jueves, 2 de mayo de 2024

¿LA VIRGEN MARÍA FUE UN “VIENTRE DE ALQUILER”?



Una reflexión teológica sobre la encarnación de Cristo, a la luz de la fe cristiana histórica

Uno de los misterios más sublimes del cristianismo es la encarnación del Hijo de Dios. Esta doctrina sostiene que la segunda persona de la Trinidad, eternamente igual al Padre, asumió verdadera y plenamente la naturaleza humana en el vientre de la virgen María. Sin embargo, recientes expresiones doctrinales, como las de la Sociedad Bíblica Iberoamericana, han promovido la idea de que el cuerpo de Jesús no provino de María, sino que fue implantado como un "cigoto divino" directamente por el Espíritu Santo en su útero:

“Los miembros (de la SBIA) reconocen y aceptan la doctrina vital de la deidad de Jesús de Nazaret, Dios hecho Carne: Cigoto Divino colocado por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la cual nació; y rechazan por herética la declaración de Westminster, donde se declara que Jesús nació de la esencia de María (Apartado 8.II.2), lo cual convalida la herejía católica romana de que María fue concebida sin pecado.” (https://labiblia.org/sbia/declaracion/)

Tal formulación, aunque intenta exaltar la pureza del Mesías, termina minando un pilar esencial de la fe cristiana: la humanidad verdadera de Cristo.

La concepción milagrosa no niega la humanidad natural

La Escritura es clara: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Isaías 7:14). Lucas añade que María “concebirá en su vientre” (Lucas 1:31), y que “el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35). El milagro consiste en que sin participación de un varón, María quedó embarazada por el poder soberano del Espíritu. Pero nada en el texto indica que el cuerpo de Jesús no provino de la sustancia misma de María.

La Confesión de Fe de Westminster lo expresa con precisión clásica:

“Fue concebido por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, de la sustancia de ella, de manera que dos naturalezas completas, perfectas y distintas... se unieron inseparablemente en una sola persona” (CFW VIII.2).

Negar que María aportó su humanidad al cuerpo de Cristo es negar que Jesús es verdaderamente “hijo de David según la carne” (Rom. 1:3), y por tanto negar su legitimidad mesiánica.

Testimonio patrístico: lo que no es asumido, no es redimido

Los Padres de la Iglesia insistieron en que la salvación solo era posible si Cristo asumía plenamente nuestra humanidad. San Ireneo de Lyon escribió:

“Cristo recapitula en sí mismo la larga historia de la humanidad, y por eso asumió nuestra carne de María, descendiente de Adán” (Contra las Herejías, III.22.1).

Gregorio Nacianceno fue aún más contundente:

“Lo que no ha sido asumido, no ha sido sanado; pero lo que se ha unido a Dios ha sido salvado” (Epístola a Cledonio, 101).

Esto significa que si Jesús no recibió verdadera humanidad de María, no puede representar ni redimir a los seres humanos. La idea de que fue implantado un “cigoto divino” sin participación real de María niega el vínculo natural entre Cristo y aquellos a quienes vino a salvar.

El verdadero milagro: sin varón, no sin mujer

La encarnación fue milagrosa no porque prescindiera de la mujer, sino porque ocurrió sin intervención de varón. Dios usó la naturaleza creada —el óvulo de María— y obró sobrenaturalmente para generar la vida del Redentor. En este sentido, María no fue un simple canal biológico o “vientre prestado”, sino madre en sentido real. Jesús es la “simiente de la mujer” (Génesis 3:15), como fue profetizado desde el principio, y eso implica una descendencia biológica.

Llamado pastoral: el peligro de alejarse de la fe histórica

Afirmaciones que niegan la maternidad biológica de María, aun si bien intencionadas, derivan en una forma moderna de docetismo: la antigua herejía que negaba la humanidad real de Cristo. En su intento de proteger la divinidad del Salvador, terminan negando su encarnación plena. Esto no solo afecta la cristología, sino también la soteriología, ya que solo aquel que es verdadero Dios y verdadero hombre puede ser el Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).

El teólogo reformado Louis Berkhof advierte:

“Si Cristo no tenía una naturaleza humana genuina, entonces no pudo haber sido tentado, ni haber obedecido, ni haber sufrido como hombre. Y si no fue todo esto, entonces no pudo haber sido nuestro sustituto en la obediencia ni en la expiación” (Teología Sistemática, p. 317).

Por tanto, el deber pastoral y teológico de la Iglesia es afirmar la unidad hipostática: que en una sola persona subsisten dos naturalezas completas, sin confusión ni división. Negar esto —aunque sea por un tecnicismo moderno mal entendido— equivale a rechazar el evangelio en su centro mismo.

Conclusión

Jesús no fue implantado como un ser extraño en el útero de una mujer; fue concebido milagrosamente, pero de la sustancia de María. Ella es verdaderamente su madre en cuanto a la naturaleza humana. Este hecho garantiza que Cristo es nuestro pariente redentor, el nuevo Adán, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley (Gálatas 4:4–5). Cuidemos, entonces, nuestra doctrina, no solo por fidelidad intelectual, sino por amor a Aquel que “por nosotros y por nuestra salvación se hizo hombre”.

“Guardad la fe tal como la recibisteis, sin añadir ni quitar, para que no seáis hallados herejes y rebeldes al testimonio de los apóstoles” —Ireneo de Lyon.

¡Piensa en esto cristiano!

¿EL SOL SE OSCURECERÁ... LITERALMENTE?


Interpretando el lenguaje profético de Mateo 24:29 desde la teología del pacto

En Mateo 24:29, Jesús pronuncia una declaración solemne y enigmática:

“El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán conmovidas.”

Muchos lectores modernos interpretan este pasaje como una descripción literal de eventos cósmicos que ocurrirán al final de los tiempos. Sin embargo, cuando se lo considera a la luz del contexto bíblico y del género literario profético-apocalíptico, este lenguaje debe entenderse simbólicamente. Jesús no estaba prediciendo una catástrofe astronómica, sino anunciando un juicio divino histórico: la caída del sistema religioso y político de Israel, culminada con la destrucción de Jerusalén y del templo en el año 70 d.C.

Imágenes cósmicas como símbolos de juicio

En la literatura profética del Antiguo Testamento, las expresiones sobre el sol, la luna y las estrellas suelen representar la caída de naciones y gobernantes. Por ejemplo, Isaías 13:10–13 anuncia el juicio de Dios sobre Babilonia:

“Por tanto, haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar en la indignación de Jehová de los ejércitos.”

El contexto del pasaje no habla del fin del mundo, sino de la derrota de un imperio terrenal. Del mismo modo, Ezequiel 32:7–8 usa imágenes similares para describir el juicio sobre Egipto. Estas expresiones forman parte del lenguaje apocalíptico común, que comunica realidades teológicas mediante símbolos cósmicos y cataclísmicos.

Hageo, Hebreos y la transición de pactos

En Hageo 2:6–7, se anticipa una gran sacudida:

“De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca... y conmoveré a todas las naciones.”

Este pasaje mesiánico fue interpretado por el autor de Hebreos como una alusión al fin del Antiguo Pacto y la instauración plena del Nuevo. Hebreos 12:26–28 lo afirma con claridad:

“Una vez más haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo... para que permanezcan las cosas inconmovibles. Por esto, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud.”

La "sacudida" de los cielos y la tierra representa, entonces, un cambio radical en la administración del plan redentor de Dios: el fin del sistema mosaico y la consolidación del Reino de Cristo, establecido sobre mejores promesas (Heb. 8:6).

El juicio de Jerusalén: cumplimiento histórico

La destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. no fue un simple acontecimiento político. Fue, teológicamente, un acto de juicio divino contra una nación que había rechazado a su Mesías. Como dijo Jesús en Mateo 23:38: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta.”

Con la caída del templo, cesaron definitivamente los sacrificios, los ritos levíticos y el sacerdocio aarónico. La estructura religiosa del Antiguo Pacto quedó desmantelada. Hebreos 8:13 lo había anticipado:

“Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.”

Ese proceso culminó históricamente en el año 70 d.C., cuando “lo viejo” dejó de existir como realidad visible y funcional.

¿Qué implica esto para Mateo 24?

El Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24) debe interpretarse cuidadosamente. Muchos estudiosos reformados sostienen que los versículos 1–35 se refieren a los eventos que condujeron a la destrucción de Jerusalén, mientras que a partir del versículo 36 se habla del retorno final de Cristo en gloria. Por tanto, Mateo 24:29 no describe un colapso astronómico literal, sino un juicio histórico contra Israel, expresado con el estilo profético del Antiguo Testamento.

Conclusión: el Reino inconmovible y el lenguaje profético

El uso de imágenes cósmicas en Mateo 24:29 es coherente con una tradición profética que comunica realidades espirituales y teológicas mediante lenguaje simbólico. La oscuridad del sol, la caída de las estrellas y el estremecimiento de los cielos no deben entenderse de manera literal, sino como símbolos del juicio de Dios sobre el sistema antiguo y la manifestación plena del Reino de Cristo.

Este Reino, según Hebreos 12:28, es inconmovible y no está sujeto a más transiciones ni destrucciones. La venida de Cristo en juicio sobre Jerusalén marcó el fin de una era, no del mundo, y anunció la gloria de un Reino que permanece para siempre.


https://textosfueradecontexto.blogspot.com/2024/05/el-sol-se-oscurecera-literalmente.html

----------------------------

Artículo mejorado con IA!

----------------------------

Cuando hablamos sobre las perturbaciones cósmicas mencionadas en Mateo 24:29, cuando: "el sol se oscurecerá, y la luna no alumbrará, y las estrellas caerán del cielo, y las potestades de los cielos se desvanecerán, el cielo será sacudido". Allí Jesús no estaba hablando de que los cielos literales se desmoronarían. Estaba hablando de la caída de los gobernantes y dignatarios de la nación de Israel. Esto sucedió en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y el templo. Después de esto ya no existía más la nación de Israel. Isaías 13:13 dijo: "Por tanto, haré temblar los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, en la ira de Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira". Algunos que adoptan el enfoque de interpretación literal a toda profecía, podría aplicar esto al fin de la historia del mundo. Pero profecías como ésta en realidad se aplicaban a las cosas espirituales: la desaparición de lo viejo y la transformación de las cosas en vida nueva. Hageo 2:6 (una profecía mesiánica) dijo: "Aún dentro de poco haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones...: "Este pasaje se aplica al cambio de las cosas que se produjeron por la desaparición de lo viejo y la introducción de lo nuevo. La venida de Cristo en Juicio hizo posible este gran cambio. Este cambio implicaría la desaparición del antiguo sistema judaico con todas sus ceremonias, ritos, rituales, sacrificios, etc. Como dijo el escritor de Hebreos, al "tomar prestadas" palabras de Hageo 2:6, "cuya voz entonces sacudió el tierra; pero ahora ha prometido, diciendo: Una vez más haré temblar no sólo la tierra, sino también el cielo”. "Y esta palabra, Una vez más, significa la eliminación de las cosas que son conmovibles, como de las cosas hechas, para que permanezcan las que no pueden ser conmovidas. "Por tanto, recibimos un reino inconmovible ..." (Hebreos 12:26-28). En Hageo 2:21-22 Dios dijo: "Haré temblar los cielos y la tierra, y derribaré el trono de los reinos, y destruiré el poder de los reinos de las naciones". Aquí vemos la conexión entre sacudir los cielos y la tierra, y el derrocamiento de reinos y potestades. Si bien la venida de Jesucristo hizo posible la desaparición de lo viejo y la introducción de lo nuevo mediante la institución del nuevo pacto (tan vívidamente discutido por el escritor de Hebreos), mucho de todo esto no fue eliminado por completo hasta el año 70 d.C. cuando Jerusalén y el Templo fueron completamente destruidos y lo antiguo realmente dejó de existir. Como dijo el escritor en Hebreos 8:13: "Al decir: Nuevo pacto, hizo viejo al primero. Ahora bien, lo que se deteriora y envejece está LISTO para desaparecer". --John L Bray [El Cielo y La Tierra Pasarán]