Una reflexión teológica sobre la encarnación de Cristo, a la luz de la fe cristiana histórica
Uno de los misterios más sublimes del cristianismo es la encarnación del Hijo de Dios. Esta doctrina sostiene que la segunda persona de la Trinidad, eternamente igual al Padre, asumió verdadera y plenamente la naturaleza humana en el vientre de la virgen María. Sin embargo, recientes expresiones doctrinales, como las de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, han promovido la idea de que el cuerpo de Jesús no provino de María, sino que fue implantado como un "cigoto divino" directamente por el Espíritu Santo en su útero:
“Los miembros (de la SBIA) reconocen y aceptan la doctrina vital de la deidad de Jesús de Nazaret, Dios hecho Carne: Cigoto Divino colocado por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la cual nació; y rechazan por herética la declaración de Westminster, donde se declara que Jesús nació de la esencia de María (Apartado 8.II.2), lo cual convalida la herejía católica romana de que María fue concebida sin pecado.” (https://labiblia.org/sbia/declaracion/)
Tal formulación, aunque intenta exaltar la pureza del Mesías, termina minando un pilar esencial de la fe cristiana: la humanidad verdadera de Cristo.
La concepción milagrosa no niega la humanidad natural
La Escritura es clara: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Isaías 7:14). Lucas añade que María “concebirá en su vientre” (Lucas 1:31), y que “el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35). El milagro consiste en que sin participación de un varón, María quedó embarazada por el poder soberano del Espíritu. Pero nada en el texto indica que el cuerpo de Jesús no provino de la sustancia misma de María.
La Confesión de Fe de Westminster lo expresa con precisión clásica:
“Fue concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de ella, de manera que dos naturalezas completas, perfectas y distintas... se unieron inseparablemente en una sola persona” (CFW VIII.2).
Negar que María aportó su humanidad al cuerpo de Cristo es negar que Jesús es verdaderamente “hijo de David según la carne” (Rom. 1:3), y por tanto negar su legitimidad mesiánica.
Testimonio patrístico: lo que no es asumido, no es redimido
Los Padres de la Iglesia insistieron en que la salvación solo era posible si Cristo asumía plenamente nuestra humanidad. San Ireneo de Lyon escribió:
“Cristo recapitula en sí mismo la larga historia de la humanidad, y por eso asumió nuestra carne de María, descendiente de Adán” (Contra las Herejías, III.22.1).
Gregorio Nacianceno fue aún más contundente:
“Lo que no ha sido asumido, no ha sido sanado; pero lo que se ha unido a Dios ha sido salvado” (Epístola a Cledonio, 101).
Esto significa que si Jesús no recibió verdadera humanidad de María, no puede representar ni redimir a los seres humanos. La idea de que fue implantado un “cigoto divino” sin participación real de María niega el vínculo natural entre Cristo y aquellos a quienes vino a salvar.
El verdadero milagro: sin varón, no sin mujer
La encarnación fue milagrosa no porque prescindiera de la mujer, sino porque ocurrió sin intervención de varón. Dios usó la naturaleza creada —el óvulo de María— y obró sobrenaturalmente para generar la vida del Redentor. En este sentido, María no fue un simple canal biológico o “vientre prestado”, sino madre en sentido real. Jesús es la “simiente de la mujer” (Génesis 3:15), como fue profetizado desde el principio, y eso implica una descendencia biológica.
Llamado pastoral: el peligro de alejarse de la fe histórica
Afirmaciones que niegan la maternidad biológica de María, aun si bien intencionadas, derivan en una forma moderna de docetismo: la antigua herejía que negaba la humanidad real de Cristo. En su intento de proteger la divinidad del Salvador, terminan negando su encarnación plena. Esto no solo afecta la cristología, sino también la soteriología, ya que solo aquel que es verdadero Dios y verdadero hombre puede ser el Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).
El teólogo reformado Louis Berkhof advierte:
“Si Cristo no tenía una naturaleza humana genuina, entonces no pudo haber sido tentado, ni haber obedecido, ni haber sufrido como hombre. Y si no fue todo esto, entonces no pudo haber sido nuestro sustituto en la obediencia ni en la expiación” (Teología Sistemática, p. 317).
Por tanto, el deber pastoral y teológico de la Iglesia es afirmar la unidad hipostática: que en una sola persona subsisten dos naturalezas completas, sin confusión ni división. Negar esto —aunque sea por un tecnicismo moderno mal entendido— equivale a rechazar el evangelio en su centro mismo.
Conclusión
Jesús no fue implantado como un ser extraño en el útero de una mujer; fue concebido milagrosamente, pero de la sustancia de María. Ella es verdaderamente su madre en cuanto a la naturaleza humana. Este hecho garantiza que Cristo es nuestro pariente redentor, el nuevo Adán, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley (Gálatas 4:4–5). Cuidemos, entonces, nuestra doctrina, no solo por fidelidad intelectual, sino por amor a Aquel que “por nosotros y por nuestra salvación se hizo hombre”.
¡Piensa en esto cristiano!“Guardad la fe tal como la recibisteis, sin añadir ni quitar, para que no seáis hallados herejes y rebeldes al testimonio de los apóstoles” —Ireneo de Lyon.