miércoles, 29 de octubre de 2025

El muerto en el púlpito y los muertos en los bancos

 


Una reflexión sobre Apocalipsis 3:1 y la muerte espiritual en la Iglesia

“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.”
Apocalipsis 3:1

La iglesia que respiraba, pero no vivía

La carta a la iglesia de Sardis es una de las más estremecedoras del Apocalipsis. No se le acusa de herejía ni de persecución externa; su pecado es más silencioso y mortal: la muerte espiritual bajo apariencia de vida. Tenía reputación, actividad y estructura, pero había perdido el pulso del Espíritu.

Si quisiéramos representar gráficamente la situación de Sardis, bastaría imaginar a un muerto de pie en el púlpito predicando a otros muertos. La escena es grotesca, pero tristemente exacta: un ministerio sin vida, proclamando a un pueblo sin vida.

Este es el retrato de una iglesia que aún canta, ora y predica, pero donde Cristo ya no está presente. Como escribió John Owen:

“Un ministerio sin el Espíritu es como un cuerpo sin alma: mueve los labios, pero no respira.”

Y Martín Lutero lo dijo en la misma línea:

“Donde no se predica el evangelio puro, Cristo no está presente, aunque se levanten mil cruces y se canten mil himnos.”

Sardis no carecía de forma religiosa; carecía de poder espiritual. Tenía nombre, pero no vida.

Muertos que predican a muertos: religión sin regeneración

La teología reformada siempre ha distinguido entre religión y regeneración, entre forma y poder (2 Timoteo 3:5). Cuando la Iglesia abandona el evangelio de la gracia y se aferra a la maquinaria de la actividad, produce ministros no nacidos de nuevo que predican a congregaciones igualmente inconversas.

R.C. Sproul lo advirtió con severidad:

“Es posible tener religión sin regeneración, ortodoxia sin vida, púlpitos llenos de palabras pero vacíos de poder.” (Tabletalk Magazine, 1987).

El Apocalipsis nos muestra que Cristo no se impresiona con edificios, denominaciones ni números. Él evalúa la vida interior, no la fachada eclesiástica.

Los reformadores llamaron a esto la muerte formal de la Iglesia: cuando la doctrina ortodoxa sigue escrita en los credos, pero el Espíritu Santo ya no ilumina los corazones. En palabras de John Owen, “la verdad sin el Espíritu es una lámpara sin aceite: pronto se apaga.”

El diagnóstico ortodoxo: cuando el alma se separa de la gracia

La teología ortodoxa oriental entendió este fenómeno con igual profundidad, describiéndolo como la pérdida de la theosis —la comunión transformadora con la vida divina.

San Juan Crisóstomo lo dijo así:

“Nada es más miserable que un sacerdote muerto en espíritu, que habla del cielo con una lengua de tierra.”

Y San Gregorio de Nisa observó:

“Los labios pueden pronunciar el nombre de Dios, pero si el corazón no ha sido tocado por Él, son solo ecos en un sepulcro.”

Ambas tradiciones —la oriental y la reformada— coinciden: una iglesia sin Espíritu es una iglesia muerta. Predicar sin regeneración, enseñar sin devoción, adorar sin santidad, es como mover un cadáver con un hilo de liturgia.

De Sardis a nosotros: la advertencia para la Iglesia contemporánea

La enfermedad de Sardis no murió en el primer siglo. Reaparece en cada generación cuando la Iglesia sustituye la presencia del Espíritu por la maquinaria de la religión.

Hoy, en gran parte del mundo evangélico, se puede observar una alarmante espiritualidad de superficie: iglesias llenas pero vacías de doctrina, adoración emocional sin santificación, predicadores carismáticos pero sin cruz, y congregaciones entretenidas pero no transformadas.

Predicamos para agradar al público, no para glorificar a Cristo. Convertimos el púlpito en escenario, la adoración en espectáculo y la oración en fórmula. El muerto sigue de pie en el púlpito, y los muertos lo siguen escuchando.

El diagnóstico de Jesús a Sardis resuena hoy con la misma autoridad:

“Tienes nombre de que vives, pero estás muerto.”

Y el remedio también es el mismo:

“Acuérdate de lo que has recibido y oído, guárdalo y arrepiéntete.” (Ap 3:3)

No se trata de volver a la emoción, sino al Evangelio. No de “reavivar” lo carnal, sino de ser vivificados por el Espíritu de Cristo, cuya voz todavía puede hacer vivir a los huesos secos (Ezequiel 37:5).

La esperanza: cuando el Espíritu sopla sobre los huesos secos

Gracias a Dios, Sardis no era un caso perdido. Cristo dijo:

“Tienes unas pocas personas que no han manchado sus vestiduras.” (Ap 3:4)

Aun en las iglesias muertas, Dios preserva un remanente. Donde la Palabra es predicada fielmente, aunque sea débilmente, el Espíritu aún puede soplar y traer vida.

R.C. Sproul escribió en sus últimos años:

“No hay iglesia tan muerta que Cristo no pueda resucitar, ni púlpito tan seco que no pueda arder de nuevo con su Palabra.”

Reflexión final: el riesgo de la Iglesia en Latinoamérica

La iglesia evangélica latinoamericana está en una encrucijada. Tenemos pasión, pero poca doctrina; ruido, pero poca profundidad; estructura, pero poca santidad. Hemos confundido crecimiento numérico con avivamiento espiritual. Y mientras tanto, los muertos siguen predicando a los muertos: pastores que no oran, líderes sin vida devocional, y congregaciones que han cambiado la adoración por consumo religioso.

Si no volvemos al evangelio puro —a Cristo crucificado y resucitado, al poder del Espíritu y a la santidad práctica— corremos el riesgo de convertirnos en la Sardis de nuestro tiempo: iglesias con luces, sonido, ministerios y nombre… pero sin vida.

“Despierta tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.” (Efesios 5:14)

            Que el Señor tenga misericordia de su Iglesia,
            que el Espíritu sople otra vez sobre nuestros huesos secos,
            y que de nuestros púlpitos no hablen muertos,
            sino hombres vivos por la gracia,
            predicando a los vivos por el poder del Evangelio.

Cuando el evangelio se apaga, la iglesia se convierte en un cementerio con himnarios. Pero cuando Cristo vuelve a ser el centro, los muertos oyen su voz y viven.


¡Piensa en esto cristiano! 

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