Respuesta al comentario del Dr. Carlos Andrés Murr
Introducción
I. La insuficiencia del argumento del silencio patrístico
Es cierto que la teología de los primeros siglos no presenta una sistematización explícita de la soteriología reformada. Sin embargo, esto responde más al contexto histórico que a una ausencia de contenido bíblico. Como señala J. N. D. Kelly, “la doctrina patrística se desarrolló siempre en respuesta a las controversias de su tiempo” (Kelly, Early Christian Doctrines, 1977, p. 5).
La Iglesia primitiva enfrentó luchas contra el gnosticismo, el docetismo y el arrianismo, más que contra un pelagianismo aún inexistente. Por ello, no sorprende que el tema de la gracia y la predestinación alcanzara su mayor desarrollo con Agustín, en el contexto de la controversia pelagiana. R. C. Sproul afirma: “Las doctrinas de la gracia no nacieron en el siglo XVI, sino que se hicieron necesarias cada vez que la verdad bíblica fue amenazada por el orgullo humano” (Sproul, Chosen by God, 1986, p. 25).
II. El testimonio bíblico de la elección y la gracia
Antes que en Agustín o Calvino, la doctrina de la elección se halla en la Escritura misma. Pablo declara que Dios “nos escogió en él antes de la fundación del mundo” (Ef 1:4), que la salvación “no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro 9:16), y que el hombre natural “no puede entender las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Co 2:14). Estos textos no dejan lugar a dudas sobre la iniciativa soberana de Dios en la salvación.
La teología reformada no redefine los términos, sino que procura ser fiel a la lógica interna de la Escritura. Como diría Juan Calvino: “Decimos que Dios previó lo que quiso que aconteciera, y lo quiso porque así le plugo; y si alguien pregunta por qué quiso, respondemos: porque quiso” (Institución, III.23.2).
III. El lenguaje patrístico sobre la gracia y la predestinación
Contrario a la afirmación del Dr. Murr, los Padres de la Iglesia sí usaron categorías que prefiguran la teología reformada.
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Clemente de Roma escribió: “Somos llamados por la voluntad de Dios en Cristo Jesús, y no por nosotros mismos” (1 Clem. 32).
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Ignacio de Antioquía habló de los creyentes como “predestinados antes de los siglos” (Carta a los Efesios, 1:1).
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Justino Mártir afirmó que “aquellos que son salvos han recibido la gracia de comprender y aceptar la verdad” (Diálogo con Trifón, 7).
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Ireneo de Lyon subrayó que “nadie puede venir a Cristo si no es llamado por el Padre” (Contra las herejías, IV, 41,2).
Aunque los Padres no desarrollaron un sistema soteriológico tan definido como el de la Reforma, su lenguaje refleja claramente nociones de elección y gracia irresistible (gracia divina). Agustín, lejos de innovar, llevó a su culminación lo que ya estaba presente en germen.
IV. Caridad cristiana y verdad doctrinal
Es lamentable que algunos calvinistas se muestren agresivos hacia quienes no comparten su visión. Tal espíritu contradice el mandato apostólico de hablar “la verdad en amor” (Ef 4:15). No obstante, el reconocimiento fraternal no significa relativizar la verdad bíblica. Como escribió Herman Bavinck: “La gracia no destruye la naturaleza, sino que la restaura; y esa gracia comienza con la iniciativa de Dios, no con la cooperación del hombre” (Dogmática Reformada, III, p. 79).
La verdadera unidad cristiana no se edifica en minimizar las diferencias, sino en confesar juntos al Cristo de las Escrituras, el mismo que enseña que “a todos los que me da el Padre, vendrán a mí” (Jn 6:37).
Conclusión
El comentario del Dr. Murr parte de un falso dilema: o los Padres enseñaron un calvinismo pleno, o el calvinismo es una invención tardía. La historia de la teología muestra, más bien, un desarrollo progresivo en respuesta a nuevas controversias. La elección, la predestinación y la depravación total no son redefiniciones arbitrarias, sino categorías bíblicas confirmadas en los Padres y sistematizadas en Agustín y la Reforma.
Lejos de ser una novedad, la teología reformada se entiende como la expresión madura de una semilla ya presente en la Escritura y reconocida, aunque de manera embrionaria, en la tradición patrística.
Soli Deo Gloria.
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