jueves, 26 de junio de 2025
El Reino de la Cruz vs. El Reino de la Espada: Teología desde el Contexto
"Durante sus primeros siglos de formación, el cristianismo estuvo separado del Estado y, de hecho, se mostró antagónico con él, con el que solo más tarde se involucró. Desde la vida de su fundador, el Islam fue el Estado, y la identidad de la religión y el gobierno está indeleblemente impresa en la memoria y la conciencia de los fieles..." (Islam and the West, (Oxford University Press, 1993)
Este texto, atribuido a Bernard Lewis —reconocido historiador del Islam y del Medio Oriente—, ofrece una observación comparativa sucinta pero profunda entre los orígenes históricos del Islam y del cristianismo, y cómo estos contextos influyeron en la práctica de ambas religiones.
1. Análisis histórico
Islam en sus primeros siete siglos:
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Desde la Hégira (622 d.C.), el Islam experimentó una rápida expansión territorial y política. En un siglo, el Califato islámico controlaba desde la Península Ibérica hasta la India.
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Este crecimiento se dio a través de conquistas militares, alianzas tribales y unificación religiosa, lo cual generó una religión estrechamente vinculada al poder político y a estructuras de autoridad centralizadas (como el Califato).
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El éxito inicial y continuo moldeó una autopercepción de supremacía cultural y teológica.
Cristianismo en los primeros cuatro siglos:
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Nacido en un contexto de opresión bajo el Imperio Romano, el cristianismo se propagó a través del testimonio en comunidades pequeñas, a menudo clandestinas, y sufrió persecuciones periódicas (especialmente bajo emperadores como Nerón, Decio y Diocleciano).
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La fe cristiana se desarrolló como una religión de mártires, con énfasis en el sufrimiento, el testimonio personal y la separación del poder político hasta Constantino (s. IV).
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Esta experiencia temprana moldeó una espiritualidad de humildad, servicio, paciencia y resistencia.
2. Análisis académico-religioso
Bernard Lewis sugiere que el entorno histórico de nacimiento de una religión forja no solo su teología práctica sino también su espiritualidad comunitaria y su ética.
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En el Islam, la conexión temprana con el poder llevó a una cosmovisión en la que lo religioso y lo político están entrelazados. El líder religioso (el califa) era también el líder político.
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En el cristianismo primitivo, la separación del poder —y su frecuente oposición— promovió una ética de peregrinaje, sufrimiento redentor y oposición al espíritu del mundo. El Reino de Dios se concebía como espiritual, no terrenal.
Este contraste ha tenido consecuencias duraderas: el cristianismo, incluso cuando se institucionalizó (como en el Imperio romano cristianizado), mantenía una base ética y escatológica que valoraba la debilidad, la fe personal y el rechazo al dominio mundano.
3. Análisis especulativo y filosófico
La cita nos lleva a reflexionar sobre cómo la adversidad moldea el carácter de una fe. Como dice el proverbio, “la prueba del oro es el fuego”. El sufrimiento inicial del cristianismo purificó su mensaje: lo centró en el sacrificio de Cristo, el valor del perdón, y la esperanza en una redención futura, más que en la conquista presente.
¿Podría sugerirse, entonces, que una fe nacida en el poder corre el riesgo de derivar en legalismo o autoritarismo? ¿Y que una fe nacida en la persecución se arraiga más en el testimonio moral y la gracia?
No es una regla infalible, pero tiene valor explicativo. La historia del cristianismo posterior muestra que, cuando se asoció demasiado al poder (como en la Edad Media o en el nacionalismo eclesiástico), perdió esa esencia humilde. Del mismo modo, corrientes reformadoras como la Reforma Protestante o los movimientos anabaptistas, buscaron volver a las raíces perseguidas y contraculturales del cristianismo primitivo.
4. Aplicación contemporánea y teológica
La afirmación final —“los acontecimientos difíciles forjaron el cristianismo”— tiene resonancias bíblicas:
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Romanos 5:3-4: “...el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza.”
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Hechos 14:22: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de Dios.”
Desde una perspectiva reformada, esto se alinea con la doctrina de la providencia de Dios, que usa incluso la persecución para purificar a su pueblo (cf. 1 Pedro 1:6–7). La iglesia verdadera no es la que se apoya en el poder político, sino la que lleva la cruz.
Conclusión
La observación de Bernard Lewis es históricamente certera, académicamente provocadora, y teológicamente significativa. Resalta cómo el contexto de origen de una religión tiene consecuencias duraderas en su praxis y cómo el sufrimiento, en el caso del cristianismo, ha sido un agente de purificación y fidelidad.
Lejos de glorificar el dolor por el dolor, este análisis muestra que la fe genuina crece más intensamente en los tiempos difíciles —una lección eterna para toda generación de creyentes.
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Bernard Lewis (1916–2018) fue un destacado historiador británico-estadounidense, ampliamente reconocido como una de las principales autoridades en la historia del Islam, el Medio Oriente y las relaciones entre Oriente y Occidente. Nacido en Londres, Lewis estudió en la Universidad de Londres (School of Oriental and African Studies, SOAS), donde se especializó en historia oriental y lenguas semíticas. Obtuvo su doctorado en historia islámica y más tarde enseñó en SOAS, y luego en la Universidad de Princeton en Estados Unidos. A lo largo de su carrera, Lewis escribió más de 30 libros y numerosos artículos académicos, entre ellos: The Arabs in History (1950), What Went Wrong? (2002), The Crisis of Islam (2003), y The Middle East: A Brief History of the Last 2,000 Years (1995). Su trabajo se destacó por combinar el rigor académico con una prosa accesible, y por su enfoque comparativo entre el Islam y Occidente. Lewis fue asesor de gobiernos occidentales y participó activamente en debates sobre política internacional, especialmente después del 11 de septiembre de 2001, lo que le ganó tanto admiradores como críticos. Su enfoque a veces fue cuestionado por académicos musulmanes o pro-palestinos, quienes lo acusaban de adoptar una perspectiva occidentalizada del Islam. No obstante, su erudición e influencia en los estudios de Oriente Medio son ampliamente reconocidos. Falleció en 2018, a los 101 años de edad, dejando un legado profundo en la historiografía del mundo islámico y su interacción con Occidente.
domingo, 22 de junio de 2025
¡No os embriaguéis con jugo de uva!
¡No os embriaguéis con jugo de uva!
lunes, 9 de junio de 2025
¿Por qué las sectas no tienen una Teología Sistemática?
¿Por qué las religiones como los mormones y testigos de jehová no tienen literatura de teología sistemática como sí lo tienen la iglesia reformada y los católico-romanos?
Esa observación es válida y revela una diferencia significativa entre los sistemas doctrinales maduros y las sectas surgidas hace pocos años o doctrinalmente fragmentadas. A continuación una explicación detallada desde una perspectiva histórica, teológica y metodológica:
1. Origen reciente y carácter restauracionista
Tanto los mormones (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, fundada en 1830) como los Testigos de Jehová (surgidos del movimiento de Charles T. Russell en la década de 1870) son religiones nacidas en el contexto del siglo XIX, en medio de un ambiente de fuerte reactividad contra el cristianismo histórico. Ambas se autodefinen como restauracionistas, es decir, creen que el cristianismo verdadero se corrompió poco después de los apóstoles y que Dios les ha dado una “nueva revelación” o “restauración” de la verdad.
🔹 Consecuencia: Esta actitud restauracionista tiende a menospreciar o desconfiar de la teología histórica y sus herramientas sistemáticas, lo que hace que prefieran literatura interna de tipo catequético, apologético o expositivo, pero no desarrollen tratados de teología sistemática al estilo reformado o católico.
2. Dependencia de una autoridad revelacional extra-bíblica
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Los mormones se basan no solo en la Biblia, sino también en el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, y La Perla de Gran Precio, lo que crea un sistema abierto a “nuevas revelaciones”. Esto dificulta establecer un cuerpo sistemático y cerrado de doctrina, ya que la “revelación continua” permite ajustes doctrinales.
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Los Testigos de Jehová dependen fuertemente de la interpretación doctrinal centralizada del Cuerpo Gobernante en Brooklyn, Nueva York, lo que hace que la autoridad doctrinal resida más en la organización que en un marco teológico elaborado. Además, su literatura está diseñada para adoctrinamiento práctico y evangelístico, no para profundización sistemática.
🔹 Consecuencia: No se busca un desarrollo teológico amplio ni la articulación académica de la fe, sino una uniformidad doctrinal supervisada jerárquicamente, muchas veces a través de literatura como La Atalaya o Despertad.
3. Rechazo o alteración de doctrinas cristianas fundamentales
Estas religiones niegan doctrinas centrales del cristianismo histórico, como:
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La Trinidad (Testigos de Jehová la niegan; los mormones la reinterpretan)
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La justificación por la fe solamente
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La deidad plena de Cristo (especialmente negada por los Testigos de Jehová)
Dado que la teología sistemática se basa en la articulación coherente y progresiva de la revelación bíblica, partiendo de premisas doctrinales históricas, cualquier sistema que redefina radicalmente estas doctrinas o rechace sus fundamentos no puede sostener una teología sistemática ortodoxa.
🔹 Consecuencia: En lugar de una teología sistemática (que organiza doctrinas como Dios, Cristo, pecado, salvación, iglesia, escatología, etc.), estos grupos elaboran manuales de doctrina organizados por temas prácticos o apologéticos, no por una lógica sistemática.
4. Contraste con la teología reformada y católico-romana
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La teología reformada (como la de Calvino, Turretin, Berkhof, Bavinck, Sproul, etc.) parte de la autoridad exclusiva de la Escritura (Sola Scriptura) y desarrolla sus doctrinas desde una perspectiva exegética, histórica y sistemática, dando lugar a confesiones, catecismos y tratados que buscan la coherencia doctrinal y la adoración informada.
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La teología católico-romana también posee un cuerpo doctrinal sistemático, en parte por su larga historia y su estructura jerárquica consolidada. Su teología se fundamenta en la Escritura, la tradición y el magisterio como fuentes de autoridad.
🔹 Resultado: Ambos desarrollos teológicos han dado lugar a tratados sistemáticos, como las Instituciones de la religión cristiana de Calvino, la Suma Teológica de Tomás de Aquino, o el Catecismo de Heidelberg, con un alto nivel de profundidad doctrinal.
Conclusión
Religiones como el mormonismo y los Testigos de Jehová no desarrollan teología sistemática como la tradición reformada o católica por razones de origen doctrinal, estructura de autoridad, dependencia de revelaciones extrabíblicas y una teología inestable o contraria a los pilares históricos del cristianismo. Su enfoque se centra más en la práctica proselitista y el control doctrinal interno que en la reflexión teológica académica y confesional.
jueves, 5 de junio de 2025
¿Es Dios injusto por intervenir soberanamente en la salvación? Una respuesta reformada al dilema de la libertad y la gracia
Uno de los cuestionamientos más frecuentes contra la doctrina reformada de la elección soberana de Dios es el siguiente: ¿No sería más justo que Dios permitiera que cada ser humano decidiera libremente si quiere ser salvo o no? ¿No es injusto que Dios elija a unos y no a otros? Desde una perspectiva superficial, esto parece apelar a nuestra noción de justicia. Pero ¿realmente lo es?
El dilema de la voluntad humana: ¿libertad o esclavitud?
La teología reformada parte de una premisa clave: el ser humano, después de la caída, no es moralmente neutral. La Escritura es contundente: “No hay justo, ni aun uno… no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10–11). La voluntad humana no es libre en el sentido absoluto, sino esclava del pecado (Juan 8:34; Romanos 6:20). No es que el hombre quiera acercarse a Dios pero no pueda; es que no quiere acercarse a Dios y no puede hacerlo por sí mismo (1 Corintios 2:14).
Ahora bien, si Dios se limitara a “respetar” esa libertad corrompida, dejando que cada quien escoja su destino, todos pereceríamos. ¿Acaso es más justo permitir que un ser humano incapacitado para el bien espiritual elija voluntariamente su condenación?
Un ejemplo práctico: ¿amor sin intervención?
Imagina que un joven, bajo una fuerte crisis emocional, está por lanzarse de un puente. ¿Sería correcto que simplemente lo observemos y digamos: “Debemos respetar su libertad”? Por el contrario, el amor auténtico interviene, incluso si esa intervención es resistida al inicio. Lo mismo hace Dios con sus escogidos: los rescata contra toda esperanza, los transforma por su Espíritu, y los atrae eficazmente a Cristo.
Dios no viola la voluntad humana; la libera. En la regeneración, el corazón de piedra es reemplazado por un corazón de carne (Ezequiel 36:26). La fe no es producida por la voluntad natural, sino que es un don de Dios (Efesios 2:8–9), otorgado por pura gracia.
¿Es Dios injusto por elegir a unos y no a otros?
Pablo anticipa esta misma objeción en Romanos 9:14: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera.” La elección divina no contradice la justicia de Dios porque a nadie se le niega lo que merece. Todos los seres humanos merecen la condenación por causa del pecado. Si Dios salva a algunos, lo hace por misericordia, no por obligación. Como dice el reformador Juan Calvino: “Dondequiera que se encuentre la misericordia, no se puede hablar de injusticia.”
Dios no está obligado a salvar a nadie. Pero por amor, decidió salvar a muchos, y lo hace soberanamente, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:4–5). Esa es la maravilla de la gracia.
Conceptos límite: una teología de reverencia
El pastor y teólogo R.C. Sproul, siguiendo la tradición reformada, advertía que ciertos misterios deben abordarse con reverencia. Cuando pensamos en la soberanía de Dios y la responsabilidad humana, entramos en un terreno donde debemos mantener dos verdades en tensión:
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Dios es absolutamente soberano.
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El ser humano es responsable de sus decisiones.
Ambas son bíblicas, y si bien no podemos entender plenamente cómo se armonizan, no debemos rechazar ninguna. El teólogo Davi Charles Gomes los llama “conceptos límite”: fronteras que nos protegen del error y nos invitan a la humildad.
Conclusión: La gracia que salva, no la voluntad que escoge
Desde una perspectiva reformada, el problema no es que Dios intervenga en la voluntad humana; el problema sería que no lo hiciera. Si Dios no interviniera con su gracia eficaz, estaríamos irremediablemente perdidos.
La buena noticia del evangelio es que Dios rescata lo que está perdido, no espera a que el perdido se encuentre a sí mismo. Su amor no es pasivo, sino poderoso. Su justicia no es arbitraria, sino gloriosamente santa. Y su elección no es injusta, sino la expresión más sublime de su misericordia.
Como escribe el apóstol Pablo: “¿Quién te distingue? ¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4:7). La salvación es del Señor, y por eso le damos toda la gloria.
¡Piensa en esto cristiano!
¿Es más justo un Dios que deja a los hombres elegir su propia perdición, aun siendo incapaces de elegir lo correcto?
Desde una perspectiva bíblica y reformada, debemos afirmar que el ser humano, caído en Adán, ha perdido no solo su inocencia, sino también su capacidad moral para escoger el bien supremo: a Dios mismo. Según Romanos 3:11–12, "no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios". El hombre natural no solo está incapacitado, sino hostil a Dios (cf. 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1–3).
Entonces, si Dios dejara que una persona —moralmente incapacitada y espiritualmente muerta— eligiera libremente su propio destino, ¿sería eso realmente una muestra de justicia o de amor? ¿Puede llamarse justo permitir que alguien en total ceguera espiritual decida ir al infierno, sin una intervención misericordiosa?
Pongamos una analogía: si veo a alguien en medio de una crisis mental dispuesto a saltar de un puente y decido “respetar su libertad”, ¿sería más noble por no intervenir? ¿O sería más justo, más amoroso y más responsable sujetarlo, incluso contra su voluntad, para salvar su vida? El amor no es pasivo; actúa incluso cuando la persona no entiende que necesita ser rescatada.
De igual modo, Dios, en su soberana misericordia, no deja a todos los hombres librados a sí mismos, sino que, por pura gracia, interviene eficazmente en el corazón de aquellos a quienes ha elegido en Cristo desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4–5). Los llama, los regenera, les da fe, y los sostiene hasta el fin. Esto no contradice su justicia, sino que la magnifica: a unos da misericordia inmerecida; a otros, justicia merecida. Pero a nadie se le hace injusticia.
Permitir que una voluntad esclavizada por el pecado “escoja libremente” el camino a la destrucción no exalta ni la justicia ni el amor de Dios. Más bien, muestra una concepción reducida del pecado y una visión antropocéntrica de la libertad. El Dios de la Escritura no es pasivo ante la perdición de los suyos; Él actúa con poder redentor. Como dice Efesios 2:4–5: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó… nos dio vida juntamente con Cristo".
El verdadero amor no es el que observa desde lejos, sino el que desciende, rescata y salva. El evangelio no es una oferta bien intencionada a personas neutrales, sino una operación divina sobre corazones muertos. Por eso, decimos que la gracia de Dios es soberana, eficaz y salvadora. Esa es la buena noticia.