¿De veras creen que Pablo escribió Romanos 11 para sostener el guion de una película apocalíptica con dos protagonistas: un pueblo terrenal y otro celestial? No. Pablo no estaba construyendo un argumento dispensacional, sino proclamando la soberanía de la gracia.
El corazón del capítulo no es la geopolítica, sino el evangelio. Pablo no presenta dos olivos, dos pactos, ni dos programas de salvación paralelos. Habla de un solo olivo, símbolo del pueblo del pacto, donde algunos fueron desgajados por incredulidad y otros —gentiles— fueron injertados por fe. Ese olivo no representa al Estado moderno de Israel ni a una institución humana, sino al único pueblo que Dios ha estado formando desde Abraham hasta Cristo: el pueblo redimido por la gracia soberana del Redentor.
El misterio que Pablo celebra no es una restauración nacional, sino una misericordia universal. Dios encerró a todos en desobediencia para tener misericordia de todos (Rom 11:32). La conclusión del apóstol no es política, es doxológica: ‘¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!’ (v. 33).
Reducir Romanos 11 a un drama de fin de los tiempos con dos escenarios y dos protagonistas es perder de vista al verdadero personaje central: Dios mismo, cuya fidelidad brilla precisamente al salvar por pura gracia tanto a judíos como a gentiles en un solo cuerpo.
Pablo no soñaba con dos pueblos compitiendo por un rol en la historia, sino con un solo Redentor reuniendo en sí mismo a todos los elegidos. La historia no termina con una nación en la tierra prometida, sino con el Cordero reinando sobre un solo pueblo en una nueva creación. Esa es la esperanza que el evangelio promete, y no necesita efectos especiales para ser gloriosa.
0 comentarios:
Publicar un comentario