- Juan 2:19-21 – Jesús habla del “templo” de su cuerpo.
- Efesios 2:19–22 – La Iglesia es el templo, edificada sobre Cristo.
- 1 Pedro 2:4–6 – Somos piedras vivas de un templo espiritual.
- Hebreos 9–10 – El templo terrenal fue figura del verdadero.
- Apocalipsis 21:22 – En la nueva Jerusalén “no hay templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo”.
jueves, 24 de julio de 2025
martes, 22 de julio de 2025
De la Iglesia Cristiana a la Iglesia Católica Romana: una historia de acumulación doctrinal y abandono de la Sola Escritura
Introducción
La historia de la Iglesia no es una línea recta sin sobresaltos, sino una travesía compleja marcada por fidelidades, desviaciones, reformas y contrarreformas. Desde su fundación por Cristo y sus apóstoles, la Iglesia cristiana ha sido llamada a ser "columna y baluarte de la verdad" (1 Timoteo 3:15). Sin embargo, con el paso de los siglos, se fue gestando una transformación que culminó en la estructura doctrinal y jerárquica de la Iglesia Católica Romana. Esta transformación fue una desviación progresiva y acumulativa, no una decisión puntual. Lo que comenzó como pequeños añadidos piadosos acabó por consolidarse en dogmas que oscurecieron el evangelio puro. Este artículo busca exponer cronológicamente cómo se produjo esa transición, a la luz de la historia, la teología reformada y la Confesión de Fe de Westminster.
I. Siglos IV-V: Comienzan las añadiduras litúrgicas y devocionales
Con la institucionalización del cristianismo en el Imperio Romano, surgieron prácticas que inicialmente parecían inofensivas o incluso útiles, pero que con el tiempo distorsionarían el evangelio.
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310 – Se introduce la oración por los muertos, sin fundamento bíblico claro.
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320 – Se generaliza el uso de velas como simbolismo, posteriormente integradas a la liturgia como elementos rituales.
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375 – Comienza el culto a los santos, invocándolos como intercesores.
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404 – Se establece la misa como sacrificio perpetuo de Cristo, lo cual contradice Hebreos 10:10-14.
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431 – Se inicia formalmente el culto a María, elevándola a una figura casi divina.
Estos siglos muestran una peligrosa tendencia: sustituir la suficiencia de Cristo por una fe mezclada con elementos culturales, místicos o supersticiosos.
II. Siglos VI-VII: Centralización del poder eclesiástico y dogmas sin base bíblica
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500-606 – Se establecen ropas sacerdotales, se enseña la doctrina del purgatorio, y Bonifacio III se proclama Papa, título que la Biblia jamás otorga.
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606 – Se impone el beso a los pies del papa, una señal de sumisión humana sin paralelo en el cristianismo apostólico.
Aquí vemos la progresiva exaltación del liderazgo humano, alejándose del modelo de siervo-pastor descrito en Mateo 23:8–12.
III. Siglos VIII-XI: Consolidación del poder e idolatría institucionalizada
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754-1090 – Se desarrollan doctrinas como el poder temporal del papa, la adoración de imágenes, el rosario, el agua bendita y la canonización de santos.
Durante este período se produce una verdadera institucionalización de la idolatría religiosa. Lutero más tarde diría: “Donde se adora una criatura, allí no puede habitar el Espíritu Santo.”
IV. Siglos XII-XV: La corrupción se oficializa
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1184-1415 – Se instituye la Inquisición, se venden indulgencias, se prohíbe leer la Biblia, se crea la confesión auricular, y se eliminan elementos esenciales del sacramento (como el vino en la Eucaristía).
Estas decisiones no solo corrompieron la doctrina, sino que sofocaron al creyente común, manteniéndolo en ignorancia y dependencia del clero.
V. Siglos XVI-XIX: Reacción protestante y dogmatización católica
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1546 – Se introducen los libros apócrifos en el canon y se declara que la Tradición es igual a la Escritura.
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1854, 1870, 1950 – Se proclaman dogmas marianos como la Inmaculada Concepción y la Asunción, y se define la infalibilidad papal.
Aquí es donde Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores alzaron su voz:
Martín Lutero: “El papado es el trono del verdadero Anticristo.”Juan Calvino: “El Papa se ha entronizado como dios en la tierra. Su reino no es más que una deformación de la Iglesia.”
VI. Siglo XXI: Relativismo doctrinal y ecumenismo sin verdad
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2020 – El papa Francisco declara que “todas las religiones llevan a Dios”, negando así la exclusividad de Cristo (Juan 14:6).
VII. Confesión de Fe de Westminster: una voz fiel
La Confesión de Fe de Westminster, documento doctrinal del protestantismo reformado, advierte claramente contra tales desviaciones. En el capítulo 25, dice:
“La Iglesia Católica (universal) es invisible y consiste en el número total de los elegidos… Está compuesta por todos los santos que han sido, son y serán reunidos en uno bajo Cristo, su Cabeza.”
Y añade:
“No hay otra cabeza de la Iglesia sino el Señor Jesucristo; ni puede el papa de Roma ser en ningún sentido cabeza de la misma, sino que es aquel anticristo, el hombre de pecado, que se exalta a sí mismo en la Iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios.” (25.6)
VIII. Reflexión final: La Reforma, la Sola Scriptura y el peligro protestante actual
La Reforma Protestante no nació para dividir, sino para reformar. Los reformadores no buscaban destruir la Iglesia, sino restaurarla al modelo bíblico. Su clamor era: Sola Scriptura, Sola Gratia, Sola Fide, Solus Christus, Soli Deo Gloria.
Sin embargo, la Iglesia protestante también está en peligro hoy. Al abandonar la fidelidad doctrinal, ceder ante la cultura, promover el emocionalismo o el sincretismo, muchos evangélicos están cometiendo errores similares: añadiendo prácticas no bíblicas, desviándose de la verdad y perdiendo el evangelio.
Conclusión
La historia de cómo la Iglesia cristiana se convirtió en la Iglesia Católica Romana es un llamado a no repetir ese error. La fidelidad no consiste en aferrarse a las tradiciones humanas, sino en volver una y otra vez a las Escrituras. Como dijo Juan Calvino:
“La Palabra de Dios es la única regla verdadera por la cual la Iglesia debe regirse y medirse.”
Hoy, más que nunca, necesitamos una Iglesia que se reforme continuamente conforme a la Palabra de Dios, para la gloria de Cristo y la edificación de su pueblo.
¡Piensa en esto cristiano!
lunes, 21 de julio de 2025
La victoria del Evangelio en la historia: una defensa optimista
La frase icónica de J. Vernon McGee muy conocida suele citarse así:
"You don’t polish brass on a sinking ship."
(No se pule el bronce de un barco que se está hundiendo).
Esta frase fue utilizada por McGee para expresar su visión premilenialista y dispensacionalista del mundo: creía que el mundo estaba condenado al juicio, como un barco que se hunde, y que por eso no tenía sentido intentar reformar la sociedad, sino más bien salvar a las personas individualmente mediante la predicación del evangelio.
En su contexto, McGee argumentaba que la tarea de la Iglesia no es mejorar el mundo (pulir el bronce), sino rescatar a las personas antes del juicio (salvar a los que están en el barco que se hunde).
Desde una perspectiva escatológica optimista, sin embargo, esta metáfora sería criticada como una visión derrotista y ajena al mandato cultural de Génesis 1:28 y la Gran Comisión. Kenneth Gentry, por ejemplo, ha argumentado que Cristo no nos llamó a abandonar el barco, sino a tomar el timón bajo su autoridad.
Texto base: 1 Corintios 15:20–26
“Porque es necesario que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.” (v.25)
La misión de la Iglesia ha sido definida por su Señor: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Sin embargo, muchos creyentes viven con una expectativa pesimista, como si el cumplimiento de esta misión estuviese condenado al fracaso y debiésemos esperar que Cristo regrese para arreglar un mundo irremediablemente caído. Pero ¿es esta la visión que nos entrega la Escritura?
El apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu, presenta en 1 Corintios 15 una visión distinta: no de derrota, sino de conquista progresiva, de avance espiritual real, de victoria histórica del reino de Cristo. Esta visión es el corazón de una escatología optimista y bíblica.
1. El reinado actual de Cristo
Pablo declara que Cristo, resucitado de entre los muertos, está actualmente reinando desde su trono celestial:
“Porque es necesario que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Corintios 15:25).
Esta no es una entronización futura, sino presente. Como enseña Kenneth Gentry, este reinado comenzó en la ascensión (cf. Hechos 2:33–36) y continúa hasta que todos sus enemigos sean vencidos, siendo “la muerte el último enemigo” (v.26). Si la muerte es vencida al final, entonces todos los demás enemigos —idolatría, incredulidad, inmoralidad, persecución, error— están siendo vencidos antes de ese fin. Cristo no viene a reinar, Él ya reina.
2. Una conquista progresiva
La imagen que Pablo utiliza es la de una batalla en la que Cristo va sometiendo enemigos uno a uno. Este avance no es súbito ni catastrófico, sino progresivo y espiritual. El Salmo 110:1, citado aquí, se cumple en la era presente:
“Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”.
Esto implica que Cristo espera (con autoridad suprema) mientras sus enemigos son puestos bajo su dominio — a través del ministerio del Evangelio. La Iglesia, por tanto, no está en retirada, sino en campaña. Como diría R.C. Sproul, “Cristo está conquistando el mundo… no con espadas, sino con la verdad del Evangelio”.
3. El poder del Evangelio
Pablo escribió que “el Evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). En un mundo que idolatra el poder político o el prestigio cultural, Dios ha elegido salvar mediante la necedad de la predicación (1 Cor. 1:21). Esta es la herramienta de conquista del Reino.
En lugar de esperar que el mundo se hunda para que Cristo intervenga con una intervención catastrófica, una escatología optimista sostiene que el Evangelio triunfará: no necesariamente con mayorías absolutas en todas las culturas, pero sí con una influencia creciente y duradera, como una levadura que leuda toda la masa (Mateo 13:33), o como una semilla de mostaza que llega a ser un gran árbol (Mateo 13:31–32).
4. Esperanza realista, no utopía
La escatología optimista no niega el sufrimiento, la persecución o los fracasos temporales. Estos son parte de la batalla. Pero también afirma que, a la larga, el Reino de Dios prevalecerá.
Cristo no está perdiendo el mundo. La historia no es el relato del fracaso de la Iglesia, sino la narración de su crecimiento gradual bajo el reinado soberano del Mesías. Como enseña Gentry:
“Esperamos una victoria cada vez mayor del Reino en la historia, no mediante medios carnales ni coercitivos, sino mediante la proclamación del Evangelio y la obra del Espíritu Santo.”
5. Implicaciones prácticas
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Compromiso misional: Si Cristo vencerá por medio del Evangelio, entonces cada predicación, cada converso, cada acto de obediencia cuenta. El Reino avanza hoy.
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Valentía cultural: No tememos al mundo, porque Cristo ya lo ha vencido (Juan 16:33). No nos retiramos; confrontamos con verdad y gracia.
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Esperanza motivadora: No trabajamos en vano. Nuestra labor en el Señor no es infructuosa (1 Cor. 15:58), porque su reinado asegura el éxito.
Conclusión
El cristianismo optimista no es una fantasía infantil ni un escape del dolor presente. Es una interpretación bíblica robusta que afirma que Cristo reina ahora y que su Reino está creciendo en la historia.
R.C. Sproul lo expresó así:
“Mi esperanza para el futuro no está en la política, ni en la tecnología, sino en la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas, incluida la historia.”
La misión no fracasará. El Evangelio no es una propuesta opcional, sino el poder de Dios que transforma individuos, familias, culturas y naciones. Cristo reinará hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo sus pies, y nosotros, su pueblo, participamos activamente en esa conquista gloriosa.
¡Piensa en esto cristiano!
miércoles, 9 de julio de 2025
¿Tiene Dios dos pueblos?
Una respuesta reformada a la visión dispensacionalista desde Romanos 11
Uno de los pilares del dispensacionalismo clásico es la idea de que Dios tiene dos pueblos distintos: el Israel étnico, con promesas terrenales y un plan específico dentro de la historia futura, y la Iglesia, compuesta mayoritariamente por gentiles, con promesas espirituales y celestiales. Esta separación, sin embargo, no encuentra apoyo bíblico sólido cuando se considera el testimonio completo de las Escrituras y, en particular, la enseñanza del apóstol Pablo en Romanos 11.
Un solo olivo, no dos
En Romanos 11, Pablo utiliza la imagen del olivo cultivado para describir al pueblo de Dios. Este olivo no es una alusión exclusiva a Israel étnico ni a la Iglesia gentil como entes separados, sino que es una imagen unificada del pueblo redimido de Dios, compuesto tanto por judíos como por gentiles que han creído en Cristo. La raíz del olivo representa a Abraham y los patriarcas, y su tronco, la continuidad del plan de redención.
“Y si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo…” (Romanos 11:17)
Esta imagen no presenta dos olivos ni dos planes de salvación. No se trata de un olivo para Israel y otro para la Iglesia. El olivo es uno solo. Algunas ramas naturales (judíos incrédulos) fueron desgajadas por su incredulidad; otras ramas (gentiles creyentes) fueron injertadas por fe. Tanto judíos como gentiles comparten la misma raíz y participan del mismo tronco: Cristo y el pacto de gracia.
- Anthony Hoekema manifiesta que "el enfoque dispensacional separa excesivamente a Israel y la Iglesia, erosionando la unidad del propósito redentor".
- O. T. Allis y Herman Bavinck, recordando a Amós 3, afirman que el Nuevo Testamento interpreta y culmina al Antiguo; no existen dos pueblos paralelos sino una Iglesia formada por la promesa en Cristo.
- Ligon Duncan señala que en el sistema reformado, el cumplimiento de la promesa de Abraham se realiza en Cristo y su Iglesia, no en un Israel nacional restaurado.
¿Cuántos tipos de ramas hay?
Una lectura contextual y teológica de Romanos 11 sugiere tres tipos de ramas, pero todas en el mismo olivo:
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Ramas naturales no desgajadas: el remanente fiel de Israel (judíos creyentes desde Abraham hasta los tiempos de Jesús).
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Ramas naturales desgajadas y reinjertadas: judíos que inicialmente rechazaron a Cristo, pero luego fueron llevados al arrepentimiento y la fe.
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Ramas silvestres injertadas: gentiles que fueron incorporados al pueblo de Dios por la fe en Jesucristo.
La inclusión o exclusión de estas ramas no depende de su linaje étnico, sino de la fe o incredulidad. Pablo lo deja claro:
“Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.” (Romanos 11:23)
¿Qué dice Gálatas?
La carta a los Gálatas refuerza esta unidad del pueblo de Dios:
“Ya no hay judío ni griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gálatas 3:28–29)
El verdadero “Israel de Dios” (Gálatas 6:16) no es una nación étnica separada del cuerpo de Cristo, sino la comunidad de todos los creyentes —judíos y gentiles— que han sido unidos por la fe en el Mesías.
La promesa a Abraham y su simiente se cumple en Cristo (Gál. 3:16). No hay múltiples simientes, ni múltiples pueblos, sino una sola simiente redentora y un solo pueblo unido por la gracia.
¿Qué queda del Israel étnico?
Dios no ha abandonado a los judíos como pueblo, pero tampoco mantiene con ellos un plan redentor paralelo. La salvación de los judíos se da en los mismos términos que la de los gentiles: mediante la fe en Jesucristo. De hecho, el misterio que Pablo revela en Romanos 11:25–26 es que “todo Israel será salvo”, no por restauración nacional sino por la incorporación del remanente creyente al único pueblo de Dios, junto con los gentiles injertados.
Conclusión: Un solo pueblo, un solo pacto, una sola fe
La enseñanza reformada sostiene que Dios tiene un solo pueblo redimido, una sola historia de redención, y un solo Salvador: Jesucristo, en quien se cumplen todas las promesas del Antiguo Testamento. El “buen olivo” es la Iglesia —el Israel espiritual— formada por todos los que creen en el Evangelio. La distinción entre judío y gentil ha sido abolida en Cristo (Efesios 2:11–22).
“Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente... y a tu simiente, la cual es Cristo.” (Gálatas 3:16)
Todo aquel que está en Cristo es heredero del pacto, miembro del cuerpo, parte del olivo. No hay dos pueblos. Hay un solo redil y un solo pastor.
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¡Piensa en esto cristiano!
¿QUÉ S UNA PERSONA?
La definición ontológica y filosófica de “persona” busca responder a la pregunta: ¿qué es una persona en su esencia y ser más profundo? Esta definición ha sido ampliamente desarrollada en la metafísica, la teología y la antropología filosófica a lo largo de la historia.
Definición ontológica y filosófica clásica:
Una persona es un ser individual, racional, consciente de sí mismo, dotado de inteligencia, voluntad y capacidad moral.
Origen histórico-filosófico:
1. Boecio (s. VI) — definición clásica:
“Persona es una sustancia individual de naturaleza racional.”
(Persona est naturae rationalis individua substantia)
Esta definición ha sido enormemente influyente en la teología cristiana (especialmente en la doctrina trinitaria y cristológica) y en la metafísica occidental.
Claves de esta definición:
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Sustancia individual: no es parte de otra cosa; es un ente completo en sí.
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Naturaleza racional: posee razón, inteligencia y voluntad libre.
2. Tomás de Aquino:
Tomás de Aquino retoma a Boecio, pero profundiza diciendo que la persona es la más perfecta de todas las sustancias, porque posee autodominio, reflexividad y capacidad para relacionarse libremente con los demás y con Dios.
Elementos ontológicos esenciales de la persona:
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Individualidad: cada persona es única e irrepetible.
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Racionalidad: posee capacidad de pensar, razonar, abstraer.
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Autoconciencia: sabe que existe y puede reflexionar sobre sí misma.
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Voluntad libre: puede tomar decisiones morales.
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Relacionalidad: está hecha para vivir en comunión con otros.
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Dignidad intrínseca: valor incondicional no derivado de funciones o logros.
Diferencias con otros entes:
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Una cosa (como una piedra) no tiene conciencia.
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Un animal tiene sensibilidad e instintos, pero no autoconciencia ni moralidad plena.
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Una persona puede ser sujeto de derechos y deberes morales, tener responsabilidad y valor absoluto.
Aplicación ética y teológica:
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La dignidad humana se basa en esta ontología de la persona.
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En teología cristiana, esta definición se aplica a las personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y también a la persona de Cristo, quien tiene dos naturalezas (divina y humana) en una sola persona.
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En bioética, esta visión sostiene que desde la concepción, el ser humano es persona en potencia, con dignidad intrínseca.
Resumen:
Persona es un ente individual, racional, libre, consciente de sí, con capacidad moral y relacional. Esta definición ontológica va más allá de lo meramente biológico o funcional y fundamenta la dignidad humana, la responsabilidad moral y la relación con Dios y los demás.
martes, 8 de julio de 2025
¡NO TOQUEN AL UNGIDO!
¿Podemos cuestionar a los líderes espirituales? Un análisis bíblico sobre un malentendido común
En muchos círculos cristianos contemporáneos —particularmente en contextos neopentecostales— se repite una enseñanza que suena piadosa, pero que en realidad es profundamente errónea: “Los creyentes no deben juzgar ni cuestionar a los ministros, porque son los ungidos de Dios y tienen autoridad especial para traer una nueva revelación a la iglesia.”
Quienes sostienen esta idea suelen usar ciertos textos bíblicos para respaldarla, pero al hacerlo, cometen el grave error de sacarlos de su contexto original, tergiversando su verdadero significado. Este artículo busca corregir esa mala interpretación con base en una lectura fiel y responsable de las Escrituras.
¿Qué textos suelen citar para defender esta idea?
1. “No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas.”
(1 Crónicas 16:22)
Este versículo, también citado en el Salmo 105:15, hace referencia al pueblo de Israel —y específicamente a los patriarcas— como los "ungidos" de Dios. Es un texto histórico que recuerda cómo Dios protegió a su pueblo en tiempos antiguos. No se trata de una advertencia para impedir toda crítica o corrección a pastores actuales, ni mucho menos una patente de inmunidad espiritual. En la Biblia, muchos líderes ungidos por Dios (como David, Elí, Aarón, Pedro) fueron reprendidos cuando se equivocaron.
2. “No juzguéis, para que no seáis juzgados.”
(Mateo 7:1)
Este pasaje suele ser citado para justificar un silencio absoluto frente al error. Sin embargo, el mismo capítulo aclara que Jesús se refería a la hipocresía en el juicio (ver Mateo 7:3-5), no a toda forma de evaluación o discernimiento. De hecho, el Nuevo Testamento nos exhorta a discernir, examinar y reprender con amor cuando hay desviación doctrinal o moral (Gálatas 6:1; 1 Tesalonicenses 5:21; 1 Juan 4:1).
3. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos…”
(Hebreos 13:17)
La obediencia pastoral no es ciega ni absoluta. El mismo texto dice que los pastores deben velar por las almas y rendir cuentas a Dios, lo cual presupone fidelidad a la Palabra, integridad moral y servicio humilde. Cuando un líder se desvía del evangelio, no solo puede ser cuestionado, sino que debe ser corregido con base en las Escrituras (1 Timoteo 5:20; Hechos 17:11).
¿Qué dice realmente la Biblia?
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La autoridad espiritual no exime del escrutinio bíblico.
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Los apóstoles del Nuevo Testamento no trajeron revelaciones nuevas cada día, sino que testificaron lo que Cristo ya había revelado.
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Hoy no hay apóstoles en el mismo sentido fundacional de Pedro, Juan o Pablo. Nadie tiene derecho a reclamar una “revelación fresca” que contradiga o sume a la Palabra escrita de Dios (Gálatas 1:8–9).
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Toda doctrina y todo ministro deben ser probados a la luz de la Escritura (Hechos 17:11; 1 Corintios 14:29).
Conclusión: El verdadero respeto a los líderes implica corregirlos si se desvían
Ser “ungido” no significa ser infalible. Los verdaderos ministros agradecen la corrección, aman la verdad y se someten a la Palabra de Dios. En cambio, los falsos líderes se escudan tras su “unción” para evitar la rendición de cuentas y justificar abusos.
No seamos cómplices del error por temor mal fundado. Honrar a los pastores no es idolatrarlos, sino orar por ellos, amonestarlos cuando sea necesario, y seguir su ejemplo en tanto sean fieles a Cristo (1 Corintios 11:1).
“Examinadlo todo; retened lo bueno.” —1 Tesalonicenses 5:21