Pastor Augustus Nicodemus –
Brasil
El patrón de Dios para el
ejercicio de la sexualidad humana es la relación entre un hombre y una mujer en
el ambiente del matrimonio. En esta área, la Biblia sólo deja dos opciones para
los cristianos: matrimonio heterosexual
y monogámico o una vida célibe.
A la luz de las Escrituras, las relaciones sexuales entre personas del mismo
sexo son vistas no como opción o alternativa, sino como abominación, pecado y
error, siendo tratada como práctica contraria a la naturaleza. Sin embargo, en
este tiempo en que vivimos, crece en la sociedad en general, y en sectores
religiosos, una valoración de la homosexualidad como comportamiento no sólo
aceptable, sino supuestamente compatible con la vida cristiana. Diferentes
enfoques teológicos han sido propuestos en el sentido de admitir que
homosexuales masculinos y femeninos puedan ser aceptados como parte de la
Iglesia y expresar libremente su homoafetividad en el ambiente cristiano.
Hay muchos pasajes en la Biblia
que se refieren a la relación sexual estándar, normal, aceptable y ordenado por
Dios, que es el matrimonio monogámico heterosexual. Desde el Génesis, pasando
por la ley y por la trayectoria del pueblo hebreo, hasta los evangelios y las
epístolas del Nuevo Testamento, la tradición bíblica apunta en el sentido de
que Dios creó hombre y mujer con roles sexuales definidos y complementarios
desde el punto de vista moral, psicológico y físico. Así, es evidente que no es
posible justificar la relación homosexual desde las Escrituras, y mucho menos
dar a la Biblia cualquier significado que minimice o neutralice su
caracterización como acto pecaminoso. En ningún momento, la Palabra de Dios
justifica o legitimiza un estilo homosexual de vida, como los defensores de la
llamada "teología inclusiva" han intentado hacer. Sus argumentos
tienen poca o ninguna sustentación exegética, teológica o hermenéutica.
La "teología inclusiva"
es un enfoque según el cual, si Dios es amor, aprobaría todas las relaciones
humanas, sean cuales sean, siempre que haya este sentimiento. Esta línea de
pensamiento ha propiciado el surgimiento de iglesias donde homosexuales, en
esta condición, son admitidos como miembros y a ellos se les enseña que el
comportamiento gay no es factor impeditivo a la vida cristiana y a la salvación.
Así, desde que haya amor genuino entre dos hombres o dos mujeres, eso validaría
su comportamiento, a la luz de las Escrituras. La falacia de ese pensamiento es
que la misma Biblia que nos enseña que Dios es amor también dice que es santo y
que su voluntad en cuanto a la sexualidad humana es que se expresa dentro del
matrimonio heterosexual, siendo prohibidas las relaciones homosexuales.
En segundo lugar, la
"teología inclusiva" defiende que las condenas encontradas en el
libro de Levítico se refieren sólo a las relaciones sexuales practicadas en
conexión con los cultos idolátricos y paganos, como era el caso de los
practicados por las naciones alrededor de Israel. Además, tales prohibiciones
se encuentran al lado de otras reglas contra comer sangre o carne de cerdo, que
ya serían superadas y, por lo tanto, sin validez para los cristianos. También
defiende que la prueba de que las prohibiciones de las prácticas homosexuales
eran culturales y ceremoniales es que ellas eran castigadas con la muerte -cosa
que no se admite a partir de la época del Nuevo Testamento. Es cierto que las
relaciones homosexuales ocurrían incluso -pero no exclusivamente- en los cultos
paganos de los cananeos.
Sin embargo, es evidente que la
condena de la práctica homosexual trasciende los límites culturales y
ceremoniales, pues se repite claramente en el Nuevo Testamento. Ella forma
parte de la ley moral de Dios, válida en todas las épocas y para todas las
culturas. La muerte de Cristo abolió las leyes ceremoniales, como la
prohibición de comer ciertos alimentos, pero no la ley moral, donde encontramos
la voluntad eterna del Creador para la sexualidad humana. Cuando a la
lapidación, basta con decir que otros pecados castigados con la muerte en el
Antiguo Testamento siguen siendo tratados como pecado en el Nuevo, aunque la
condena capital para ellos haya sido abolida - como, por ejemplo, el adulterio
y la desobediencia contumaz a los padres.
PECADO Y DESTRUCCIÓN
A los teólogos inclusivos les
gusta decir que Jesucristo nunca habló contra la homosexualidad. En cambio,
habló bastante contra la hipocresía, el adulterio, la incredulidad, la avaricia
y otros pecados tolerados por los cristianos. Este es el tercer punto: se sabe,
sin embargo, que la razón por la que Jesús no habló sobre homosexualidad es que
ella no representaba un problema en la sociedad judía de su época, que ya tenía
como patrón el comportamiento heterosexual. No podemos decir que no había
judíos que eran homosexuales en la época de Jesús, pero es seguro afirmar que
no asumían públicamente esta conducta. Por lo tanto, la homosexualidad no era
una realidad social en Palestina en la época de Jesús. Sin embargo, cuando la
Iglesia entró en contacto con el mundo gentil -sobre todo las culturas griega y
romana, donde las prácticas homosexuales eran toleradas, aunque no totalmente
aceptadas-, los autores bíblicos, como Pablo, incluyeron las mismas en las
listas de pecados contra Dios. Para los cristianos, Pablo y otros autores
bíblicos escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo enviado por
Jesucristo. Por lo tanto, sus palabras son igualmente determinantes para la
conducta de la Iglesia.
El cuarto punto equivocado de
este enfoque que intenta hacer del comportamiento gay algo normal y aceptable
en el marco del Cristianismo es la suposición de que el pecado de Sodoma y
Gomorra no fue la homosexualidad, sino la falta de hospitalidad para con los
huéspedes de Lot. Para esta afirmación es que se dice, en el original hebreo,
que los hombres de Sodoma querían "conocer" a los huéspedes de Lot (Génesis
19.5) y no abusar sexualmente de ellos, como es traducido en varias versiones,
como en la Almeida Actualizada. La NVI Nueva Versión Internacional
y la Nueva
traducción en Lenguaje Actual dicen que los conciudadanos de Lot
querían "tener relaciones" con los visitantes, mientras que la SBP es
aún más clara: "Queremos dormir con ellos". El uso de la regla de
interpretación simple de analizar palabras en sus contextos, se percibe que el
término hebreo usado para decir que los hombres de Sodoma querían "conocer"
a los huéspedes de Lot (yadah) es el mismo término que Lot utiliza para decir
que sus hijas, que él ofrecía como alternativa a la tara de aquellos hombres,
eran vírgenes: "Ellos nunca conocieron (yadah) hombre", dice el
versículo 8. Así, queda evidente que "conocer ", en el contexto del
pasaje de Génesis, significa tener relaciones sexuales. Fue ésta
la interpretación de Filón, autor judío del siglo primero, en su obra sobre la
vida de Abraham: según él, los hombres de Sodoma se acostumbraron
gradualmente a ser tratados como mujeres.
En cuanto al pecado cometido en
aquellas ciudades bíblicas, que acabaría acarreando su destrucción, la
"teología inclusiva" defiende que el profeta Ezequiel claramente dice
que el error de aquella gente fue la soberbia y la falta de amparo al pobre y
al necesitado (Ez 16.49). Sin embargo, mucho antes de Ezequiel, el
"sodomita" era colocado al lado de la prostituta en la ley de Moisés:
el rendimiento de ambos, fruto de su inmoralidad sexual, no debería ser recibido
como ofrenda a Dios, según Deuteronomio 23.18. Además, cuando leemos la
declaración del profeta en contexto, percibimos que la soberbia y la falta de
caridad era sólo uno entre los muchos pecados de los sodomitas. Ezequiel
menciona las "abominaciones" de los sodomitas, las cuales fueron la
causa final de su destrucción: "He aquí que esta fue la iniquidad de
Sodoma, tu hermana: soberbia, abundancia de pan y próspera tranquilidad tuvo
ella y sus hijas; pero nunca amparó al pobre y al necesitado. Fueron arrogantes
e hicieron abominaciones delante de mí; por lo que, al ver esto, las quité de
allí "(Ez 16.49-50). De la misma forma, Pedro, en su segunda epístolas, se
refiere a las prácticas pecaminosas de los moradores de Sodoma y Gomorra
tratándolas como "procedimiento libertino".
Un quinto argumento es que habría
algunos casos de amor homosexual en la Biblia, empezando por el rey David, para
quien el amor de su amigo Jonatán era excepcional, "sobrepasando al de las
mujeres" (II Samuel 1.26). Sin embargo, cualquier lector de la Biblia sabe
que el mayor problema personal de David era la falta de dominio propio en
cuanto a su atracción por las mujeres. Fue eso lo que le llevó a casarse con
varias de ellas y finalmente a adulterar con Betsabé, la mujer de Urías. Su
amor por Jonatán era aquella amistad intensa que puede existir entre dos
personas del mismo sexo y sin ninguna connotación erótica. Algunos defensores
de la "teología inclusiva" llegan a categorizar la relación entre
Jesús y Juan como homoafetivo, pues éste, siendo el discípulo amado del Hijo de
Dios, en una ocasión reclinó su cabeza en el pecho del Maestro (Juan 13.25). Es
que tal actitud, en la cultura oriental, era una demostración de amistad
varonil - sin embargo, acaba siendo interpretada como supuesta evidencia de una
relación homoafetiva. Quien piensa así no puede ver amistad pura y simple entre
personas del mismo sexo sin atribuirle una connotación sexual.
"Vileza"
Hay un sexto intento de
reinterpretar pasajes bíblicos con el objetivo de legitimizar la homosexualidad.
Los propagadores de la "teología gay" dicen que, en el texto de
Romanos 1.24-27, el apóstol Pablo sólo repetía la prohibición de Levítico a la
práctica homosexual en la forma de la prostitución cultual, tanto de hombres
como de mujeres - prohibición que no se aplicaría fuera del contexto del culto
idolátrico y pagano. Sin embargo, basta que se lea el pasaje para aclarar lo
que Pablo estaba condenando. El apóstol quiso decir exactamente lo que el texto
dice: que hombres y mujeres cambiaron el modo natural de sus relaciones íntimas
por otro, contrario a la naturaleza, y que se inflamaron mutuamente en su
sensualidad - hombres con hombres y mujeres con mujeres -, "cometen vileza"
y "recibiendo el merecido castigo por sus errores". Y al referirse al
lesbianismo como pecado, Pablo deja claro que no está tratando sólo de la
pederastia, como algunos alegan, ya que la misma sólo puede suceder entre
hombres, pero a todas las relaciones homosexuales, tanto entre hombres o
mujeres.
Se dice que, en I Corintios 6.9, los
citados efeminados y sodomitas no serían homosexuales, sino personas de
carácter moral débil (malakoi,
persona "blanda" o "suave") y que practican la inmoralidad
en general (arsenokoites, palabra que
habría sido inventada por Pablo). Sin embargo, si este es el sentido, ¿qué
significa las referencias a impuros y adúlteros, que aparecen en la misma
lista? ¿Por qué el apóstol repetiría estos conceptos? En verdad, efeminado se
refiere a lo que toma la posición pasiva en el acto homosexual - este es el
sentido que la palabra tiene en la literatura griega de la época, en autores
como Homero, Filón y Josefo - y sodomita es la referencia al hombre que desea
tener coito con otro hombre.
Hay todavía una séptima
justificación presentada por aquellos que creen que la homosexualidad es
compatible con la fe cristiana. Según ellos, muchas iglesias cristianas
históricas, hoy, ya aceptan la práctica homosexual como normal - tanto que
homosexuales practicantes, hombres y mujeres, han sido aceptados no sólo como
miembros sino también como pastores y pastoras.
Estas iglesias, igualmente,
defienden y aceptan la unión civil y el matrimonio entre personas del mismo
sexo. Es el caso, por ejemplo, de la Iglesia Presbiteriana de los Estados
Unidos -que nada tiene que ver con la Iglesia Presbiteriana de Brasil- de la
Iglesia Episcopal en Canadá y de iglesias en naciones europeas como Suecia,
Noruega y Dinamarca, entre otras confesiones. En la mayoría de los casos, la
aceptación de la homosexualidad ha provocado divisiones en estas iglesias, y
hay que observar también que sólo ocurrió después de un largo proceso de
rechazo de la inspiración, infalibilidad y autoridad de la Biblia. Por regla
general, estas denominaciones adoptaron el método histórico-crítico, que, por
definición, admite que las Sagradas Escrituras están condicionadas
culturalmente y que refleja los errores y los prejuicios de la época de sus
autores. De esta manera, la aceptación de la práctica homosexual fue sólo un
paso lógico. Otros todavía vendrán. Sin embargo, los cristianos que reciben la
Biblia como la infalible e inerrante Palabra de Dios no pueden aceptar la
práctica homosexual, a no ser como una de aquellas relaciones sexuales
consideradas pecaminosas por el Señor, como el adulterio, la prostitución y la
fornicación.
Sin embargo, es un error pensar
que la Biblia enfrenta la práctica homosexual como el pecado más grave de
todos. En verdad, existe un pecado para el cual no hay perdón, pero con certeza
no se trata de la práctica homosexual: es la blasfemia contra el Espíritu
Santo, que consiste en atribuir a Satanás el poder por el cual Jesucristo
realizó sus milagros y prodigios aquí en este mundo, mencionado en Marcos
3.22-30. En consecuencia, no es correcto usar la Biblia como base para tratar a
homosexuales como los peores pecadores de todos, que estarían más allá de la
posibilidad de salvación y que, por lo tanto, serían merecedores de odio y
desprecio. Es lamentable y triste que esto haya ocurrido en el pasado y se esté
repitiendo en el presente. El mensaje de la Biblia es éste: "Todos pecaron
y carecen de la gloria de Dios", según Romanos 3.23. Todos necesitamos
arrepentirse de nuestros pecados y someternos a Jesucristo, el Salvador, por la
fe, para recibir el perdón y la vida eterna.
Recordemos que los autores bíblicos
siempre tratan de la práctica homosexual junto con otros pecados. El capítulo 20
de Levítico prohíbe no sólo las relaciones entre personas del mismo sexo, sino
también el adulterio, el incesto y la bestialidad. Los sodomitas y efeminados
aparecen al lado de los adúlteros, impuros, ladrones, avaros y maldicientes,
cuando el apóstol Pablo enumera a aquellos que no heredarán el Reino de Dios (1
Corintios 6.9-10). Pero, al igual que en las iglesias cristianas adúlteros y
prostitutas que se habían arrepentido y cambiado de vida, mediante la fe en
Jesucristo, también habían efeminados y sodomitas en la lista de aquellos que
fueron perdonados y transformados.
COMPASIÓN
Es fundamental, aquí, hacer una
importante distinción. Lo que la Biblia condena es la práctica homosexual, y no
la tentación a esta práctica. No es pecado ser tentado a la homosexualidad, de
la misma manera que no es pecado ser tentado al adulterio o al robo, desde que
se resista. Las personas que sienten atracción por otras del mismo sexo deben recordar
que tal deseo es resultado del desorden moral que entró en la humanidad con la
caída de Adán y que en Cristo Jesús el segundo Adán pueden recibir gracia y
poder para resistir y vencer, siendo justificados ante Dios.
Hay varias causas identificadas comúnmente
para la atracción por personas del mismo sexo, como el abuso sexual sufrido en
la infancia. Muchos gays provienen de familias disfuncionales o han tenido
experiencias negativas con personas del sexo opuesto. También hay algunos que
actúan deliberadamente por promiscuidad y tienen deseo de contactar con otros.
Otro factor a tener en cuenta son las tendencias genéticas a la homosexualidad,
cuya existencia no está comprobada hasta ahora y ha sido objeto de intensa
polémica. Sin embargo, desde el punto de vista bíblico, la homosexualidad es el
resultado del abandono de la gloria de Dios, de la idolatría y de la
incredulidad por parte de la raza humana, conforme a Romanos 1.18-32. Por lo
tanto, no es posible para quien cree en la Biblia justificar las prácticas
homosexuales bajo la alegación de compulsión incontrolable e inevitable, aunque
los que sufren con ese tipo de impulso deben ser objeto de compasión y ayuda de
la Iglesia cristiana.
Es necesario también repudiar
toda manifestación de odio contra los homosexuales, de la misma forma que lo
hacemos en relación a cualquier persona. Esto jamás nos debería impedir, sin
embargo, declarar con sinceridad y respeto nuestra convicción bíblica de que la
práctica homosexual es pecaminosa y que no podemos concordar con ella, ni con
leyes que la legitimizan. Ante la existencia de dispositivos legales que
permiten que una persona deje o transfiera sus bienes a quienes él quiera, aún
en vida, no hay necesidad de leyes legitimizando la unión civil de personas del
mismo sexo - basta la simple manifestación de voluntad, registrada en notario,
civil, en forma de testamento o acuerdo entre las partes implicadas. El
reconocimiento de los derechos de la unión homoafetiva valida la práctica
homosexual y abre la puerta para el reconocimiento de un nuevo concepto de
familia. En Brasil, el reconocimiento de la unión civil de personas del mismo
sexo para fines de herencia y otros beneficios se produjo al basarse de lo que
dice la Constitución: "Para efecto de la protección del Estado, se
reconoce la unión estable entre el hombre y la mujer como entidad familiar,
debiendo la ley facilitar su conversión en matrimonio "(Art. 226, § 3º).
Los cristianos que reciben la
Biblia como la palabra de Dios no pueden estar a favor del matrimonio entre
personas del mismo sexo, ya que sería la validación de lo que las Escrituras,
claramente, tratan como pecado. El matrimonio está en el ámbito de la autoridad
del Estado y los cristianos están orientados por la Palabra de Dios a someterse
a las autoridades constituidas; sin embargo, la misma Biblia nos enseña que
nuestra conciencia está sumisa, en última instancia, a la ley de Dios y no a
las leyes humanas - "Es importante obedecer a Dios que los hombres"
(Hechos 5.29). Si el Estado legitimiza aquello que Dios considera ilegítimo y
obliga a los cristianos a ir en contra de su conciencia, ellos deben estar
dispuestos a vivir, de manera respetuosa y pacífica en oposición sincera y
honesta, cualquiera que sea el precio a ser pagado.
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