feliz sub-producto del plan de Dios para un Israel nacional.

Es también un artículo de fe entre muchos Premilenialistas el que la creación de un estado Israelí moderno, en Palestina en 1948, sea una confirmación providencial de su reclamo de que los Judíos son el pueblo terrenal y nacional de Dios, y más aún, que Dios continua obrando en la historia en dos trayectorias diferentes, con un pueblo Judío terrenal y con un pueblo Cristiano espiritual.

Esta manera de proceder, de todas formas, está cargada de dificultades. En primer lugar, esta forma de leer los sucesos contemporáneos es muy incierta. ¿Quién de entre nosotros sabe de forma certera el sentido exacto de la providencia? Si un ser querido tiene cáncer, ¿deberíamos especular sobre qué pecado lo causó? Nuestro Señor nos advirtió contra el intentar interpretar la providencia (Juan 9). Si no podemos ni tan sólo intuir el significado de providencias relativamente pequeñas, ¿Cómo vamos a interpretar el sentido de providencias mayores? ¿Quién dice que deberíamos centrarnos en un estado israelí? ¿No debiéramos más bien centrarnos en la difícil situación que viven los cristianos palestinos, quienes han sufrido mucho en manos de Judíos y Musulmanes, y en especial desde la formación del Israel moderno?

Aunque resulte emocionante pensar que Dios pueda estar haciendo algo espectacular en nuestros días, da temor pensar que nuestra codicia de emociones no es mejor que el clamor de aquellos israelitas que dijeron, “danos a Barrabás”. Bien pudiera ser que la locura de los últimos tiempos que estamos presenciando, primero a finales de los 70, y de nuevo durante la guerra del Golfo y de nuevo en estos últimos años, sea realmente una búsqueda de certeza. Así como las últimas generaciones apartaron sus ojos de la predicación del evangelio y la administración de los sacramentos, en favor de los avivamientos, nuestra generación parece inclinarse por encontrar confirmación para su fe en el ser testigos presenciales del final de la historia. El hecho es que los cristianos a menudo han pensado la misma cosa, y han estado equivocados.

Recuerda que después del Monte de la Transfiguración (Mateo 17:1) donde Moisés y Elías aparecieron ante su Señor, los discípulos salpicaron a Jesús con preguntas sobre un reino Mesiánico terrenal, sobre si Elías aún había de venir. Jesús les respondió diciendo,
“A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.” (Mateo 17:11-13).

Jesús siempre tiene la intención de predicar la llegada del Reino (“el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio. Marcos 1:15), morir por los pecadores, y gobernar su reino desde donde ahora está, a la derecha de Dios. (Hechos 2:36)

Más tarde, en Mateo 19:27-30, después de haber oído las enseñanzas de Jesús sobre la verdadera naturaleza del Reino, Pedro preguntó de nuevo la pregunta del Reino, “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?”, a lo cual Jesús respondió,
“De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.”
Nuestros hermanos Premilenialistas interpretan esto como promesa de un reino Judío terrenal, pero Jesús entendió el Reino de una forma bastante diferente. Las parábolas que vienen a continuación precisamente enseñan que Dios no está estableciendo un reino Judío terrenal, sino más bien que “el último será primero, y el primero será último” y que
“el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará.” (Mateo 20:18).

Jesús fue incluso aún más claro con la madre de Santiago y Juan, que andaba buscando trabajo para sus hijos: “Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.” (Mateo 20:21). él la reprendió diciéndole que no sólo no iba a establecer un reino terrenal, sino que además iba a sufrir y morir y que ellos iban a sufrir y morir por causa de él, porque “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:28).

Por lo tanto, no podemos estar de acuerdo con el argumento del Dispensacionalista Clarence Larkin, cuando interpreta las palabras de Jesús,
“No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:7-8).

No como una reprensión hacia los discípulos por haber estado buscando un reino terrenal, sino tan sólo como una advertencia a seguir esperando el reino en la tierra.

Mas bien, Jesús no vino para formar en la tierra un reino Judío ahora o más tarde, sino que su intención fue tan sólo redimir a todo su pueblo por medio de su muerte en la cruz, y gobernar a las naciones con vara de hierro en su ascensión hasta su regreso en juicio.

Mi argumento es que el propósito principal de Dios en la historia ha sido siempre el de glorificarse a sí mismo por medio de la redención de un pueblo formado por gentes de todos los tiempos, lugares y de todas las razas, cuya gracia él ha administrado desde la caída, en la historia en una iglesia visible e institucional, representados por Adán, Noé, Abraham, Moisés, David y ahora Cristo.

Por lo tanto la premisa de que la intención de Dios ha sido la de establecer una nación Judía permanente o milenial es justo al contrario. Nuestros hermanos Dispensacionalistas confunden lo que es temporal con lo que es permanente, y lo permanente con lo temporal.

La Palabra de Dios nos enseña que Jesús es el verdadero Israel de Dios, que su encarnación, obediencia, muerte y resurrección no fue un subproducto del rechazo de Israel a la oferta de un reino terrenal, sino el cumplimiento del que fue el plan de Dios desde toda la eternidad. Esto es lo que Jesús les dijo a los discípulos en el camino a Emaús. Uno de ellos dijo, “nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel.” En respuesta nuestro Señor les dijo,
“¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.” (Lucas 24:25-27).
El apóstol Pablo resumió esta misma enseñanza cuando les dijo a los corintios que no importa cuántas promesas Dios os haya hecho, “todas son Sí en Cristo” (2 Corintios 1:20).


Definición de Pacto

No podemos comprender lo que Dios está haciendo en la historia si no entendemos uno de los conceptos más importantes de las Escrituras: El pacto. Esta es una palabra muy frecuente en la Biblia (294 veces). El pacto describe la forma en que Dios se relaciona con sus criaturas. Es un juramento que compromete a ambas partes y en el cual hay condiciones, bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia así como señales y sellos del juramento.


Ley y Evangelio: Pacto de Obras y Gracia

Dios hizo el primer pacto en la historia humana, un pacto de obras, con el primer hombre en el paraíso. La bendición prometida a cambio de mantener el pacto fue que Adán y toda la humanidad entrarían en la gloria (“come y vive para siempre,” Génesis 3:22); la maldición por romper el pacto era la muerte (“de cierto morirás” Génesis 2:17). La condición del pacto es que Adán se abstuviera de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17). Las señales del pacto fueron el árbol del conocimiento del bien y del mal y el árbol de la vida (Génesis 2:9).

Como ya sabes Adán falló en la prueba, y como Pablo dice “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12). Todos nosotros hemos nacido bajo este pacto de obras.

El segundo pacto de la historia fue también hecho por nuestro Dios con nuestro padre Adán. Este pacto, sin embargo, no fue un pacto de Ley; más bien fue un pacto de Evangelio. Este es un juramento que compromete a ambas partes y en el cual hay condiciones, bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia así como señales y sellos del juramento.

En el pacto de gracia, Dios prometió bajo juramento la venida de un Salvador (“la simiente de la mujer”) quien heriría en la cabeza a la simiente de la serpiente cuando la serpiente hiriera su talón (Génesis 3:14-16).

La bendición de este pacto es la vida eterna (el árbol de la vida) y la maldición por romper el pacto continúa siendo la muerte. El Evangelio de este pacto es que hay un Salvador que guardará los términos del pacto de obras y que los pecadores se beneficiarán de ello.

Hay tres cosas que han de ser dichas sobre las condiciones relativas al pacto de gracia:

1. En cuanto a la causa de nuestra justificación, el pacto de la gracia es incondicional. Dios no acepta pecadores por otra razón que no sea la justicia de Cristo imputada sobre ellos por gracia.

2. En cuanto al instrumento de nuestra justificación, la fe salvadora, regalo de Dios (Efesios 2:8-10), es la única condición del pacto. La fe es pasiva (la recibimos de Dios) y orientada hacia Cristo. Esto es lo que los Reformadores Protestantes querían decir con sola fide.

3. En cuanto a la administración del pacto de la gracia, podemos decir que las condiciones del pacto son aquellos medios por los cuales Dios habitualmente hace pasar a los pecadores de muerte a vida, o sea, la predicación del Santo Evangelio, y aquellos medios de gracia por los cuales él confirma sus promesas y fortalece nuestra fe: los santos sacramentos. La obediencia cristiana no es ni base ni instrumento de nuestra justificación ante Dios, sino el fruto y la demostración de la obra de Cristo por y en nosotros.

En la historia de la salvación, este mismo pacto del Evangelio que Dios hizo con Adán fue renovado con Abraham, pero la promesa se volvió a establecer, “Yo seré vuestro Dios, y el de vuestros hijos.” La señal del pacto en Génesis 15 fue el cortar los animales y como condición permaneció la fe. Por esta razón las Escrituras dicen, “Y Abraham creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” (Génesis 15:6).

En Génesis 17:10-14 la circuncisión viene a ser la señal de iniciación al pacto de la gracia. El pacto y la señal están tan íntimamente relacionados que el Señor llama a la señal de la circuncisión “mi pacto”.

El pacto de obras no desapareció sin más de la historia de la salvación. Más bien vemos que el pacto de obras se repite a lo largo de las Escrituras, cada vez que la Ley es leída y Dios reclama a los pecadores una justicia perfecta, p.e. “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” (Gálatas 3:10). Cuando Jesús dijo al joven rico, “haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28) él estaba repitiendo el pacto de obras.

De igual manera el pacto de la gracia es repetido a lo largo de la historia de la redención, siempre que Dios dice, “Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” él está repitiendo la promesa hecha a Adán. Dios repitió esta promesa del evangelio a Noé, Abraham, Isaac, Jacob, David, Moisés, finalmente la cumplió en Cristo y luego nos la repite a nosotros a través de los Apóstoles, como vemos en Hechos 2:39.

Estos dos pactos unifican toda la Escritura. Todos los seres humanos están muertos en sus delitos y pecados y todos aquellos que son salvos están en el pacto de la gracia.


El Antiguo Pacto (Mosaico)

Muchos creyentes en la Biblia asumen que cada suceso que tuvo lugar en la historia de la salvación antes de la encarnación y muerte de Cristo pertenece al Antiguo Testamento, y muchos de ellos asumen que desde la encarnación, las Escrituras del Antiguo Pacto ya no se aplican ni hablan a los Cristianos. De hecho, algunos Dispensacionalistas incluso consideran que algunos libros del Nuevo Testamento no se aplican a los Cristianos de hoy, porque fueron escritos para aquellos que son Judíos de etnia. Hace apenas unos años, oí decir a un pastor Dispensacionalista en Navidades que “el problema de los Evangelios es que el Evangelio no se encuentra en los Evangelios.”

Las Escrituras mismas, de todos modos, refutan tales ideas. El apóstol Pablo en 2 Corintios 3:12-18 define el “Antiguo Pacto” como Moisés lo hizo, en un sentido general en los libros de Moisés y particularmente en las leyes Mosaicas (vv. 14-15). En Hebreos 7:22, Jesús es la garantía de un pacto mejor que el que fue dado a los Israelitas. Más adelante, en 8:6-13 al contrastar el Nuevo Pacto con el Antiguo, restringe el Pacto Antiguo a la época Mosaica de la historia de la salvación. Hace de nuevo la misma distinción en 9:15-20. Luego, estrictamente hablando, el Viejo Pacto describe el pacto que Dios hizo con Israel en Sinaí. Por lo tanto, no todo lo que ocurrió en la historia de la salvación, antes de la encarnación, pertenece al Pacto Antiguo. Esto es importante, porque el Viejo Pacto es descrito en el Nuevo Testamento como “inferior” (Hebreos 8:7), “obsoleto”, “viejo” (8:13) y que su gloria está “desapareciendo”.

En este sentido, otro factor importante a tener en cuenta sobre el Pacto Antiguo es que fue temporal y típico de forma intencionada. Colosenses 2:17 describe las leyes ceremoniales mosaicas (Viejo Pacto) como “sombras” de las cosas que habían de venir. Hebreos 8:5 describe el Templo terreno como “tipo y sombra” del templo celestial. La ley Mosaica en sí misma, fue tan sólo una “sombra” del cumplimiento que vino con Cristo.


El Nuevo Pacto

Con la muerte de Cristo, su resurrección y ascensión la promesa que Dios hizo a Adán y repitió a Abraham permanece, pero las circunstancias han cambiado. Nosotros, quienes vivimos a este lado de la cruz, vemos las cosas de diferente manera porque vivimos en los días del cumplimiento. En términos bíblicos, vivimos en los “últimos días” (2 Pedro 3:3; Santiago 5:3; Hebreos 1:2; Hechos 2:17).

Todo el propósito del Antiguo Pacto fue el de dirigir la atención hacia arriba, hacia realidades celestiales (Éxodo 25:9; Hechos 7:44; Hebreos 8:5) y hacia adelante en la historia hacia el sacrificio de Jesús en la cruz. Las viejas señales, la Pascua y la circuncisión, así como los demás sacrificios sangrientos y ceremonias han sido substituidos. Aunque aún vivimos en una relación de pacto con Dios, y las imágenes sangrientas de Cristo han sido reemplazadas por señales no sangrientas (recuerdos) y sellos.

Así como Dios hizo un pacto con Abraham, él prometió que más tarde vendría un Nuevo Pacto (Jeremías 31:31). Dios hizo este Nuevo Pacto en la sangre del Señor Jesucristo (Lucas 22:20). El Señor Jesús de forma específica y consciente estableció “el Nuevo Pacto”. El apóstol Pablo dijo de sí que él era “un siervo del Nuevo Pacto” (2 Corintios 3:6). ¿Cómo puede ser si no hay sino un solo Pacto de la Gracia? El Nuevo Pacto es nuevo si lo comparamos con Moisés, pero no si lo comparamos con Abraham.

Este es el tema de Gálatas 3:1-29; 4:21-31, y 2 Corintios 3:7-18 donde Pablo dice que la gloria del Viejo Pacto estaba desapareciendo, pero que la gloria del Nuevo Pacto es permanente. El mensaje de los capítulos 3 al 10 de Hebreos es que el Viejo Pacto (bajo Moisés) fue preparatorio del Nuevo Pacto. El tema fundamental de Hebreos 11 es que Abraham tuvo una fe del Nuevo Pacto, esto es, anticipó una ciudad celestial y la redención que tenemos en Cristo (Hebreos 11:10).


Israel Definido

Hubo pues un Israel antes del Pacto Antiguo. Israel fue el nombre dado a Jacob. Esta es la primera vez que la palabra “Israel” aparece en las Escrituras, como conclusión a la historia de la lucha de Jacob (Gen 32:21-30).

Después de haber pasado la noche luchando con un hombre anónimo, y “cuando el hombre vio que no podía con él” (v.25), Jacob le pidió una bendición. A cambio, el luchador le puso a Jacob el nuevo nombre de Israel, el cual él definió como “luchas con Dios y con los hombres.”

Así pues, en la historia de la salvación, todos aquellos que provienen del patriarca Jacob son, en un amplio sentido, “Israel”. Tan sólo dos capítulos después el término “Israel” es usado para describir el lugar y nombre de los hijos de Abraham, Isaac y Jacob (34:7). En Padam Aram, Dios de nuevo le bendice y le llama a Jacob “Israel” (35:9-10) y repite la promesa hecha a Abraham de ser Dios para Abraham y para sus hijos.

Todo esto parece apoyar la idea de que Israel significa “aquellos que físicamente descienden de Jacob.” A excepción de que Jacob no es el principio de la historia. Antes de que hubiera un Israel ya hubo un Abraham y su milagroso hijo, Isaac (Romanos 9), y antes de Abraham, dice Jesús, “YO SOY” (Juan 8:58). Fue a Abraham a quien Dios prometió “Yo seré tu Dios, y tú serás mi pueblo.” En efecto, Jesús les enseñó a los Judíos en Juan 8 que fue él quien hizo la promesa a Abraham (Juan 8:56). Recuerda también que el primer cumplimiento de esa promesa no vino por “voluntad de varón”, sino por el poder soberano de Dios al permitirle a Sara concebir en su anciana edad. Todos estos son factores importantes a recordar cuando nos acerquemos a la respuesta de Pablo a la pregunta ¿Quién es el Israel de Dios?


Israel, Mi Hijo

En el éxodo de Egipto Dios constituyó a los hijos de Jacob colectivamente como su “hijo”.

“Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.” (Éxodo 4:23).

Esta no es una declaración casual, sino una descripción deliberada del pueblo nacional. Los hijos de Jacob no son el Hijo de Dios por naturaleza, sino por adopción. Moisés niega que hubiera ninguna cualidad inherente en Israel que hiciera a los hijos de Jacob merecedores de ser llamados el pueblo de Dios.

“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; si no por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto.” (Deuteronomio 7:7-8)

De acuerdo con este pasaje hay dos razones por las cuales Dios escogió a Israel, Su amor inmerecido y la promesa hecha a Abraham.


Israel Extraviado

Israel, sin embargo, no era hijo natural de Dios. Esto se vio claramente en el desierto, en Canaán y finalmente en la expulsión cuando Dios cambió el nombre de su “hijo” Israel por “Lo-ammi, no mi pueblo” (Oseas 1:9-10).

Dios desheredó a su “hijo” adoptado, temporal y nacional, Israel, como pueblo nacional precisamente, porque jamás fue la intención de Dios tener un pueblo terrenal permanente. Tras el cautiverio, ellos ya habían cumplido ampliamente su papel en la historia de la salvación. Como señal de este hecho, el Espíritu-Gloria partió del templo. Esto sucedió porque su principal función fue la de servir como modelo y sombra del hijo natural de Dios, Jesús el Mesías (Hebreos 10:1-4).


Jesús, el Israel de Dios

La tesis de este ensayo es que Jesús es el verdadero Israel de Dios y que todo aquel que esté unido a él, sólo por gracia, sólo por medio de la fe, viene a ser por virtud de esa unión el verdadero Israel de Dios. Esto significa que es erróneo buscar, esperar, anhelar o desear una reconstitución de un Israel nacional en el futuro. La Iglesia del Nuevo Pacto no es algo que Dios instituyó hasta que él pudiera volver a crear un pueblo nacional en Palestina, sino que más bien Dios sólo tuvo un pueblo nacional temporalmente (desde Moisés hasta Cristo) como preludio y avance de la creación del Nuevo Pacto en el cual las distinciones étnicas que hubo bajo Moisés fueron completadas y abolidas (Efesios 2:11-22; Colosenses 2:8-3:11).

Mateo 2:15

En el texto Hebreo la expresión “fuera de Egipto” ocurre más de 140 veces. Esta es una evidencia más de la existencia de un Israel nacional. Cuando Dios dio la Ley dijo, “Yo soy Jehová tu Dios quien te sacó de la tierra de Egipto.” Eran un pueblo redimido que pertenecía a su Salvador.

Esto es aún más significativo cuando Mateo 2:15 cita Oseas 11:1. La Escritura dice,
“Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: “De Egipto llamé a mi Hijo.”

Herodes estaba a punto de descargar su rabia sangrienta contra los primogénitos de los Judíos. La interpretación inspirada que Mateo hace de las Escrituras Hebreas debe regular nuestra interpretación de las Escrituras, y según la interpretación de Mateo nuestro Señor Jesús es el verdadero Israel de Dios, no el pueblo temporal y nacional de Israel. En efecto, no es nada exagerado decir que la única razón por la cual Dios orquestó el primer éxodo fue para poder orquestar el segundo éxodo y que así pudiéramos conocer que Jesús es el verdadero Hijo de Dios y que todos los cristianos son el Israel de Dios sin considerar su etnia.

Dado que Jesús es el verdadero Israel de Dios, por eso en su infancia y de hecho en toda su vida, recapituló la historia del Israel nacional. Todo aquello que el Israel nacional rebelde no haría, Jesús lo hizo: él amó a Dios con todo su corazón, su alma, su mente y sus fuerzas y a su prójimo como a sí mismo (Mateo 22:37-40).

Gálatas 3:16

De forma similar, el apóstol Pablo argumenta muy claramente que las promesas hechas a Abraham tienen su cumplimiento en Cristo. Gálatas 3:16 dice,
“Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.”
Pablo explica lo que quiere decir. Las promesas hechas a Abraham fueron promesas del evangelio del Nuevo Testamento. Fueron dadas antes de Moisés y fueron cumplidas en Cristo. Jesús es el verdadero hijo de Abraham, él es “la simiente” prometida a Abraham.

El propósito de la Ley dada a Moisés fue el enseñar al Israel nacional y a nosotros la seriedad de nuestro pecado y nuestra miseria (Gálatas 3:22). La Ley administrada a través de Moisés no cambió fundamentalmente la promesa del evangelio dada a Abraham (3:17-20). El Nuevo Pacto no es si no el cumplimiento y la renovación del Pacto con Abraham, y el Pacto con Abraham no fue más que el cumplimiento y la renovación del pacto de Gracia hecho con Adán después de la caída.


Jesús, el Salvador de Israel

Hechos 13:23

Parte de la confusión que conlleva el tema del plan de Dios en la historia, y por lo tanto parte de la razón por la cual los cristianos están tan confundidos sobre el plan de Dios para el futuro de su pueblo, viene porque muchos no comprenden qué vino a hacer Jesús por el Israel nacional. Jesús no vino a establecer un reino Judío terrenal y nacional, sino que vino a ser su Salvador y el Salvador de todo el Pueblo de Dios, fueran judíos o gentiles.

Nuestro Señor, antes de su encarnación, se identificó a sí mismo con Israel a través del profeta Isaías (43:3) como “el Santo de Israel”, su “Salvador.” Este es el mismo asunto que el apóstol Pedro trató en su gran sermón de Pentecostés, que David no es el Rey, ya que está muerto. Jesús, puesto que vive, es el Rey y fue sobre Jesús que David profetizó (Hechos 2:19-34).

Más tarde, en otro sermón, Pedro dijo que Dios había ahora “exaltado” a Jesús “a su propia mano derecha como Príncipe y Salvador, para que pudiera darle a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.”


Los Hijos de Abraham

Con todo este trasfondo, ahora estamos en situación de responder a las preguntas, “¿Quiénes son los hijos de Abraham?” y “¿Quién es el Israel de Dios?” Jesús dijo,
“Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:28-29).

él continuó diciendo que “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (vv.31-32) a lo que ellos responden señalando que ellos son descendencia física de Abraham (v.33).

A esto Jesús responde, “Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais” (v.39). Esta es pues la definición que el Señor hace de un hijo de Abraham, un Judío, o Israel: Quien hace las cosas que Abraham hizo. ¿Y qué hizo Abraham? Según Jesús, “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (v.56). Según Jesús el Mesías, un Judío, un verdadero Israelita es aquel que tiene fe salvadora en el Señor Jesús ya sea antes o después de su encarnación. Esta es sólo otra forma de decir que Jesús es “el camino, la verdad y la vida” y que “nadie viene al Padre” sino por él (Juan 14:6). Este versículo también se aplica a Abraham, Isaac y Jacob así como a cualquiera.

Luego, no debiera sorprendernos encontrar básicamente la misma enseñanza en la teología del Apóstol Pablo. En Romanos 4, Pablo dice que uno es justificado de la misma manera que Abraham fue justificado, solo por gracia, y solo a través de la fe en Jesús (Romanos 4:3-8).

¿Y qué de los Gentiles? Pablo pregunta, “¿Cuándo fue Abraham justificado? ¿Bajo qué circunstancias? ¿Antes o después de ser circuncidado? ¡No fue después, sino antes!” (Romanos 4:11).
“para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado.” (Romanos 4:11-12).

Por lo tanto estas dos preguntas están íntimamente relacionadas. La Justicia ante Dios “viene por fe” (Romanos 4:16), no por guardar la Ley, ni por ser física o étnicamente Judío,
“para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros” (Romanos 4:16)
Esto es así porque, como dijo en Romanos capítulo 2,
“es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2:29).
Cristo no vino para reinstalar y fijar la Teocracia Mosaica o a establecer un reino terrenal Judío milenial, sino a salvar pecadores Judíos y Gentiles y a hacerles, solo por gracia, sólo a través de la fe, y solo en Cristo, hijos de Abraham.


La Pared Intermedia Derribada (Efesios 2:11-22)

El movimiento de la historia de la redención se da en este orden. El pueblo de Dios fue un pueblo internacional desde Adán hasta Moisés. Bajo Moisés el pueblo de Dios fue temporalmente una nación. Dios instituyó unas leyes especiales, civiles y ceremoniales, para separar a su pueblo nacional de los paganos gentiles. En Efesios 2:14 el Apóstol Pablo describe estas leyes civiles y ceremoniales como la “pared intermedia” entre Judíos y Gentiles. Por causa de esa pared intermedia los Gentiles, considerados como pueblo, estaban “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (2:12).

Ahora, sin embargo, por causa de la muerte de Cristo, Pablo les asegura a los cristianos gentiles que “vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (v. 13). ¿Cómo? A través de su muerte, Cristo ha destruido la pared intermedia, ha rasgado el velo del templo, ha destruido y restaurado el templo en tres días mediante su resurrección (Juan 2:19),
“aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:15-16).

Ahora, por virtud de nuestra unión con Cristo, tanto los cristianos Judíos como los Gentiles son “conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19); “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3). ¿Por qué? Porque “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). ¿Cómo es pues que el Premilenialismo, teniendo dos pueblos de Dios paralelos, no reconstruye esa pared intermedia de separación que Jesús destruyó con su muerte?


No Todo Israel es Israel (Romanos 9)

Uno de los lugares más claros en las Escrituras en cuanto a este tema es Romanos 9. El contexto de este pasaje es la misma pregunta que estamos tratando ahora, ¿qué sucede con Israel? ¿Quién es el Israel de Dios? ¿Ha abandonado Dios su promesa con Abraham? La respuesta de Pablo es que un Judío es quien lo es interiormente, quien ama al Salvador de Abraham. Puesto que Cristo fue circuncidado (Colosenses 2:11-12) por nosotros en la cruz, la circuncisión es moral y espiritualmente indiferente.

“No que la palabra de Dios haya fallado” (Romanos 9:6). La razón por la cual sólo algunos Judíos hayan creído en Jesús como el Mesías es por que “no todo Israel es Israel. No por el hecho de ser descendientes de Abraham son todos sus hijos.” Más bien los hijos de Abraham son contados “a través de Isaac” (9:7). Esto quiere decir que “no son los hijos naturales los que son de Dios, sino los hijos de la promesa” (v.8). ¿Cómo nació Isaac? Por el soberano poder de Dios. ¿Cómo nacen los Cristianos? Por el soberano poder de Dios. Cada cristiano es un “Isaac” en cierto sentido. ¿Por qué es así? Por que
“-pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama-, se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” (Malaquías 1:2; Romanos 9:11-13).
¿Cómo puede ser esto? Esto es porque Dios “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Rom 9:15).
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”. (Romanos 9:16-18).

¿Es Dios injusto? De acuerdo con el apóstol Pablo, como criaturas, no tenemos “derechos” delante de Dios. Dios es el alfarero, nosotros el barro, pero los Cristianos son barro redimido, objetos de misericordia, preparados de antemano para la gloria. Debemos evaluar nuestra condición teniendo como telón de fondo la paciencia de Dios con esos objetos de ira preparados para destrucción (Romanos 9:22-23). Estas vasijas preparadas para la gloria son tomadas tanto de entre los Judíos como de entre los Gentiles (Romanos 9:24). Esto es lo que él prometió en Oseas. él ha hecho de aquellos que fueran una vez “Lo-ammi”, “no mi pueblo”, o sea los Gentiles, que ahora fuesen “hijos del Dios vivo” (Oseas 2:23; 1:10; Romanos 9:25-26).

La razón por la cual los Gentiles, que estaban sin la Ley, hayan “obtenido justicia”, y que Israel que sí la adquirió por Ley no la tenga, es porque la justificación no es por las obras, sino por gracia (Romanos 9:32). Ellos se tropezaron con Jesús, la piedra de tropiezo. él no encajó con sus planes nacionalistas, y digo yo, que tampoco encaja él con los planes nacionalistas/Sionistas del Premilenialismo.

No es que Pablo no quiera que los Judíos sean salvos, sino que les dice esto porque quiere que los Judíos también se salven. La única manera de que un descendiente físico de Abraham, Isaac y Jacob sea un verdadero Israelita es unirse al verdadero Israel de Dios, a Jesús, por medio de la fe. “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:12-13). “No todos los Israelitas han aceptado el Evangelio.”

¿Ha rechazado Dios a su pueblo? No, los escogidos son su pueblo, y todos los escogidos serán salvos. Hay también Judíos creyentes. Pablo se pone a él mismo como ejemplo (Romanos 11:1), él es parte del remanente escogido que no ha doblado su rodilla ante Baal. “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia” (Romanos 11:5-6). Lo que Israel buscó ansiadamente no lo obtuvo, pero los escogidos sí. Los demás fueron endurecidos.

La elección de Dios de unos y la reprobación de otros son dos hechos de la historia de la redención que Pablo saca a la luz con la pregunta “¿Quién es el Israel de Dios?”. Y de nuevo enseña: La salvación es solo por gracia, solo por medio de la fe, y solo en Cristo; y “Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos” (Romanos 11:7).

¿Ha acabado Dios de salvar Judíos? De ninguna manera. La salvación ha venido a los Gentiles para “provocar a Israel a celos” (Romanos 11:11). Los Gentiles, por el favor inmerecido de Dios, han sido injertados al Israel de Dios. Y “ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo” (Romanos 11:25-26).


Los Cristianos son el Israel de Dios en Cristo

Gálatas 6:16

Dado este trasfondo, no debiera sorprendernos nada el hecho de que los apóstoles llamaran a ambos, Judíos y Gentiles, “el Israel de Dios.” Este es el lenguaje de Pablo refiriéndose a la congregación mezclada de Galacia.

1 Pedro 2:9-10

El apóstol Pedro usa el mismo tipo de lenguaje para describir las congregaciones de mayoría gentil en Asia Menor, a quienes escribe diciendo, “vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.”

Hebreos 8:8-10

Según el escritor a los Hebreos, aquellos que invocaren el nombre de Cristo son “la Casa de Israel.” Cualquiera que haya creído en Cristo es un heredero de las promesas del Nuevo Pacto.


Conclusión

¿Ama a los Judíos el Dios de Abraham, Isaac y Jacob? Sí. ¿Tiene un plan para los Judíos? Sí, el mismo plan que prometió a Adán, la simiente de la mujer, el mismo plan que prometió a Abraham, “la Simiente.” Esa simiente es una: Cristo. Él es el Santo de Israel, Él es el Israel de Dios. Él hizo lo que Adán no. Él hizo lo que un Israel terco no quisiera ni pudiera haber hecho. Él sirvió al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerzas.

Muchos de los Judíos, de todas formas, no estaban buscando un Salvador. Buscaban un rey. Jesús es Rey, pero ganó su trono mediante su obediencia y muerte, y eso no es lo que ellos querían. Ellos querían gloria, poder y un reino teocrático, político, y físico en esta tierra. Jesús ha establecido su reino, a través de la predicación del Evangelio y la administración de los sacramentos. Este reino puede que no sea tan emocionante como gobernar desde Jerusalén durante una era dorada en la tierra, pueda que no venda tantos libros ni llene tantas butacas en los cines, pero el mundo nunca ha encontrado al Jesús de las Escrituras muy interesante. Por eso Él es piedra de tropiezo para los Judíos Sionistas y locura para los Griegos. Para los Cristianos, sin embargo, Él es el Cristo, “poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24).


Por: Robert Scott Clark
Profesor de "Historia de La Iglesia y Teología Histórica"
Traducción al español: David Barceló

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