Cada 30 de agosto recordamos un día que marcó la historia bíblica y universal: la destrucción de Jerusalén y su Templo en el año 70 d.C.. Aquel suceso no fue un accidente militar, sino el cumplimiento exacto de lo que Jesús había anunciado décadas antes.
El historiador judío Flavio Josefo, testigo presencial de la guerra, nos dice algo sorprendente:
“El Templo fue destruido el mismo día en que el primer Templo cayó bajo Nabucodonosor.”
(Paul L. Maier, Josefo: Los escritos esenciales, p. 346)
La fecha no solo fue trágica; fue simbólica. El juicio de Dios se repetía exactamente sobre el mismo lugar.
Jesús lo había dicho con claridad
Cuando los discípulos, maravillados por las piedras del Templo, le mostraron su grandeza, Jesús les respondió:
“Vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra.”
(Lucas 21:6)
Y lo dijo con profundo dolor:
“¡Jerusalén, que matas a los profetas!... He aquí vuestra casa os es dejada desolada.”
(Mateo 23:37–38)
Para Jesús, la caída de Jerusalén no sería un simple evento político, sino un juicio pactual:
la consecuencia de siglos de rebelión, incredulidad y rechazo del Mesías prometido.
El sitio romano: un juicio que ambos bandos reconocieron
Durante el asedio, Tito —general romano— ordenó repetidas veces salvar la ciudad y el Templo. Josefo afirma que Tito incluso lloró al ver los barrancos llenos de cadáveres, diciendo:
“Pongo a Dios por testigo de que esto no es mi culpa.”
(Josefo, p. 335)
Y en otro registro antiguo, Apolonio de Tiana cuenta que Tito rechazó recibir honores militares diciendo:
“No hay mérito en vencer a una nación abandonada por su propio Dios.”
(Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, 6.29)
Incluso los paganos entendieron que Jerusalén sufría un juicio divino.
Profanación antes de destrucción
Josefo deja claro que el Templo fue profanado primero por los mismos rebeldes judíos:
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Usaron los patios sagrados como fortaleza militar.
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Apilaron cadáveres dentro del Templo.
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Dispararon desde sus techos.
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Violaron todas las prohibiciones rituales.
Tito les dijo:
“Vosotros sois quienes contamináis vuestro propio santuario… ¡Yo quería preservarlo!”
(Josefo, p. 340)
El fuego romano vino después de una profanación previa y horrenda, una verdadera “abominación”.
Jesús también profetizó la señal previa
Jesús había advertido:
“Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que su destrucción está cerca.”
(Lucas 21:20)
Y añadió:
“Estos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas escritas.”
(Lucas 21:22)
Esta profecía se cumplió literalmente cuando el ejército romano cerró la ciudad.
Los cristianos que obedecieron las palabras de Jesús huyeron a Pella y salvaron su vida (Eusebio, Historia Eclesiástica 3.5).
Incluso Apocalipsis refleja esta realidad histórica
El Apocalipsis señala:
“El atrio… ha sido entregado a los gentiles, y ellos hollarán la ciudad santa por cuarenta y dos meses.”
(Apocalipsis 11:1–2)
Un cuadro perfecto de un Templo aún en pie, pero a punto de ser profanado y destruido por manos gentiles.
¿Qué significa todo esto para nosotros hoy?
La caída de Jerusalén nos recuerda tres verdades centrales:
1. Cristo es un Profeta verdadero.
Cada palabra que pronunció se cumplió al detalle.
Su autoridad no es simbólica: es histórica, verificable, irrefutable.
2. Dios juzga la infidelidad religiosa.
Jerusalén no fue juzgada por su etnia, sino por su rebeldía espiritual.
Fue un juicio contra un sistema religioso que negó a su propio Mesías.
3. La Iglesia también puede caer en infidelidad.
El juicio del 70 es un espejo para nosotros:
¿Qué ocurre cuando el ritual reemplaza la fe?
¿Cuando la religión evita la obediencia?
¿Cuando Dios es usado, pero no amado?
Reflexión final
Cada 30 de agosto no solo recordamos una tragedia histórica.
Recordamos un mensaje solemne de Cristo:
“Vuestra casa os es dejada desolada.”
Cuando Jesús deja una casa, no queda nada en pie.
Pero también recordamos una esperanza:
Los cristianos que escucharon a Jesús fueron preservados.
Dios siempre guarda a su pueblo fiel, incluso en tiempos de juicio.
Que la historia de Jerusalén nos impulse no al temor, sino a la fidelidad. A vivir en obediencia, discernimiento y confianza en Cristo, Rey y Señor de la historia.
¡Piensa en esto cristiano!
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También puedes leer algo de esto en https://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Jerusal%C3%A9n_(70)





