"Hablar de dos pueblos de Dios es tan bíblico como hablar de dos arcas de Noé: puro invento para salvar un sistema teológico, no para entender la Escritura."
Pablo no deja margen para esa división. En Romanos 11 no hay dos olivos, dos raíces ni dos planes de redención. Hay un solo olivo, una sola raíz y un solo pacto de gracia. Algunos de sus hijos —los judíos incrédulos— fueron desgajados; otros —los gentiles creyentes— fueron injertados. Pero es el mismo árbol, el mismo pacto, el mismo Redentor.
El error del dispensacionalismo es leer la historia de la redención como si Dios tuviera un Plan A (Israel) y, al fracasar, hubiera improvisado un Plan B (la Iglesia). Pero el Dios soberano no improvisa; decreta. Y su propósito eterno fue siempre tener un solo pueblo, formado por toda lengua, tribu y nación, unidos en Cristo, el verdadero Israel de Dios (Gál 6:16).
La Biblia no cuenta dos historias paralelas, sino una sola historia redentora que culmina en un solo Mediador. Cristo no derramó dos sangres ni hizo dos pactos; Él mismo es el cumplimiento de todas las promesas hechas a Abraham (Gál 3:16). En Él, los gentiles son herederos juntamente con los judíos, miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de la promesa (Ef 3:6).
Así que insistir en dos pueblos es negar la unidad del evangelio. Dios no tiene dos esposas, dos reinos ni dos mesas de comunión. Tiene una sola Iglesia, el Israel espiritual, redimida por un solo Cordero.
El olivo de Romanos 11 no representa dos planes que corren en paralelo, sino la continuidad de la gracia que atraviesa la historia: un solo pueblo de Dios, una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo (Ef 4:5). Dividir ese olivo es aserrar el tronco de la salvación.
En palabras simples: el que predica dos pueblos termina predicando dos evangelios. Pero el evangelio verdadero es uno solo, y su fruto es la reconciliación de todos los escogidos —judíos y gentiles— en un mismo cuerpo, para la alabanza de la gloria de su gracia.”
¡Piensa en esto cristiano!
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