¿Sobre quiénes vendría el juicio y la
restauración anunciado por Moisés y los profetas? Los vasallos se han rebelado
totalmente, no han cumplido su compromiso al Pacto, han dado muerte a los
profetas y finalmente han matado al heredero de la Viña. El Señor de la viña
está muy molesto y no les pasará por alto jamás este pecado, al contrario; tal
como dijo Moisés, serían llevados al exilio, su ciudad sería destruida y ellos serían
dispersados. Pero Dios se reservaría un remanente, en quien depositaría sus
leyes en un nuevo corazón y con quienes renovaría su pacto para siempre.
Tal como lo anunció Moisés diciendo que haría desiertas las ciudades de Israel, y destruiría los santuarios de los israelitas, y dará por terminado los sacrificios y ofrendas, cesando el incienso, trayendo pestes y hambrunas, y haciendo que la tierra quede completamente desierta la que será luego habitada por animales salvajes o poblada por gentiles, muriendo por la espada de sus enemigos (Levítico 26.31-33); tal fue la destrucción que vino sobre Jerusalén y el templo en el año 70 d.C. como consumación del Juicio del Pacto, en la generación de Jesucristo.
En palabras del historiador de la Iglesia Antigua, Eusebio quien expresó que "...Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubieran dejado enteramente la metropoli real de los judíos (Jerusalén) y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía."1
Esto no es sino el cumplimiento
de las palabras de Jesús: juicio y restauración. El juicio vino sobre la nación
de Israel evidenciado en la destrucción del Templo (santuario), y la muerte y
exilio de los judíos; pero para el remanente y para los gentiles que recibieron
a Cristo vino Restauración. Perea fue la ciudad histórica que atestiguó la “reunión
de los escogidos de los cuatro vientos”. Ciertamente vino el anunciado juicio
del Pacto, pero al mismo tiempo la Iglesia naciente abraza la promesa de
restauración al mostrar genuino arrepentimiento.
En el Día del Juicio Final, también
habrá un exilio definitivo en el que todos aquellos que rechazaron a
Jesucristo, y los miembros del Pacto que apostataren, serán abandonados al
sufrimiento eterno sin Dios, mientras que los creyentes verdaderos entrarán en
el reposo de Dios para siempre. De esta manera se consumaría el Reino de Dios y
todas las cosas serán restauradas plenamente, y no necesitaremos una ciudad
como Perea donde refugiarnos, porque nosotros mismo seremos la Ciudad de Dios.
(1) Eusebio de Cesarea, "Historia
Eclesiástica", Pág. 94 Libro III.5.3, CLIE 2008
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