lunes, 9 de junio de 2025

¿Por qué las sectas no tienen una Teología Sistemática?

¿Por qué las religiones como los mormones y testigos de jehová no tienen literatura de teología sistemática como sí lo tienen la iglesia reformada y los católico-romanos?

Esa observación es válida y revela una diferencia significativa entre los sistemas doctrinales maduros y las sectas surgidas hace pocos años o doctrinalmente fragmentadas. A continuación una explicación detallada desde una perspectiva histórica, teológica y metodológica:


1. Origen reciente y carácter restauracionista

Tanto los mormones (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, fundada en 1830) como los Testigos de Jehová (surgidos del movimiento de Charles T. Russell en la década de 1870) son religiones nacidas en el contexto del siglo XIX, en medio de un ambiente de fuerte reactividad contra el cristianismo histórico. Ambas se autodefinen como restauracionistas, es decir, creen que el cristianismo verdadero se corrompió poco después de los apóstoles y que Dios les ha dado una “nueva revelación” o “restauración” de la verdad.

🔹 Consecuencia: Esta actitud restauracionista tiende a menospreciar o desconfiar de la teología histórica y sus herramientas sistemáticas, lo que hace que prefieran literatura interna de tipo catequético, apologético o expositivo, pero no desarrollen tratados de teología sistemática al estilo reformado o católico.


2. Dependencia de una autoridad revelacional extra-bíblica

  • Los mormones se basan no solo en la Biblia, sino también en el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, y La Perla de Gran Precio, lo que crea un sistema abierto a “nuevas revelaciones”. Esto dificulta establecer un cuerpo sistemático y cerrado de doctrina, ya que la “revelación continua” permite ajustes doctrinales.

  • Los Testigos de Jehová dependen fuertemente de la interpretación doctrinal centralizada del Cuerpo Gobernante en Brooklyn, Nueva York, lo que hace que la autoridad doctrinal resida más en la organización que en un marco teológico elaborado. Además, su literatura está diseñada para adoctrinamiento práctico y evangelístico, no para profundización sistemática.

🔹 Consecuencia: No se busca un desarrollo teológico amplio ni la articulación académica de la fe, sino una uniformidad doctrinal supervisada jerárquicamente, muchas veces a través de literatura como La Atalaya o Despertad.


3. Rechazo o alteración de doctrinas cristianas fundamentales

Estas religiones niegan doctrinas centrales del cristianismo histórico, como:

  • La Trinidad (Testigos de Jehová la niegan; los mormones la reinterpretan)

  • La justificación por la fe solamente

  • La deidad plena de Cristo (especialmente negada por los Testigos de Jehová)

Dado que la teología sistemática se basa en la articulación coherente y progresiva de la revelación bíblica, partiendo de premisas doctrinales históricas, cualquier sistema que redefina radicalmente estas doctrinas o rechace sus fundamentos no puede sostener una teología sistemática ortodoxa.

🔹 Consecuencia: En lugar de una teología sistemática (que organiza doctrinas como Dios, Cristo, pecado, salvación, iglesia, escatología, etc.), estos grupos elaboran manuales de doctrina organizados por temas prácticos o apologéticos, no por una lógica sistemática.


4. Contraste con la teología reformada y católico-romana

  • La teología reformada (como la de Calvino, Turretin, Berkhof, Bavinck, Sproul, etc.) parte de la autoridad exclusiva de la Escritura (Sola Scriptura) y desarrolla sus doctrinas desde una perspectiva exegética, histórica y sistemática, dando lugar a confesiones, catecismos y tratados que buscan la coherencia doctrinal y la adoración informada.

  • La teología católico-romana también posee un cuerpo doctrinal sistemático, en parte por su larga historia y su estructura jerárquica consolidada. Su teología se fundamenta en la Escritura, la tradición y el magisterio como fuentes de autoridad.

🔹 Resultado: Ambos desarrollos teológicos han dado lugar a tratados sistemáticos, como las Instituciones de la religión cristiana de Calvino, la Suma Teológica de Tomás de Aquino, o el Catecismo de Heidelberg, con un alto nivel de profundidad doctrinal.


Conclusión

Religiones como el mormonismo y los Testigos de Jehová no desarrollan teología sistemática como la tradición reformada o católica por razones de origen doctrinal, estructura de autoridad, dependencia de revelaciones extrabíblicas y una teología inestable o contraria a los pilares históricos del cristianismo. Su enfoque se centra más en la práctica proselitista y el control doctrinal interno que en la reflexión teológica académica y confesional.

jueves, 5 de junio de 2025

¿Es Dios injusto por intervenir soberanamente en la salvación? Una respuesta reformada al dilema de la libertad y la gracia


Uno de los cuestionamientos más frecuentes contra la doctrina reformada de la elección soberana de Dios es el siguiente: ¿No sería más justo que Dios permitiera que cada ser humano decidiera libremente si quiere ser salvo o no? ¿No es injusto que Dios elija a unos y no a otros? Desde una perspectiva superficial, esto parece apelar a nuestra noción de justicia. Pero ¿realmente lo es?

El dilema de la voluntad humana: ¿libertad o esclavitud?

La teología reformada parte de una premisa clave: el ser humano, después de la caída, no es moralmente neutral. La Escritura es contundente: “No hay justo, ni aun uno… no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10–11). La voluntad humana no es libre en el sentido absoluto, sino esclava del pecado (Juan 8:34; Romanos 6:20). No es que el hombre quiera acercarse a Dios pero no pueda; es que no quiere acercarse a Dios y no puede hacerlo por sí mismo (1 Corintios 2:14).

Ahora bien, si Dios se limitara a “respetar” esa libertad corrompida, dejando que cada quien escoja su destino, todos pereceríamos. ¿Acaso es más justo permitir que un ser humano incapacitado para el bien espiritual elija voluntariamente su condenación?

Un ejemplo práctico: ¿amor sin intervención?

Imagina que un joven, bajo una fuerte crisis emocional, está por lanzarse de un puente. ¿Sería correcto que simplemente lo observemos y digamos: “Debemos respetar su libertad”? Por el contrario, el amor auténtico interviene, incluso si esa intervención es resistida al inicio. Lo mismo hace Dios con sus escogidos: los rescata contra toda esperanza, los transforma por su Espíritu, y los atrae eficazmente a Cristo.

Dios no viola la voluntad humana; la libera. En la regeneración, el corazón de piedra es reemplazado por un corazón de carne (Ezequiel 36:26). La fe no es producida por la voluntad natural, sino que es un don de Dios (Efesios 2:8–9), otorgado por pura gracia.

¿Es Dios injusto por elegir a unos y no a otros?

Pablo anticipa esta misma objeción en Romanos 9:14: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera.” La elección divina no contradice la justicia de Dios porque a nadie se le niega lo que merece. Todos los seres humanos merecen la condenación por causa del pecado. Si Dios salva a algunos, lo hace por misericordia, no por obligación. Como dice el reformador Juan Calvino: “Dondequiera que se encuentre la misericordia, no se puede hablar de injusticia.”

Dios no está obligado a salvar a nadie. Pero por amor, decidió salvar a muchos, y lo hace soberanamente, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:4–5). Esa es la maravilla de la gracia.

Conceptos límite: una teología de reverencia

El pastor y teólogo R.C. Sproul, siguiendo la tradición reformada, advertía que ciertos misterios deben abordarse con reverencia. Cuando pensamos en la soberanía de Dios y la responsabilidad humana, entramos en un terreno donde debemos mantener dos verdades en tensión:

  1. Dios es absolutamente soberano.

  2. El ser humano es responsable de sus decisiones.

Ambas son bíblicas, y si bien no podemos entender plenamente cómo se armonizan, no debemos rechazar ninguna. El teólogo Davi Charles Gomes los llama “conceptos límite”: fronteras que nos protegen del error y nos invitan a la humildad.

Conclusión: La gracia que salva, no la voluntad que escoge

Desde una perspectiva reformada, el problema no es que Dios intervenga en la voluntad humana; el problema sería que no lo hiciera. Si Dios no interviniera con su gracia eficaz, estaríamos irremediablemente perdidos.

La buena noticia del evangelio es que Dios rescata lo que está perdido, no espera a que el perdido se encuentre a sí mismo. Su amor no es pasivo, sino poderoso. Su justicia no es arbitraria, sino gloriosamente santa. Y su elección no es injusta, sino la expresión más sublime de su misericordia.

Como escribe el apóstol Pablo: “¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4:7). La salvación es del Señor, y por eso le damos toda la gloria.


¡Piensa en esto cristiano!

¿Es más justo un Dios que deja a los hombres elegir su propia perdición, aun siendo incapaces de elegir lo correcto?

Desde una perspectiva bíblica y reformada, debemos afirmar que el ser humano, caído en Adán, ha perdido no solo su inocencia, sino también su capacidad moral para escoger el bien supremo: a Dios mismo. Según Romanos 3:11–12, "no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios". El hombre natural no solo está incapacitado, sino hostil a Dios (cf. 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1–3).

Entonces, si Dios dejara que una persona —moralmente incapacitada y espiritualmente muerta— eligiera libremente su propio destino, ¿sería eso realmente una muestra de justicia o de amor? ¿Puede llamarse justo permitir que alguien en total ceguera espiritual decida ir al infierno, sin una intervención misericordiosa?

Pongamos una analogía: si veo a alguien en medio de una crisis mental dispuesto a saltar de un puente y decido “respetar su libertad”, ¿sería más noble por no intervenir? ¿O sería más justo, más amoroso y más responsable sujetarlo, incluso contra su voluntad, para salvar su vida? El amor no es pasivo; actúa incluso cuando la persona no entiende que necesita ser rescatada.

De igual modo, Dios, en su soberana misericordia, no deja a todos los hombres librados a sí mismos, sino que, por pura gracia, interviene eficazmente en el corazón de aquellos a quienes ha elegido en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4–5). Los llama, los regenera, les da fe, y los sostiene hasta el fin. Esto no contradice su justicia, sino que la magnifica: a unos da misericordia inmerecida; a otros, justicia merecida. Pero a nadie se le hace injusticia.

Permitir que una voluntad esclavizada por el pecado “escoja libremente” el camino a la destrucción no exalta ni la justicia ni el amor de Dios. Más bien, muestra una concepción reducida del pecado y una visión antropocéntrica de la libertad. El Dios de la Escritura no es pasivo ante la perdición de los suyos; Él actúa con poder redentor. Como dice Efesios 2:4–5: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó… nos dio vida juntamente con Cristo".

El verdadero amor no es el que observa desde lejos, sino el que desciende, rescata y salva. El evangelio no es una oferta bien intencionada a personas neutrales, sino una operación divina sobre corazones muertos. Por eso, decimos que la gracia de Dios es soberana, eficaz y salvadora. Esa es la buena noticia.