Interpretando el lenguaje profético de Mateo 24:29 desde la teología del pacto
En Mateo 24:29, Jesús pronuncia una declaración solemne y enigmática:
“El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y las potencias de los cielos serán conmovidas.”
Muchos lectores modernos interpretan este pasaje como una descripción literal de eventos cósmicos que ocurrirán al final de los tiempos. Sin embargo, cuando se lo considera a la luz del contexto bíblico y del género literario profético-apocalíptico, este lenguaje debe entenderse simbólicamente. Jesús no estaba prediciendo una catástrofe astronómica, sino anunciando un juicio divino histórico: la caída del sistema religioso y político de Israel, culminada con la destrucción de Jerusalén y del templo en el año 70 d.C.
Imágenes cósmicas como símbolos de juicio
En la literatura profética del Antiguo Testamento, las expresiones sobre el sol, la luna y las estrellas suelen representar la caída de naciones y gobernantes. Por ejemplo, Isaías 13:10–13 anuncia el juicio de Dios sobre Babilonia:
“Por tanto, haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar en la indignación de Jehová de los ejércitos.”
El contexto del pasaje no habla del fin del mundo, sino de la derrota de un imperio terrenal. Del mismo modo, Ezequiel 32:7–8 usa imágenes similares para describir el juicio sobre Egipto. Estas expresiones forman parte del lenguaje apocalíptico común, que comunica realidades teológicas mediante símbolos cósmicos y cataclísmicos.
Hageo, Hebreos y la transición de pactos
En Hageo 2:6–7, se anticipa una gran sacudida:
“De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca... y conmoveré a todas las naciones.”
Este pasaje mesiánico fue interpretado por el autor de Hebreos como una alusión al fin del Antiguo Pacto y la instauración plena del Nuevo. Hebreos 12:26–28 lo afirma con claridad:
“Una vez más haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo... para que permanezcan las cosas inconmovibles. Por esto, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud.”
La "sacudida" de los cielos y la tierra representa, entonces, un cambio radical en la administración del plan redentor de Dios: el fin del sistema mosaico y la consolidación del Reino de Cristo, establecido sobre mejores promesas (Heb. 8:6).
El juicio de Jerusalén: cumplimiento histórico
La destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. no fue un simple acontecimiento político. Fue, teológicamente, un acto de juicio divino contra una nación que había rechazado a su Mesías. Como dijo Jesús en Mateo 23:38: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta.”
Con la caída del templo, cesaron definitivamente los sacrificios, los ritos levíticos y el sacerdocio aarónico. La estructura religiosa del Antiguo Pacto quedó desmantelada. Hebreos 8:13 lo había anticipado:
“Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.”
Ese proceso culminó históricamente en el año 70 d.C., cuando “lo viejo” dejó de existir como realidad visible y funcional.
¿Qué implica esto para Mateo 24?
El Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24) debe interpretarse cuidadosamente. Muchos estudiosos reformados sostienen que los versículos 1–35 se refieren a los eventos que condujeron a la destrucción de Jerusalén, mientras que a partir del versículo 36 se habla del retorno final de Cristo en gloria. Por tanto, Mateo 24:29 no describe un colapso astronómico literal, sino un juicio histórico contra Israel, expresado con el estilo profético del Antiguo Testamento.
Conclusión: el Reino inconmovible y el lenguaje profético
El uso de imágenes cósmicas en Mateo 24:29 es coherente con una tradición profética que comunica realidades espirituales y teológicas mediante lenguaje simbólico. La oscuridad del sol, la caída de las estrellas y el estremecimiento de los cielos no deben entenderse de manera literal, sino como símbolos del juicio de Dios sobre el sistema antiguo y la manifestación plena del Reino de Cristo.
Este Reino, según Hebreos 12:28, es inconmovible y no está sujeto a más transiciones ni destrucciones. La venida de Cristo en juicio sobre Jerusalén marcó el fin de una era, no del mundo, y anunció la gloria de un Reino que permanece para siempre.
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