Un análisis exegético, histórico y apologético de Mateo 24:15–18
“Íbamos de Yungay a Caraz cuando comenzó el terremoto, cerca del cementerio. Al detenernos, escuchamos un ruido profundo que venía del Huascarán y vimos una enorme nube de polvo: el nevado se estaba viniendo abajo. Eran alrededor de las 3:24 de la tarde. Comprendimos que el único lugar relativamente seguro era el cementerio, ubicado sobre una colina, y corrimos hacia allí... Desde lo alto alcancé a mirar Yungay justo cuando una gigantesca ola de lodo, de decenas de metros de altura, se abalanzaba sobre la ciudad. Parte del alud pasó a pocos metros de nosotros y el cielo se oscureció por el polvo. Cuando todo terminó y miramos atrás, Yungay había desaparecido por completo, junto con miles de sus habitantes.”
Sin embargo, una lectura atenta del texto bíblico —especialmente de las instrucciones prácticas que Jesús da a sus discípulos— plantea una dificultad significativa para esta interpretación. En particular, el mandato de “huir a los montes” suscita una pregunta hermenéutica fundamental:
Si la gran tribulación fuera mundial, ¿qué sentido tendría huir a un lugar específico?
Este artículo sostiene, desde una perspectiva preterista parcial, que la lógica interna del texto exige entender la gran tribulación como un evento histórico, localizado y pactual, cumplido en el siglo I con la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C.
1. El mandato de huir y su presuposición geográfica
Mateo 24:15–18 declara:
“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa.”
Este texto contiene indicaciones geográficas precisas:
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Judea
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Montes
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Azoteas
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Campos
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Casas
Estas referencias carecen de sentido si se presupone una tribulación de alcance planetario. No se huye de un juicio global desplazándose unos kilómetros, sino únicamente de una calamidad localizada.
La orden de Jesús presupone:
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Un peligro concreto y delimitado.
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Una zona de riesgo identificable.
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Una posibilidad real de escape físico.
Esto es incompatible con la idea de una tribulación mundial simultánea.
2. Lucas como clave interpretativa: Jerusalén rodeada de ejércitos
El principio hermenéutico clásico Scriptura Scripturam interpretatur exige permitir que los pasajes paralelos se expliquen mutuamente. En este sentido, Lucas 21:20–22 resulta decisivo:
“Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse… porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”
Lucas elimina toda ambigüedad:
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La “abominación desoladora” equivale a Jerusalén sitiada por ejércitos.
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El evento es histórico, no simbólico.
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El juicio está dirigido contra “este pueblo” (Israel del siglo I).
Así, Mateo, Marcos y Lucas describen el mismo acontecimiento, desde perspectivas complementarias.
3. La lógica de la huida: analogía histórica y principio universal
En situaciones históricas de destrucción localizada, la huida hacia zonas elevadas ha sido un medio racional de preservación de la vida. Catástrofes como asedios militares, aludes, inundaciones o invasiones permiten supervivencia cuando existe distancia geográfica respecto del epicentro del desastre.
Jesús no está describiendo un colapso cósmico, sino una conflagración histórica que permitiría obediencia práctica a su advertencia. El mandato de huir no es simbólico ni espiritualizado: es literal, urgente y concreto.
4. Testimonio histórico: la huida a Pella
La evidencia histórica confirma que los cristianos del siglo I entendieron las palabras de Jesús de forma literal y actuaron en consecuencia. Eusebio de Cesarea (siglo IV), considerado el principal historiador de la Iglesia primitiva, escribe:
“El pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de abandonar la ciudad antes de la guerra y habitar en Pella, en Perea, por una revelación transmitida a los dirigentes. Así, los creyentes emigraron de Jerusalén, y la justicia de Dios vino sobre los judíos…”
(Historia Eclesiástica, III.5.3)
Este testimonio es crucial:
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Confirma una interpretación preterista temprana.
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Muestra que la Iglesia primitiva no esperaba una tribulación mundial futura.
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Demuestra que la profecía de Jesús fue obedecida y cumplida.
5. Implicaciones hermenéuticas y teológicas
Si la gran tribulación:
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Permitió huida geográfica,
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Afectó específicamente a Judea y Jerusalén,
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Fue anunciada como juicio contra “esta generación” (Mt 24:34),
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Y fue reconocida como cumplida por historiadores cristianos tempranos,
entonces resulta metodológicamente insostenible proyectarla a un futuro global indefinido sin violentar el texto.
La interpretación futurista:
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Desconecta el discurso de su contexto histórico inmediato.
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Ignora las instrucciones prácticas de Jesús.
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Introduce supuestos ajenos al texto bíblico.
Conclusión pastoral y apologética
La pregunta inicial permanece con toda su fuerza:
Si la gran tribulación fuera mundial, ¿de qué serviría huir a los montes?
La respuesta es clara: no serviría de nada.
Precisamente porque sí servía —y sirvió—, debemos concluir que Jesús hablaba de un juicio histórico localizado, no de una catástrofe global futura.
Esto no minimiza la seriedad del pasaje, ni niega la Segunda Venida futura de Cristo en gloria. Al contrario, honra la fidelidad profética de Jesús, quien anunció un juicio concreto que se cumplió exactamente como lo dijo.
Además, esta lectura fortalece la confianza del creyente:
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Cristo gobierna la historia.
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Sus palabras no fallan.
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Sus advertencias no son vagas ni simbólicas sin anclaje real.
La gran tribulación fue real, fue terrible y fue definitiva para el orden del Antiguo Pacto. Pero también fue la confirmación histórica de que Jesús es el verdadero Profeta, Señor y Juez de su pueblo.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24:35)


