miércoles, 29 de octubre de 2025

El muerto en el púlpito y los muertos en los bancos

 


Una reflexión sobre Apocalipsis 3:1 y la muerte espiritual en la Iglesia

“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.”
Apocalipsis 3:1

La iglesia que respiraba, pero no vivía

La carta a la iglesia de Sardis es una de las más estremecedoras del Apocalipsis. No se le acusa de herejía ni de persecución externa; su pecado es más silencioso y mortal: la muerte espiritual bajo apariencia de vida. Tenía reputación, actividad y estructura, pero había perdido el pulso del Espíritu.

Si quisiéramos representar gráficamente la situación de Sardis, bastaría imaginar a un muerto de pie en el púlpito predicando a otros muertos. La escena es grotesca, pero tristemente exacta: un ministerio sin vida, proclamando a un pueblo sin vida.

Este es el retrato de una iglesia que aún canta, ora y predica, pero donde Cristo ya no está presente. Como escribió John Owen:

“Un ministerio sin el Espíritu es como un cuerpo sin alma: mueve los labios, pero no respira.”

Y Martín Lutero lo dijo en la misma línea:

“Donde no se predica el evangelio puro, Cristo no está presente, aunque se levanten mil cruces y se canten mil himnos.”

Sardis no carecía de forma religiosa; carecía de poder espiritual. Tenía nombre, pero no vida.

Muertos que predican a muertos: religión sin regeneración

La teología reformada siempre ha distinguido entre religión y regeneración, entre forma y poder (2 Timoteo 3:5). Cuando la Iglesia abandona el evangelio de la gracia y se aferra a la maquinaria de la actividad, produce ministros no nacidos de nuevo que predican a congregaciones igualmente inconversas.

R.C. Sproul lo advirtió con severidad:

“Es posible tener religión sin regeneración, ortodoxia sin vida, púlpitos llenos de palabras pero vacíos de poder.” (Tabletalk Magazine, 1987).

El Apocalipsis nos muestra que Cristo no se impresiona con edificios, denominaciones ni números. Él evalúa la vida interior, no la fachada eclesiástica.

Los reformadores llamaron a esto la muerte formal de la Iglesia: cuando la doctrina ortodoxa sigue escrita en los credos, pero el Espíritu Santo ya no ilumina los corazones. En palabras de John Owen, “la verdad sin el Espíritu es una lámpara sin aceite: pronto se apaga.”

El diagnóstico ortodoxo: cuando el alma se separa de la gracia

La teología ortodoxa oriental entendió este fenómeno con igual profundidad, describiéndolo como la pérdida de la theosis —la comunión transformadora con la vida divina.

San Juan Crisóstomo lo dijo así:

“Nada es más miserable que un sacerdote muerto en espíritu, que habla del cielo con una lengua de tierra.”

Y San Gregorio de Nisa observó:

“Los labios pueden pronunciar el nombre de Dios, pero si el corazón no ha sido tocado por Él, son solo ecos en un sepulcro.”

Ambas tradiciones —la oriental y la reformada— coinciden: una iglesia sin Espíritu es una iglesia muerta. Predicar sin regeneración, enseñar sin devoción, adorar sin santidad, es como mover un cadáver con un hilo de liturgia.

De Sardis a nosotros: la advertencia para la Iglesia contemporánea

La enfermedad de Sardis no murió en el primer siglo. Reaparece en cada generación cuando la Iglesia sustituye la presencia del Espíritu por la maquinaria de la religión.

Hoy, en gran parte del mundo evangélico, se puede observar una alarmante espiritualidad de superficie: iglesias llenas pero vacías de doctrina, adoración emocional sin santificación, predicadores carismáticos pero sin cruz, y congregaciones entretenidas pero no transformadas.

Predicamos para agradar al público, no para glorificar a Cristo. Convertimos el púlpito en escenario, la adoración en espectáculo y la oración en fórmula. El muerto sigue de pie en el púlpito, y los muertos lo siguen escuchando.

El diagnóstico de Jesús a Sardis resuena hoy con la misma autoridad:

“Tienes nombre de que vives, pero estás muerto.”

Y el remedio también es el mismo:

“Acuérdate de lo que has recibido y oído, guárdalo y arrepiéntete.” (Ap 3:3)

No se trata de volver a la emoción, sino al Evangelio. No de “reavivar” lo carnal, sino de ser vivificados por el Espíritu de Cristo, cuya voz todavía puede hacer vivir a los huesos secos (Ezequiel 37:5).

La esperanza: cuando el Espíritu sopla sobre los huesos secos

Gracias a Dios, Sardis no era un caso perdido. Cristo dijo:

“Tienes unas pocas personas que no han manchado sus vestiduras.” (Ap 3:4)

Aun en las iglesias muertas, Dios preserva un remanente. Donde la Palabra es predicada fielmente, aunque sea débilmente, el Espíritu aún puede soplar y traer vida.

R.C. Sproul escribió en sus últimos años:

“No hay iglesia tan muerta que Cristo no pueda resucitar, ni púlpito tan seco que no pueda arder de nuevo con su Palabra.”

Reflexión final: el riesgo de la Iglesia en Latinoamérica

La iglesia evangélica latinoamericana está en una encrucijada. Tenemos pasión, pero poca doctrina; ruido, pero poca profundidad; estructura, pero poca santidad. Hemos confundido crecimiento numérico con avivamiento espiritual. Y mientras tanto, los muertos siguen predicando a los muertos: pastores que no oran, líderes sin vida devocional, y congregaciones que han cambiado la adoración por consumo religioso.

Si no volvemos al evangelio puro —a Cristo crucificado y resucitado, al poder del Espíritu y a la santidad práctica— corremos el riesgo de convertirnos en la Sardis de nuestro tiempo: iglesias con luces, sonido, ministerios y nombre… pero sin vida.

“Despierta tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.” (Efesios 5:14)

            Que el Señor tenga misericordia de su Iglesia,
            que el Espíritu sople otra vez sobre nuestros huesos secos,
            y que de nuestros púlpitos no hablen muertos,
            sino hombres vivos por la gracia,
            predicando a los vivos por el poder del Evangelio.

Cuando el evangelio se apaga, la iglesia se convierte en un cementerio con himnarios. Pero cuando Cristo vuelve a ser el centro, los muertos oyen su voz y viven.


¡Piensa en esto cristiano! 

martes, 14 de octubre de 2025

“Dios nunca creó a ningún hombre para ir al infierno.” —Adrián Rogers


Análisis del sermón: "Jesus Is God’s Answer to Man’s Disability"? (¿Es Jesús la respuesta de Dios a la discapacidad del hombre?) del pastor Adrián Rogers.

1. ¿Adrián Rogers dijo literalmente la frase polémica: 

Si Dios predestinó a unos para el cielo y a otros para el infierno, y si acaso yo fui ordenado para el infierno, quiero estar allí. Porque estar en el infierno, para lo cual fui predestinado, sería estar en el centro de la voluntad de Dios para mi vida.”?

Sí hay una historia narrada por Rogers donde aparece un niño de 10 años que escucha a un predicador decir que “Dios creó a algunas personas para ser condenadas al infierno y a otras para ir al cielo”.

El niño responde: “Si Dios me creó para ir al infierno, quiero ir al infierno.”

Rogers añade el comentario:

“Porque todo ser que cumple el propósito para el cual Dios lo creó experimenta gozo. Si Dios nos hubiera creado para el infierno, y el infierno para nosotros, entonces el infierno dejaría de ser infierno, pues estaríamos en el centro de la voluntad de Dios.”

Sin embargo, Rogers no dijo eso como afirmación personal, sino como una ilustración absurda para mostrar lo irracional y blasfema que es la doctrina de que Dios crea personas para condenarlas.

Es un argumento retórico e hipotético, no una declaración teológica suya.

En conclusión: la frase atribuida a Rogers (“si Dios me predestinó al infierno, quiero estar allí porque es la voluntad de Dios”) no refleja su pensamiento, sino que fue una cita puesta en labios del niño de la ilustración para mostrar el error del hipercalvinismo.

2. ¿Qué quiso aclarar sobre la doctrina hipercalvinista?

El texto deja claro que Rogers rechaza categóricamente la idea de que Dios haya creado o predestinado a alguien para el infierno.

Sus propias palabras son:

“Dios nunca creó a ningún hombre para ir al infierno. El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”

Y añade:

“Ciertamente Dios es soberano. Dios es lo suficientemente soberano como para dar al hombre voluntad sin perder su propia soberanía.”

Es decir, su propósito es defender la soberanía divina sin negar la responsabilidad humana.
Él define la verdadera soberanía de Dios como aquella que no necesita anular la voluntad humana para cumplir sus propósitos.

3. ¿Refutó correctamente la soteriología calvinista?

Rogers no refuta el calvinismo histórico (como el de la Confesión de Fe de Westminster), sino el hipercalvinismo determinista.

Por ejemplo, dice que algunos teólogos afirmaban que “nadie puede elegir a Dios... Dios desde la eternidad ha predestinado a algunos al infierno y a otros al cielo”,
pero él responde mostrando que:

“La Biblia dice que todo el que quiera puede venir, y el Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan.”

También enfatiza:

“El hecho de que Dios respete la voluntad humana no niega ni denigra su soberanía.”

Por tanto:

  • No refuta el calvinismo clásico, sino una caricatura determinista que él denomina hipercalvinismo.
  • Su teología se alinea más con una posición arminiana moderada: Dios es soberano, pero el hombre debe responder libremente a su gracia.

4. Análisis pastoral: sobre distorsionar las palabras

El mismo sermón muestra cómo una frase fuera de contexto puede invertirse por completo.
Rogers usa la historia del niño para refutar un error, pero al sacarse del contexto parece que él lo afirma.

Esto ilustra un problema grave en el ministerio actual:

a) Falta de honestidad hermenéutica

Sacar una cita sin su marco narrativo puede convertir una ilustración pastoral en una falsa doctrina atribuida al predicador.

El resultado es confusión y división dentro del cuerpo de Cristo.

b) Responsabilidad teológica

El noveno mandamiento prohíbe el falso testimonio (Éxodo 20:16). Aplicado al ámbito doctrinal, esto implica representar fielmente las palabras de otro siervo de Dios.
Sproul solía decir que “la verdad de Dios nunca necesita ser defendida con medias verdades”.

c) Consecuencia pastoral

La deshonestidad teológica en redes sociales destruye la credibilidad del evangelio.
Si usamos a hombres de Dios como munición ideológica, perdemos el espíritu del evangelio, que nos llama a “hablar verdad en amor” (Efesios 4:15).

Conclusión general

  • Adrian Rogers no dijo literalmente la frase polémica; narró una historia para demostrar el absurdo del hipercalvinismo.
  • Su enseñanza afirma la soberanía de Dios sin negar la responsabilidad humana.
  • No refuta el calvinismo clásico, sino una versión distorsionada que convierte a Dios en autor de condenación.
  • El uso descontextualizado de sus palabras es injusto y espiritualmente dañino.

“Dios nunca creó a ningún hombre para ir al infierno.” —Adrián Rogers

Esta afirmación expresa una verdad que todo cristiano bíblico debe afirmar, aunque deba matizarla con precisión teológica. En efecto, Dios no creó a nadie con el propósito directo de condenarlo. El acto creador de Dios es bueno (Génesis 1:31), y Su intención original hacia la humanidad fue comunión, no condenación.

Sin embargo, debemos aclarar —como lo haría la teología reformada— que aunque Dios no es el autor del pecado ni el causante de la maldad, Él ordena todas las cosas según el consejo de Su voluntad (Efesios 1:11). Esto incluye el misterio de la reprobación: Dios permite que algunos permanezcan en su pecado, no porque los haya creado para el infierno, sino porque los deja seguir las inclinaciones de su propio corazón (Romanos 9:22).

En palabras de R.C. Sproul:

“Dios no fuerza a nadie al infierno. El hombre va allí voluntariamente, pero no fuera del decreto soberano de Dios.”

La diferencia es crucial: la condenación es justa, no arbitraria.

Dios no crea para destruir; Él crea para manifestar su gloria, tanto en la gracia que salva como en la justicia que juzga. La Escritura enseña que el infierno no fue preparado para el hombre, sino “para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). Sin embargo, aquellos que rechazan la gracia de Cristo comparten su destino porque aman más las tinieblas que la luz (Juan 3:19).

Por tanto, podemos afirmar con Rogers:

“Dios no creó a ningún hombre para el infierno.”

Pero también debemos añadir, con Pablo (y con Sproul): 

“Dios es justo al dejar que el pecador permanezca donde él mismo eligió estar.”

La soberanía de Dios no convierte a los hombres en marionetas, ni su amor cancela su justicia. Ambos se encuentran perfectamente en la cruz: allí, Dios muestra que nadie es creado para el infierno, pero también que nadie es salvo sin Cristo.


¡Piensa en esto cristiano!

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SERMÓN: "Jesus Is God’s Answer to Man’s Disability"?

¿Es Jesús la respuesta de Dios a la discapacidad del hombre?

Adrian Rogers fue un motivador, un animador y un líder de la fe. También le apasionaba presentar la aplicación de las Escrituras a las circunstancias de la vida cotidiana, y lo escucharán en el mensaje de hoy.

Ahora, unámonos a Adrian Rogers. Uno de mis amigos de años pasados ​​era un hombre llamado Paul Anderson. Paul Anderson era el hombre más fuerte del mundo, literalmente. Si conocieran a Paul, medía 1,78 metros de alto, no muy alto, pero pesaba 170 kilos. Su cuello medía 59 centímetros de circunferencia.

¿Les gustaría comprarle una camisa a un hombre así? Tenía 59 centímetros de cuello, 57 centímetros de brazos. Sus brazos eran como cocos. Tenía 127 centímetros de pecho y 89 centímetros de muslos.

Muchos de ustedes no miden 89 centímetros de cintura. Él medía 89 centímetros de muslos y 50 centímetros de pantorrillas. A menudo escuchaba el testimonio de Paul y la gente le preguntaba: "¿Alguna vez fuiste un debilucho de 45 kilos?".

Dijo que sí cuando tenía cuatro años. Era un hombre corpulento. Tenía una fuerza increíble. Paul Anderson fue a Moscú en 1955.

Era prácticamente un desconocido. Los rusos ostentaban todos los títulos, incluso los más importantes, en halterofilia. Allí, Paul Anderson los superó a todos y asombró al ganar el campeonato mundial de halterofilia. El locutor ruso dijo que era una maravilla de la naturaleza. Más adelante, Paul Anderson comenzó a realizar proezas de fuerza. En una ocasión, levantó 2.800 kilos del suelo con la espalda.

Más de tres toneladas. Este hombre levantó ese peso con su propio cuerpo. Está en el Libro Guinness de los Récords y, según ellos, es el mayor peso jamás levantado por un ser humano. Era un atleta estelar y un cristiano aún más estelar. Tenía insuficiencia renal.

Murió a los 61 años y fue decayendo hasta la tumba. El hombre más fuerte de la tierra, pero murió. Y si Jesús no viene, tú también morirás, sin importar cuánta fuerza tengas. La Biblia dice en Isaías capítulo 40, versículo 30: «Hasta las ovejas desmayarán y se cansarán, y los jóvenes caerán por completo».

Así somos nosotros. Toda fuerza humana finalmente fallará. Pero la Biblia dice que, aunque nuestro hombre exterior perezca, nuestro hombre interior, el verdadero hombre, se renueva día a día por el Señor Jesucristo. Nuestro gran problema, por lo tanto, no es qué le sucederá a nuestro cuerpo, sino la gran pregunta: ¿tenemos la fuerza interior que Dios quiere que tengamos?

Ahora bien, este milagro que estudiaremos esta noche nos dirá cómo tener esa fuerza. Quiero que abran sus Biblias, por favor, si son tan amables, en Juan capítulo 5, versículo 1. Después de esto, hubo una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Hay en Jerusalén, junto al mercado de las ovejas, un estanque llamado Betesda en hebreo. Dicho sea de paso, significa casa de misericordia, y tiene cinco pórticos. Y en ellos yacía una gran multitud de enfermos. Significa que no tenían fuerza. Estaban sin energía.

 

Eso es lo que significa la palabra enfermo: sin energía. Un ciego, cojo y marchito, esperando el movimiento del agua. Porque un ángel descendía en cierto momento al estanque y agitaba el agua. El primero que descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Y cuando Jesús lo vio acostado, y supo que ya llevaba mucho tiempo así, le dijo: «¿Quieres ser sano?». El hombre enfermo le respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Pero mientras yo voy, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: «Levántate, toma tu lecho y anda». Y al instante el hombre sanó, tomó su lecho y anduvo. Y era sábado. Entonces los judíos le dijeron al que había sido sanado: «Es sábado. No te es lícito cargar con tu lecho». Él les respondió: «El que me sanó, él mismo me dijo: «Toma tu lecho y anda». Entonces le preguntaron: «¿Quién es el que te dijo: «Toma tu lecho y anda»?». Y el que había sido sanado no era quien era, pues Jesús se había alejado, pues había una multitud en aquel lugar. Después, Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor». Ahora, permítanme darles los antecedentes. Sucede en un estanque llamado el estanque de Betesda. Y eso literalmente significa que la casa de misericordia, si han estado en Israel, como algunos de nosotros, está justo afuera o dentro de la puerta de las Ovejas donde Esteban fue apedreado.

Y si van a este lugar, este estanque, todavía está allí. De hecho, está a unos 12 metros bajo el nivel de la calle, donde ocurrió este milagro. Dios, el Señor Jesús, mostró su misericordia a este pobre hombre que había estado enfermo durante 38 años. Era algo así como un balneario y alrededor, en estos pórticos, había enfermos.

Algunos con extremidades atrofiadas, otros ciegos, así que... Algunos de ellos tenían enfermedades que quizás tú padezcas, pero peores. Estaban allí esperando un milagro. Y cada año, cuando el agua burbujeaba, Dios, en su misericordia, obraba un milagro y quienquiera que entrara en ella sanaba. Jesús llegó allí. Era un día festivo y se dirigió a un hombre en particular. Había muchos allí, pero Jesús eligió a uno. Este hombre llevaba 38 años esperando en la fila.

Al menos llevaba 38 años enfermo, paralizado e inválido. No sé cuánto tiempo llevaba realmente allí en el estanque de Betesda, pero sí mucho tiempo, esperando en la fila, intentando acercarse cada vez más al agua para poder estar en ella, ser el primero en entrar, y ser sanado. Y Jesús le hace una pregunta profunda pero muy sencilla: «¿Quieres ser sanado? ¿Quieres ser sanado?». Esa es una pregunta que Jesús no solo le hacía a ese hombre.

Es una pregunta que Jesús te hace a ti. Jesús no solo se dedicaba a sanar. Solo sanó a una persona allí.

La Biblia dice que había una gran multitud allí. Si Jesús hubiera sido un gran sanador, habría ido de un lugar a otro, de persona en persona, sanándolos a todos. Pero solo sanó a este hombre. Porque lo que está haciendo aquí es un milagro con un mensaje. Está enseñando una verdad espiritual mayor. De hecho, después de sanar a este hombre, aprenderemos que Jesús simplemente se escabulló silenciosamente, casi sigilosamente.

Si se hubiera quedado allí, lo habrían aclamado. Toda la gente habría acudido a él para ser sanada, pero él no vino como el gran sanador. Vino como el Salvador. Y estos milagros se dieron para que creyéramos que Jesús es el Cristo y para que pudiéramos tener vida en su nombre. Así que quiero que aprendan de nuevo lo que estoy diciendo: que debemos ir más allá de los milagros y ponernos en Jesús.

Creemos en los milagros, pero confiamos en Jesús. G. Campbell Morgan fue un gran predicador y maestro de otro tiempo. Dijo algo muy significativo sobre los milagros de Jesús. Dijo que cada parábola que Jesús enseñó era un milagro de instrucción.

Y cada milagro que Jesús realizó era una parábola de instrucción. Ahora bien, no quiso decir que los milagros no fueran reales, sino que hay un mensaje milagroso en cada milagro. La palabra para milagro aquí en el Evangelio de Juan es señal. Significa que tiene un significado.

Las primeras cuatro letras de la palabra significado son señales. Son milagros con un mensaje. Así que Jesús no sanó a todos ese día, pero sí a este hombre. Y Jesús sanó a este hombre para transmitir un mensaje a todos aquellos que sentimos que necesitamos fortaleza espiritual, porque espiritualmente, como veremos en un momento, por naturaleza estamos paralizados y sin fuerza en Cristo, tenemos poder para vivir. Jesús es la respuesta de Dios a la discapacidad espiritual del hombre. Ahora, permítanme darles un ejemplo que demostrará cómo funciona este milagro. La sanación física es solo temporal. En realidad no es tan importante. Crees que es importante sanar.

Creo que es importante sanar cuando me enfermo, pero Dios probablemente no lo considera tan importante como nosotros pensamos, porque Dios tiene un plan mayor y otro diferente para nosotros. ¿Recuerdas? Esta no es la misma historia que estamos estudiando ahora, sino que en otro pasaje de los Evangelios, cuatro hombres llevaron a un hombre a Jesús en una camilla. ¿Recuerdas eso? Jesús le dijo: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Cuando Jesús dijo eso, la gente empezó a murmurar, a quejarse y a criticar. Dijeron, en efecto: «¿Quién se cree que es? ¿Quién es él para decirle a ese hombre que su pecado está perdonado? Solo Dios puede perdonar el pecado».

Tenían razón. ¿Quién se cree que es? Y luego Jesús dijo para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados.

Señor, toma tu lecho y anda. Jesús lo sanó físicamente solo para dar credibilidad al milagro espiritual. Jesús hizo algo que ellos podían ver para que pudieran entender y creer lo que no podían ver.

¿Entienden la importancia? Lo importante para Jesús ese día no era sanar el cuerpo de ese hombre. Lo importante era perdonar su pecado.

La sanación del cuerpo solo atestiguaba el milagro espiritual invisible, y lo mismo ocurre con este hombre. Así que esta noche aprenderemos tres cosas que nos ayudarán a tener una vida plena, que nos ayudarán a comprender en el ámbito espiritual que Jesucristo es la respuesta de Dios para la discapacidad del hombre. Esto es lo primero que deben hacer si quieren encontrar la fuerza que este hombre encontró hace tanto tiempo. Lo primero que deben hacer es reconocer su debilidad. Reconozcan su debilidad. Admitan que son débiles. Ahora, si quieren, miren el versículo cinco.

 

Y había allí un hombre que llevaba 30 años enfermo. Este hombre realmente nos representa a ustedes y a mí sin el Señor Jesucristo. Pero verás, el problema que muchos de nosotros tenemos es...

No admitiremos que estamos espiritualmente paralizados.

No validaremos nuestra propia debilidad. Pero permítanme darles un versículo de las Escrituras para que lo pongan al margen. Es Romanos capítulo cinco, versículo seis.

Escúchenlo. La Biblia dice: «Porque cuando aún éramos fuertes, Cristo murió por los impíos». La Biblia describe a todo hombre sin Cristo como débil. Es como este hombre impotente. Eso es lo que significa la palabra impotente. Estaba débil.

Y por lo tanto, se convierte en una ilustración de todo hombre, mujer, niño y niña sin el Señor Jesús. Ahora, mientras hablamos de validar su debilidad, piensen conmigo. Piensen en la fuente principal de su debilidad.

¿De dónde proviene su debilidad? Iremos al versículo 14. ¿Cuál era el problema de este hombre? Y después Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor». La fuente principal de la debilidad de este hombre era su pecado. Ahora bien, no todos están enfermos por el pecado, pero este hombre sí. Y creo que esa es la razón por la que Jesús lo escogió. El pecado y la debilidad de este hombre tenían una conexión directa. Así que, después de que Jesús lo sanó, le dijo: «No vuelvas a pecar, para que no te suceda algo peor». El punto es este: la fuente principal de nuestra debilidad es el pecado. Somos pecadores de nacimiento, pecadores por naturaleza, pecadores por elección y pecadores por práctica.

La Biblia dice que, por todos los pecados, estamos destituidos de la gloria de Dios. Pero ahora hay algo más que quiero que veas. No solo la fuente principal de tu debilidad, sino también la fuerza paralizante de tu debilidad. Muchos de nosotros no nos damos cuenta de que espiritualmente estamos paralizados. Quizás digas: «Bueno, no soy débil. Levanto pesas. Soy muy fuerte». No me refiero a la debilidad física. Quizás digas: «Bueno, no soy débil». Tengo un doctorado. No me refiero a debilidad intelectual. Podrías decir que no soy débil.

Tengo un millón de dólares en el banco. No me refiero a debilidad financiera. Me refiero a la debilidad espiritual que te ha paralizado. La Biblia dice que cuando aún éramos débiles, a su debido tiempo, Cristo murió por los impíos. ¿Sabes cuál es nuestra debilidad? Nuestra debilidad es que no tenemos la fuerza para ser piadosos.

Estamos débiles. Por eso Cristo murió por los impíos. ¿Cuál es el plan de Dios para mí? ¿Cuál es el plan de Dios para ti? El plan de Dios para todos nosotros es que seamos piadosos. No tenemos la fuerza para ser piadosos. No importa cuánto te esfuerces por ser piadoso. No tienes lo que se necesita para ser piadoso. No tenemos la fuerza para ser piadosos.

Verás, puedes ser fuerte para hacer lo que quieres, pero no eres fuerte para hacer lo que debes. Mientras aún éramos débiles, Cristo murió por los impíos. La fuente principal de nuestra debilidad es el pecado. La fuerza paralizante de nuestro pecado es que no podemos ser lo que Dios quiere que seamos.

 

Y ahora quiero que observen también la persistencia de su debilidad. Según los versículos cinco y seis, este hombre llevaba así 38 años. ¿Se imaginan estar paralizado, impotente, debilitado, sin fuerzas durante 38 años? ¿Qué le sucede a un hombre cuando está paralizado durante 38 años? Sus músculos comienzan a atrofiarse y a debilitarse. Cada año que este hombre estaba así, no mejoraba. Empeoraba. Su tejido muscular se desintegraba. Y así sucede con un hombre, una mujer, un niño, una niña sin Cristo.

Cuanto más viven, peor es su condición. Por eso nadie debe posponer la entrega de su corazón al Señor Jesucristo. Si necesitas ser salvo, debes ser salvo esta noche, porque mañana solo tendrás más pecados de los que arrepentirte y menos tiempo para arrepentirte de él. Verás, la principal fuerza de su debilidad era el pecado. La fuerza paralizante es que no puede ser piadoso.

Y la persistencia es que sigue y sigue y sigue, pero bajando y bajando y bajando. Ahora bien, si quieres tener lo que este hombre tenía, lo que debes hacer es validar tu debilidad. Debes decir: «Dios, tienes razón».

Tienes razón. Estoy sin fuerzas. Dejaré mi orgullo en el polvo y admitiré mi necesidad. Ahora, aquí está la segunda cosa. No solo debes validar tu debilidad, sino que debes activar tu voluntad. Mira el versículo seis.

Míralo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba mucho tiempo en esa situación, le dijo: «¿Quieres ser sano?». En español moderno, ¿quieres ser sano?

¿Deseas ser sano? ¿Cuál es tu voluntad en este asunto? Ahora, permítanme decirles a cada uno de nosotros que debemos activar nuestra propia voluntad. Dios nunca forzará tu voluntad. Si Dios forzara tu voluntad, si tu relación con él fuera forzada, entonces ya no serías un hombre, serías una máquina.

Y Dios no podría tener comunión con una máquina. Si quieres venir a Cristo, puedes hacerlo, pero si no quieres venir a Cristo, él no te obligará. La Biblia dice que quien quiera puede venir, pero si no quieres venir, no hay suficientes ángeles en el cielo como para que Dios permita que uno de ellos te arrastre por el precipicio.

Pero si quieres... Para venir, no hay suficientes demonios en el infierno, ni fuera del infierno, ni dondequiera que estén, que te impidan venir. Dios te ha dado una voluntad. Y nuestro Señor te pregunta: ¿Serás sano? Algunos teólogos reaccionan ante el libre albedrío humano. Creen que, al hablar del libre albedrío, se niega la soberanía de Dios. Pero tanto la soberanía de Dios como el libre albedrío se enseñan en las Escrituras. Jesús le habló a este hombre y le preguntó: ¿Serás sano? El hecho de que Dios respete la voluntad humana no niega ni denigra su soberanía en absoluto. A veces, la gente construye argumentos artificiales que no deberían construirse. Hay una vieja historia sobre unos predicadores que discutían sobre teología.

Había una sala llena de ellos. Se enfrascaron en una acalorada discusión sobre el libre albedrío y la soberanía de Dios. Algunos eran hipercalvinistas y decían que nadie puede elegir a Dios. Dios los elige a ellos. Y el hombre no tiene voluntad propia al respecto. Dios, desde la eternidad, ha predestinado a algunos al infierno y a otros al cielo. Y Dios es soberano sobre todo el asunto. Otros dijeron: «No, esperen un momento».

 

La Biblia dice que todo el que quiera puede venir, y el Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan. Y se desató una acalorada discusión. Y después de un rato, se separaron en pequeños grupos. Aquí, de este lado, estaban los que defendían lo que llamaban la soberanía de Dios. Y aquí, de este lado, estaban los que defendían lo que llamaban el libre albedrío del hombre. Había un predicador atrapado en el medio. Dijo: «Bueno, estos tipos, cuando hablan, suenan tan bien».

Pero cuando estos tipos hablan, también suenan tan bien. Así que no sabía a qué lado ponerse. Entonces dijo: "Bueno, creo que iré a este lado, donde esta gente que tanto habla de la soberanía de Dios, donde están en su pequeño grupo, lo vieron venir". Y él preguntó: "¿Por qué viniste?".

Bueno, dijo: "Solo quería venir, vine por mi propia voluntad". Le dijeron: "No perteneces a este grupo, vete para allá". Así que fue para acá. Y le preguntaron: "¿Por qué vienes?". Bueno, dijo: "Me enviaron para acá". Dijeron: "No puedes venir aquí a menos que vengas por tu propia voluntad".

Esos son los tipos de argumentos tontos en los que la gente se mete. Quiero decirte, querido amigo, que Dios nunca creó a ningún hombre para ir al infierno. Dios nunca creó a ningún hombre para ir al infierno. El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.

Y todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo, y todo aquel que quiera puede venir. Ciertamente Dios es soberano. Dios es lo suficientemente soberano como para dar al hombre voluntad sin perder su propia soberanía. Así de soberano es Dios.

Dios es un Dios soberano. Una vez oí hablar de un niño de 10 años. Escuchó a un predicador predicar. Y ese predicador dijo: «Dios creó a algunas personas para ser condenadas al infierno. Dios creó a otras para ser salvas e ir al cielo». Ese niño de 10 años dijo: «Si Dios me creó para ir al infierno, quiero ir al infierno».

Porque todo lo que hace lo que Dios lo creó es feliz. Piénsalo. El infierno dejaría de existir si Dios nos creara para el infierno y el infierno para nosotros. Y las llamas del infierno se convertirían en las llamas de la gloria porque estaríamos en el centro de la voluntad de Dios.

Amigo, escucha. Si vas al infierno, serás un intruso. El infierno fue preparado para el diablo y sus ángeles. Y el Señor dice: «¿Serás sano?». Esa es la pregunta que hace. Es una pregunta interesante. Porque ¿por qué le dirías a un enfermo: "¿Serás sano?"? La respuesta parece obvia.

Parece que la pregunta es superflua. Pero nuestro Señor nos enseña una lección: no se impondrá a nadie, sino que quien quiera puede venir. Este hombre jamás habría podido decirle que sí a Jesús, si Él no le hubiera dado la iniciativa. Lo amamos porque él nos amó primero. Él no nos obligará a hacer nuestra voluntad, sino que siempre la capacita. Y nunca podríamos elegirlo si él no nos hubiera elegido primero.

Gracias a Dios por eso. Pero amigo, la pregunta es: ¿serás sano? Jesús no dijo: "¿Quieres volver a caminar?", sino que usó una palabra que encapsula plenitud, integridad, salud. Muchas personas desean que el resultado del pecado se manifieste, pero no quieren ser sanas. No quieren ser verdaderamente una persona plena como Dios quiso que fueran. Pero ¿qué debes hacer si quieres tener la fuerza para vivir? Debes validar tu debilidad. Debes activar tu voluntad.

Debes decir: «Sí, Señor, te deseo». Una de las historias más extrañas jamás contadas es real. Ocurrió hace muchos años, en 1829. George Wilson fue sentenciado a la horca en el estado de Pensilvania por robo de correo y asesinato. Pero el presidente Andrew Jackson, por alguna razón...

No sé, indultaron a George Wilson y dijeron: «No debe ser ahorcado».

No debe ser ejecutado. Llevaron el indulto al gobernador del estado. Y luego, del gobernador, lo entregaron al director de la penitenciaría donde George Wilson estuvo encarcelado. Y finalmente, se lo entregaron a George Wilson y dijeron: «El presidente de los Estados Unidos lo ha indultado.

No será ahorcado». George Wilson dijo: «Rechazo el indulto. No lo aceptaré.

Quiero que me ahorquen». No saben qué hacer. O sea, aquí tenemos un indulto, pero ahora el preso no lo acepta. ¿Qué se hace con un hombre indultado, que se supone que debe ser ahorcado hasta morir, y no acepta el indulto?

¿Qué se hace? ¿Simplemente llevarlo a la puerta y sacarlo de la prisión a empujones? No sabían qué hacer. Lo debatieron una y otra vez. Terminó en la Corte Suprema de los Estados Unidos de América. Y la Corte Suprema se reunió y estudió el asunto.

Y esto es lo que decidieron. El presidente del Tribunal Supremo, John Marshall, dijo esto, y cito: «Un indulto es un papel cuyo valor depende de su aceptación por parte de la persona implicada. Si se rechaza, no es indulto».

Como resultado, George Wilson fue colgado del cuello hasta su muerte, a pesar de que se le había ofrecido el indulto. Y puedes sentarte en este auditorio esta noche, morir e ir al infierno cuando Jesús te extienda los brazos y te diga: «¿Serás sanado?». Ahora bien, ese perdón no sirve de nada si no lo validas, si lo rechazas. Entonces, ¿qué debes hacer? ¿Qué debes hacer? Debes validar tu debilidad. Debes activar tu voluntad.

Ahora, aquí está el tercer punto: debes iniciar tu camino. Debes iniciar tu camino. Ahora, si quieres, mira los versículos del siete al nueve.

El hombre enfermo le respondió: «Señor, cuando el agua se agita, no tengo a nadie que me meta en el estanque; mientras bajo, otro baja antes que yo». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu lecho y anda». Y al instante el hombre sanó, tomó su lecho y anduvo. Y era sábado.

Inicia tu camino. Recuerda que el propósito de este milagro es enseñar un milagro espiritual mayor. No que Jesús pueda sanar a un paralítico, sino que puede salvar un alma y darte poder espiritual para ser piadoso. Permíteme repetirte el versículo que enseña que Juan 20, versículos 30 y 31, y muchas otras señales que Jesús hizo en presencia de sus discípulos, no están escritas en este libro, pero se escribieron para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Juan no escribió el evangelio de Juan para que los paralíticos pudieran sanar. Él escribió el Evangelio de Juan para que los perdidos pudieran ser salvos. No para que recibiéramos fuerza física como dijo Paul Anderson, sino para que recibiéramos fuerza sobrenatural de lo alto, creyendo en Jesús, para que pudiéramos caminar con vitalidad, libertad y victoria día a día. Ahora bien, Jesús le dijo a este hombre: «Levántate, toma tu lecho y anda». Tenlo en cuenta porque debes iniciar tu camino. Si buscaras en toda la Biblia los versículos más claros que enseñan la salvación, tendrías que ir a Efesios 2, versículos 8, 9 y 10.

¿No es cierto? Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros. Es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe, pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Son tres versículos maravillosos, estructurados en torno a tres preposiciones: por, mediante y para.

Escuchen con atención. Quiero que tomen este versículo un momento y lo apliquemos a lo que Jesús le dijo a este hombre: «Levántate, toma tu lecho y anda». En primer lugar, ¿cómo fue liberado este hombre? Por gracia. No podía hacer nada.

Está paralizado. La Biblia dice que fue sanado inmediatamente. La salvación es por la pura gracia de Dios.

Es por gracia. Si ustedes y yo hubiéramos estado allí y hubiéramos escuchado al Señor Jesucristo decirle esto a este hombre: «Levántate, toma tu lecho y anda», podríamos haber dicho que no está bien burlarse de él de esa manera. No está bien atormentarlo de esa manera. ¿Cómo se le puede decir a un paralítico que se levante?

Si pudiera levantarse, lo habría hecho hace mucho tiempo. Entonces, ¿por qué le dicen que lo haga? Es imposible. Y por ser imposible, es irrazonable. Y por ser imposible e irrazonable, es injusto.

Pero mientras hablamos, el hombre se pone de pie. Ahora déjenme decirles qué es el cristianismo. El cristianismo es lo imposible, lo irrazonable y Jesucristo. O sea, Jesús hace lo imposible. Hace lo irrazonable, pero con él es posible.

Con él, todo es posible. Le dice a un paralítico: «Levántate». Y eso es lo que le dice a todo pecador: «Te salvaré sobrenaturalmente. Te transformaré. Es por gracia».

Pero es por fe.

Él dice: «Toma tu cama». Ahora bien, ¿por qué ese hombre tomaría su cama? Había estado haciendo fila año tras año. Nuestro Señor dice: «Toma eso, sácalo de aquí. Ya no lo necesitas». Y no era una cama con dosel como las que usas para dormir.

Era un catre, una manta suave sobre la que dormía. «Toma eso, sácalo de aquí». Imagina que quieres ver los playoffs y quieres una entrada. Y supongamos que hay cierta cantidad de entradas y estás haciendo fila.

Supongamos que llevas un día y medio allí. Tienes tu termo, tus sándwiches y tu pequeño saco de dormir, y estás en fila esperando y esperando para conseguir una entrada para el Super Bowl. Y entonces imagina que un amigo te dice: «Oye, oye, tengo dos entradas justo al frente, las mejores disponibles».

Las tengo. ¡Vamos! Ahora, ¿te saldrías de la fila? Sí, si le creyeras. Sí, si le creyeras. Ahora, si no le creyeras, habrías estado esperando en la fila tanto tiempo.

No me voy a salir de esta fila. Verás, Jesús dice: «Mira, es por gracia, pero es por fe. Simplemente obedéceme».

Confía en mí. Y aquí hay un hombre que está poniendo su fe en acción. Recuerda lo que dijimos: la fe es creer con fundamento. Ahora bien, este hombre es por gracia mediante la fe para buenas obras. Jesús dice: «Levántate, toma tu lecho y anda». Y el verbo griego literalmente no se refiere a una acción puntual donde simplemente das un paso.

Significa caminar y seguir caminando. Ahora bien, ¿este hombre fue sanado porque caminó o caminó porque sanó? Camina porque está sanado. No eres salvo por hacer buenas obras. Eres salvo para buenas obras.

Es por gracia, mediante la fe, para buenas obras. Vives la vida cristiana no para ser salvo, sino porque eres salvo. No quiero ofender tu inteligencia, pero Jesús no le dijo a este hombre: «Anda, toma tu lecho y levántate».

No podía caminar hasta que se levantó. Y no puedes vivir la vida cristiana hasta que la recibas. La Biblia dice: «Como recibes al Señor Jesús, anda en él». Y si entiendes que eres salvo por gracia, mediante la fe, para buenas obras, recibirás la fuerza para vivir sobrenaturalmente. Tu cuerpo enfermará y morirá, pero aunque tu hombre exterior perezca, tu hombre interior se renovará día a día. Jesús no vino como el gran sanador. Vino como el gran maestro. Y escúchame de nuevo: necesitas ir más allá de los milagros y llegar a Jesús. Cree en los milagros, pero confía en Jesús.

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Sermón en inglés: Jesus Is God's Answer to Man's Disability Podcast with Adrian Rogers

 


lunes, 13 de octubre de 2025

Adrian Rogers nunca dijo esa frase



Esta frase suele circular bastante en redes sociales atribuida a Adrian Rogers, pero en realidad no existe evidencia confiable de que él la haya dicho o escrito. (Si alguien me muestra la cita textual, elimino este post). 

Análisis de atribución:

  • No aparece en ninguno de sus libros, sermones oficiales o transcripciones publicadas por Love Worth Finding Ministries (la organización que conserva y distribuye sus enseñanzas).

  • En los archivos y bases de datos de sermones de Rogers (tanto en inglés como en español) no hay registro de una cita con esas palabras ni de una idea equivalente.

  • La frase, además, no refleja el estilo ni la teología típica de Rogers, quien era un bautista del sur fuertemente comprometido con la doctrina de la responsabilidad humana y la gracia soberana, pero no con el determinismo rígido que implicaría esa afirmación.

Probable origen:
La frase parece una paráfrasis o distorsión de un argumento teológico usado por algunos para criticar la predestinación extrema (hipercalvinismo), poniéndolo en forma retórica o provocadora. En algunos foros evangélicos, se cita erróneamente como si fuera de Rogers o incluso de Spurgeon, pero ninguna fuente verificable lo confirma.

En síntesis:

No, Adrian Rogers nunca dijo esa frase.
Es una cita falsamente atribuida que circula sin respaldo documental en sus obras o sermones oficiales.

“El error de confundir la soberanía de Dios con fatalismo”

Pocas cosas han sido tan malentendidas como la doctrina bíblica de la predestinación. A lo largo de los siglos, muchos han caricaturizado la soberanía de Dios como si fuera una especie de destino ciego, una maquinaria cósmica que arrastra al hombre sin propósito ni justicia. Pero el Dios de la Escritura no es un tirano arbitrario, sino un Dios santo, cuyas decisiones eternas son inseparables de su bondad perfecta.

Decir que “si Dios me predestinó al infierno, quiero estar allí porque es su voluntad” no es humildad, sino una profanación del carácter de Dios. En esa frase se confunde la sumisión reverente a la voluntad divina con una resignación pagana al destino. El creyente verdadero no busca estar “donde Dios lo condene”, sino donde Dios es glorificado. Y Dios nunca es glorificado en la condenación del justo, sino en la justicia de Cristo que salva al indigno.

La predestinación, correctamente entendida, no destruye la libertad humana, sino que la redime de la esclavitud del pecado. No dice que Dios arroja a hombres inocentes al infierno, sino que de una humanidad culpable, Dios elige mostrar misericordia a muchos. El asombro del evangelio no es que algunos sean condenados, sino que alguien sea salvado.

Cuando los hombres reducen la soberanía divina a fatalismo, pierden de vista el corazón del evangelio: Dios no sólo decreta fines, sino también los medios, y el medio supremo es Cristo crucificado. En Él se revela que la voluntad de Dios no es fría ni distante, sino ardiente en amor y justicia.

Por eso, el creyente no dice: “Si estoy destinado al infierno, me someto”, sino:

“Si fui destinado a conocer su gracia, me postro en adoración.”

Porque la verdadera predestinación no lleva al hombre a la desesperanza, sino a la adoración, al comprender que el Dios soberano que elige es también el Dios que ama y salva perfectamente.


Deshonestidad a la vista

Utilizar una frase distorsionada o falsamente atribuida a un pastor reconocido (como Adrian Rogers) para atacar una doctrina (en este caso, el calvinismo) implica varias falacias lógicas y retóricas combinadas:

1. Falacia del “hombre de paja”

Es la principal falacia en este caso. Consiste en distorsionar o caricaturizar la posición real de alguien o de una doctrina, y luego refutar esa versión falsa en lugar de la verdadera.

En este caso:
El detractor presenta una versión deformada del calvinismo, como si enseñara que “Dios predestina caprichosamente al infierno” o que “deberíamos aceptar el infierno con resignación porque es la voluntad de Dios”. Luego critica esa versión inventada, pero no el calvinismo bíblico y confesional real.

Resultado: se vence un argumento falso, no la doctrina real.

2. Falacia de apelación a la autoridad falsa (False Attribution / Appeal to False Authority)

Ocurre cuando se atribuyen palabras o ideas a una figura de autoridad respetada (en este caso, Adrian Rogers) sin evidencia real para dar peso emocional o retórico a un argumento.

Es decir: “Si lo dijo Adrian Rogers, entonces debe ser cierto”, cuando en realidad nunca lo dijo, lo cual invalida el argumento desde la raíz.

Resultado: se usa el prestigio de una figura respetada como escudo para sostener una falsedad.

3. Falacia del hombre de paja teológico + apelación emotiva

Estas falacias suelen combinarse con un tono emocional o sarcástico, que busca ridiculizar al adversario (el calvinista) más que dialogar honestamente. Eso entra en el terreno de la falacia ad hominem indirecta, donde se ataca la coherencia moral o espiritual del otro grupo, en lugar de evaluar sus argumentos bíblicos o teológicos.

En resumen

Usar una cita falsa o distorsionada para desacreditar una doctrina como el calvinismo implica al menos tres errores lógicos:

  1. Hombre de paja – se ataca una caricatura, no la doctrina real.

  2. Autoridad falsa – se atribuye falsamente una frase para darle peso.

  3. Apelación emotiva/ad hominem – se busca ridiculizar más que razonar.

Reflexión final 

La verdad nunca necesita de la mentira para ser defendida, ni la gracia de la distorsión para ser comprendida. Cuando un argumento requiere falsificar al oponente, deja de ser defensa de la verdad y se convierte en defensa del orgullo.


¡Piensa en esto cristiano!

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Adrian Rogers (1931–2005). Adrian Pierce Rogers fue un reconocido pastor, predicador y líder bautista estadounidense, nacido el 12 de septiembre de 1931 en West Palm Beach, Florida. Estudió teología en el New Orleans Baptist Theological Seminary y fue ordenado al ministerio a los 19 años. En 1972 asumió el pastorado de la Bellevue Baptist Church en Memphis, Tennessee, donde su liderazgo y predicación expositiva llevaron a la iglesia a convertirse en una de las más grandes del país. Fue elegido tres veces presidente de la Convención Bautista del Sur, desempeñando un papel clave en la Resurgencia Conservadora, movimiento que reafirmó la autoridad y la inerrancia de la Biblia dentro de la denominación. En 1987 fundó el ministerio Love Worth Finding, mediante el cual sus mensajes fueron difundidos por radio, televisión y medios digitales en todo el mundo, llegando también al público hispanohablante. Autor de más de veinte libros, su enseñanza combinó profundidad doctrinal, claridad bíblica y pasión pastoralRogers falleció el 15 de noviembre de 2005, dejando un legado perdurable de fidelidad a Cristo, amor por la Palabra de Dios y compromiso con la evangelización. Su vida continúa inspirando a pastores y creyentes a proclamar la verdad bíblica con convicción, integridad y gracia.

 


martes, 7 de octubre de 2025

Romanos 11: Dos árboles, dos raíces, dos planes




El dispensacionalista abre Romanos 11 y ve lo que no está: dos árboles, dos raíces, dos planes. Es como leer Efesios 2 y concluir que el muro de separación todavía está en pie. Pero Pablo, guiado por el Espíritu, no describe una dualidad de pueblos, sino la unidad del propósito redentor de Dios.

El olivo cultivado no es un símbolo nacionalista, sino pactual. Representa la continuidad del pueblo de Dios a lo largo de la historia: primero Israel según la carne, luego Israel según el Espíritu. Las ramas naturales —algunos judíos incrédulos— fueron desgajadas por su incredulidad; las ramas silvestres —los gentiles creyentes— fueron injertadas por la fe. Pero ambos comparten la misma raíz, el mismo pacto de gracia, el mismo Redentor.

R.C. Sproul lo diría así: “Dios no tiene dos pueblos escogidos, sino un solo pueblo con dos etapas en la historia de la redención.” La Escritura no enseña dos programas paralelos —uno terrenal para Israel y otro celestial para la Iglesia—, sino un solo plan eterno, que culmina en Cristo, el verdadero Israel de Dios.

El dispensacionalismo ve en Romanos 11 una restauración política; Pablo ve una reconciliación espiritual. Ve fronteras, pero Pablo ve un cuerpo. Ve naciones, pero Pablo ve un nuevo hombre en Cristo Jesús.

Efesios 2 lo confirma con contundencia: Cristo derribó la pared intermedia de separación, haciendo de ambos pueblos uno solo, creando en sí mismo una nueva humanidad, reconciliada con Dios por medio de la cruz (Ef 2:14–16). Volver a levantar ese muro —aunque sea con buenas intenciones teológicas— es traicionar el evangelio de la gracia.

El olivo no tiene ramas de primera y segunda categoría. La savia que las sostiene es la misma: la justicia imputada de Cristo. Si un gentil cree, vive por la fe; si un judío cree, también vive por la fe. Ambos son sostenidos por la misma raíz de gracia.

Dios no está redactando dos historias con distintos finales; está contando una sola historia redentora que comienza con Abraham y termina con el Cordero entronizado.

Por eso, cuando alguien insiste en dividir lo que Cristo ya unió, debemos recordar:

No hay dos árboles, ni dos pueblos, ni dos evangelios.
Hay un solo Olivo, un solo Salvador, una sola fe y un solo Reino.

Y ese Reino no pertenece a Jerusalén terrenal, sino al Rey eterno, que reina sobre un pueblo comprado con sangre —de judíos y gentiles— para gloria de su nombre por los siglos de los siglos.


¡Piensa en esto cristiano!

domingo, 5 de octubre de 2025

Romanos 11: Un solo olivo, un solo pueblo

 


"Hablar de dos pueblos de Dios es tan bíblico como hablar de dos arcas de Noé: puro invento para salvar un sistema teológico, no para entender la Escritura."

Pablo no deja margen para esa división. En Romanos 11 no hay dos olivos, dos raíces ni dos planes de redención. Hay un solo olivo, una sola raíz y un solo pacto de gracia. Algunos de sus hijos —los judíos incrédulos— fueron desgajados; otros —los gentiles creyentes— fueron injertados. Pero es el mismo árbol, el mismo pacto, el mismo Redentor.

El error del dispensacionalismo es leer la historia de la redención como si Dios tuviera un Plan A (Israel) y, al fracasar, hubiera improvisado un Plan B (la Iglesia). Pero el Dios soberano no improvisa; decreta. Y su propósito eterno fue siempre tener un solo pueblo, formado por toda lengua, tribu y nación, unidos en Cristo, el verdadero Israel de Dios (Gál 6:16).

La Biblia no cuenta dos historias paralelas, sino una sola historia redentora que culmina en un solo Mediador. Cristo no derramó dos sangres ni hizo dos pactos; Él mismo es el cumplimiento de todas las promesas hechas a Abraham (Gál 3:16). En Él, los gentiles son herederos juntamente con los judíos, miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de la promesa (Ef 3:6).

Así que insistir en dos pueblos es negar la unidad del evangelio. Dios no tiene dos esposas, dos reinos ni dos mesas de comunión. Tiene una sola Iglesia, el Israel espiritual, redimida por un solo Cordero.

El olivo de Romanos 11 no representa dos planes que corren en paralelo, sino la continuidad de la gracia que atraviesa la historia: un solo pueblo de Dios, una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo (Ef 4:5). Dividir ese olivo es aserrar el tronco de la salvación.

En palabras simples: el que predica dos pueblos termina predicando dos evangelios. Pero el evangelio verdadero es uno solo, y su fruto es la reconciliación de todos los escogidos —judíos y gentiles— en un mismo cuerpo, para la alabanza de la gloria de su gracia.”


¡Piensa en esto cristiano!

sábado, 4 de octubre de 2025

Romanos 11: ¿Dos pueblos?



¿De veras creen que Pablo escribió Romanos 11 para sostener el guion de una película apocalíptica con dos protagonistas: un pueblo terrenal y otro celestial? No. Pablo no estaba construyendo un argumento dispensacional, sino proclamando la soberanía de la gracia.

El corazón del capítulo no es la geopolítica, sino el evangelio. Pablo no presenta dos olivos, dos pactos, ni dos programas de salvación paralelos. Habla de un solo olivo, símbolo del pueblo del pacto, donde algunos fueron desgajados por incredulidad y otros —gentiles— fueron injertados por fe. Ese olivo no representa al Estado moderno de Israel ni a una institución humana, sino al único pueblo que Dios ha estado formando desde Abraham hasta Cristo: el pueblo redimido por la gracia soberana del Redentor.

El misterio que Pablo celebra no es una restauración nacional, sino una misericordia universal. Dios encerró a todos en desobediencia para tener misericordia de todos (Rom 11:32). La conclusión del apóstol no es política, es doxológica: ‘¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!’ (v. 33).

Reducir Romanos 11 a un drama de fin de los tiempos con dos escenarios y dos protagonistas es perder de vista al verdadero personaje central: Dios mismo, cuya fidelidad brilla precisamente al salvar por pura gracia tanto a judíos como a gentiles en un solo cuerpo.

Pablo no soñaba con dos pueblos compitiendo por un rol en la historia, sino con un solo Redentor reuniendo en sí mismo a todos los elegidos. La historia no termina con una nación en la tierra prometida, sino con el Cordero reinando sobre un solo pueblo en una nueva creación. Esa es la esperanza que el evangelio promete, y no necesita efectos especiales para ser gloriosa.

jueves, 2 de octubre de 2025

LA ESPERANZA CRISTIANA DE TOLKIEN


La famosa imagen del “a far green country under a swift sunrise” (un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer), con que Tolkien describe poéticamente la muerte y la esperanza en The Lord of the Rings, no es simplemente fantasía escapista: está cargada de expectativas profundamente humanas y, en particular, de las que Tolkien mismo tenía respecto al mundo real.

En la adaptación cinematográfica de El Retorno del Rey (2003), dirigida por Peter Jackson, esa visión poética se conserva, pero la frase es puesta en boca de Gandalf, en el diálogo con Pippin antes de la gran batalla de Minas Tirith (no en los Puertos Grises como en el libro). En la versión doblada al español, Gandalf dice:

“¿Final? No, este no es el final de la jornada. La muerte solo es otro camino que todos recorren. La cortina de lluvia gris del mundo se abre y se transforma en plata y cristal. Después lo ves… blancas costas… y más allá, un país lejano y verde a la luz de un amanecer.”

Algunas de esas expectativas que se plasman en su obra son:

1. La esperanza en un más allá luminoso

  • Tolkien, profundamente cristiano, veía la muerte no como un fin, sino como el paso a una realidad mejor. El “país verde” es un trasunto literario de la esperanza cristiana en la vida eterna, un lugar de descanso y plenitud.

  • Su expectativa es que la vida humana tiene un sentido último que trasciende la historia y el sufrimiento.

2. El anhelo de consuelo frente a la decadencia del mundo

  • Tolkien vivió las guerras mundiales, el industrialismo agresivo y la pérdida de la naturaleza en Inglaterra. La visión de un país verde, intacto y puro, refleja su deseo de que el mundo real conserve belleza y armonía frente al avance de la destrucción.

  • En sus cartas habla de la nostalgia por una Edad Media idealizada, donde el hombre estaba más ligado a la tierra, a la comunidad y a Dios.

3. El deseo de restauración y sanación

  • En su obra, la travesía hacia El Oeste (las Tierras Imperecederas) simboliza no solo un escape, sino la expectativa de hallar curación de heridas (físicas y del alma). Así lo vemos en Frodo, que no puede sanar del todo en la Tierra Media.

  • Es una expectativa muy humana: que exista un lugar donde el sufrimiento encuentre reparación.

4. El valor de la belleza como señal de lo trascendente

  • La frase “a far green country” no es una descripción vaga, sino cargada de simbolismo: el verde es vida, frescura, renovación; el amanecer es nueva creación. Tolkien esperaba que en el mundo real la belleza natural no fuese mero accidente, sino signo de una verdad más grande.

En resumen, Tolkien plasmó en esa visión sus expectativas espirituales y existenciales:

  • que la historia no acaba en el dolor,

  • que la naturaleza apunta a una realidad superior,

  • y que el ser humano está hecho para un destino luminoso más allá de la muerte.

Notas de Lectura en Tolkien!